Por: José Álvarez Alonso
El avezado gato de la Iglesia Catedral, más conocida como «Iglesia Matriz», había estado acechando en el patio a las crías de una pareja de sui suis, que se habían aventurado en su primer vuelo fuera del nido. Uno de ellos realizó un torpe aterrizaje en una rama baja de la buganvilia, ocasión que aprovechó el felino para atraparlo hábilmente de un hábil zarpazo, luego de lo cual salió corriendo escaleras arriba con su presa en la boca. Los sui suis adultos se desesperaron ante los lastimeros gritos del agonizante pollito; uno de ellos se llenó de valor y revoloteó encima del gato picoteando su cabeza. Con un solo zarpazo lo derribó y remató de un mordisco…
Escenas como ésta ocurren a diario en la naturaleza, y aunque nos parezcan crueles, responden a la ley de vida que rige de este Planeta, y nos revelan el poder de los dos instintos animales más poderosos: el instinto de supervivencia y el de la transmisión de los genes (reproducción y protección de la prole). Pero también nos inducen a algunas reflexiones respecto a la naturaleza humana. Como decía el buen bueno del P. Pastor, quien me narró esta historia, es admirable observar a animales como el pequeño sui sui, e incluso otros que consideramos viles y despreciables, como la rata o la hiena, que son padres dedicados, se esmeran y sacrifican por cuidar y alimentar a sus crías, e incluso están dispuestos a poner su propia vida en riesgo para defender a su progenie, como hizo el citado sui sui.
Esto resulta más admirable cuando lo comparamos con el comportamiento de algunos hombres (¿es legítimo llamarlos así?), supuestamente seres superiores, racionales, educados en los valores y principios de la civilización y de la religión, tan superiores supuestamente al comportamiento instintivo de los animales, que son capaces de abandonar a sus hijos en la miseria.
Sí, eso que parece una afirmación gratuita es desgraciadamente más común en Iquitos de lo que se podría pensar y debería ser deseable: cientos de padres inhumanos, más viles que la hiena y la rata (porque en dedicación a sus hijos les superan) dejan cada año a sus esposas/mujeres y a sus hijos en total abandono, por seguir a alguna otra mujer, o para disfrutar a solas egoístamente de una plata que dicen ser suya, pero que en justicia también les pertenece a quienes dependen de ellos. La mujer loretana, ésa que tan mala fama le quieren sacar algunos machistas, es la que al final carga con el peso de criar a los hijos, muchísimas veces como madre soltera y único sostén de sus hijos.
Según datos del INEI, una cuarta parte de los hogares de Iquitos están constituidos por madres solas con sus hijos. Son muy conocidos, y no tan raros, los casos de hombres que delante del altar son confrontados por una madre llorosa con tres o cuatro hijos, que reclama por sus derechos pisoteados. Lo más increíble es que no son raros los casos de encumbrados personajes, incluyendo políticos y otros hombres públicos, que se llenan la boca de buenas palabras e intenciones para la sociedad, pero luego mezquinan un pan para sus hijos y obligan a sus ex parejas a iniciar largos y costosos juicios de alimentos. Gentes que no tienen la dignidad ni la hombría de cumplir con la obligación más humana del mundo, el cuidado de sus hijos, no deberían ocupar puesto público alguno ni merecen el mínimo respeto o reconocimiento de la sociedad.
No hay crimen comparable con aquél que se comete contra un niño. Jesús decía que los que escandalizan (dan mal ejemplo) a un niño no tendrán perdón de Dios, y mejor sería que se atasen una rueda de molino y se arrojasen al mar. El que abandona a sus hijos en la miseria y les priva de la necesaria protección paterna no sólo les da un pésimo ejemplo, sino que somete a sus hijos a la peor miseria y los expone a los riesgos que todos conocemos que se relacionan con ella: alcoholismo, delincuencia, drogadicción, prostitución… Se sabe que un altísimo porcentaje de los desadaptados sociales, de los delincuentes más violentos, suelen provenir de situaciones de abandono como las citadas.
No sé qué clase de corazón puede permanecer insensible al hambre y la necesidad de protección, educación, vestido y cariño de un niño, especialmente cuando ese niño es su propio hijo… ¿Cómo pueden esos hombres -y que me disculpen los hombres de verdad por llamarlos con la misma palabra- degustar una comida tranquilos o tomarse una chela con su nueva «amiga», sabiendo que unas criaturas que engendró, sangre de su misma sangre y carne de su misma carne, están pasando hambre, o están enfermos, o no tienen para ir al colegio, o viven en condiciones de hacinamiento y riesgo constante, debido a su egoísmo e insensibilidad? Yo no lo comprendo, no lo puedo comprender. Pero como decía el recordado P. Gonzalo: «El infierno para esta gente va a ser que por toda la eternidad van a tener que ver, recordar vívidamente y en primer plano, todo el sufrimiento que causaron. Y no podrán emborracharse para olvidar como algunos hacen ahora.»