Por: José Álvarez Alonso
Era mediados de los años 80 del siglo pasado (suena como muy lejos, pero fue casi ayer) y en la casa donde estaba de visita estaban escuchando un programa vespertino de Radio Atlántida, una de las emisoras más sonadas en aquellos años. Si mal no recuerdo se llamaba “Rondas policiales”, y el periodista era Humberto Vela Meléndez, fallecido en el 2019. Estaba entrevistando a un pescador, lo que llamó mi atención. Pero no a cualquier pescador: era un pescador “bombero”, no de los de apagar incendios, sino de tirar bombas caseras para pescar peces en el río.
El entrevistador, con la mayor naturalidad del mundo, le preguntaba detalles de su delictiva actividad: cómo preparaba los explosivos, cómo los arrojaba al río Nanay, y cómo tenía que bucear para extraer los peces muertos por la explosión. Por sus expresiones de admiración, parecía que estuviese entrevistando a un héroe. Creo recordar que hasta sugirió la realización de algún concurso de pescadores con explosivos en el Nanay, cuenca donde esa práctica era y sigue siendo habitual. Ninguna referencia a que la actividad es ilícita, o al enorme daño que el uso de explosivos produce en el ecosistema fluvial, exterminando a todo ser vivo en su radio de acción, incluyendo por supuesto a los peces pequeños que representan la siguiente generación. Tampoco ninguna referencia al riesgo para la persona (más de uno se quedó sin mano por culpa de esas bombas). Es común que la gente comente en privado sobre actividades ilícitas como ésta, pero que se ensalce y ‘normalice’ la ilegalidad en un medio de comunicación no es algo, digamos, políticamente correcto.
Por el abuso de técnicas no selectivas y destructivas de pesca como esta, tan ‘normalizadas’ en nuestra región, están como están las pesquerías amazónicas. Al uso indiscriminado de tóxicos como el barbasco, el cemento o agroquímicos como el Thiodan y el Paration, y en años recientes, el uso generalizado de redes no selectivas (de malla muy pequeña), se suman los impactos de la contaminación de diversas fuentes, del cambio climático y de la deforestación.
Algunos argumentan que los indígenas usaron el barbasco tradicionalmente, con escaso impacto en las pesquerías. Pero quienes han visitado comunidades indígenas saben que su uso era muy localizado, en secciones de pequeñas quebradas, por ejemplo, y controlado por la comunidad para eventos especiales. Lo que no tuvo mucho impacto en el pasado por ser esporádico y limitado, hoy día está causando una escasez frecuente de pescado en la Amazonía peruana, y como consecuencia un gravísimo problema de desnutrición crónica infantil y anemia, dado el rol del pescado en la dieta familiar amazónica.
Otro ejemplo de una actividad ilícita e insostenible en nuestra región, bastante normalizada, es la tala de aguajes para cosecha de frutos y para extracción de suri. La mayor parte del aguaje que se vende en los mercados de Iquitos y de otras ciudades amazónicas ha sido cosechado de esta destructiva forma. Y hay que tener en cuenta que el aguaje ya se vende habitualmente en mercados de Lima, tanto fruta de aguaje como pulpa embolsada, así como subproductos como helados y aceite en diversas preparaciones. Anualmente, según algunos estudios, se talan más de 200 mil aguajes en Loreto para el mercado local y nacional de esta fruta y sus subproductos.
Aunque los aguajales de Loreto son muy extensos (el IIAP calcula que hay más de 6.5 millones de hectáreas de aguajales) esta sangría selectiva de hembras está provocando serios impactos ambientales y sociales. Los extractores de aguaje de las comunidades localizadas en las zonas más accesibles desde Iquitos y otras ciudades tienen que caminar a veces varias horas hasta encontrar aguajes con fruto, ya que los más accesibles fueron talados. Quien ha caminado por un aguajal, sabe lo laborioso que es cargar un saco de aguaje de casi 50 kilos por un suelo pantanoso y semi inundado. Hay muchos animales que se alimentan de aguaje, y la fauna silvestre abandona esos aguajales dominados por palmeras macho, lo que a su vez reduce el acceso de las comunidades a la carne de monte, tan vital para su seguridad alimentaria como el pescado citado antes.
Hay, sin embargo, técnicas de cosecha sostenible del aguaje, usando subidores (equipos para escalar su tronco). Esta técnica fue desarrollada hace más de 20 años por los hermanos Flores, en la comunidad de Parinari, ribera del Marañón, en la RN Pacaya Samiria. Tanto sus equipos, como otros diseñados posteriormente, han sido difundidos por muchas comunidades, y la gente ha sido capacitada por diversos proyectos, que también los han ayudado a sacar su plan de manejo para que puedan vender legalmente su cosecha, tanto de aguaje como de otras palmeras silvestres, como ungurahui y huasaí. Sin embargo, este método sigue siendo minoritario, y las autoridades tampoco hacen mucho esfuerzo ni por difundirlo masivamente, ni por controlar la tala y venta en el mercado de frutos silvestres de origen informal y producto de la tala de las palmeras.
A mediados de septiembre, en el marco del “Mes del emprendimiento indígena”, que lidera la Cámara de Comercio de los Pueblos Indígenas del Perú junto con el SERNANP y una serie de organizaciones, públicas y privadas, se está organizando un concurso de escalada de aguaje, algo muy encomiable. Este tipo de actividades sí que deben ser promovidas y difundidas. Necesitamos promover más el aprovechamiento sostenible de recursos clave para la región Loreto, como el de los frutos de las palmeras silvestres, hoy con creciente demanda para el mercado alimenticio y cosmético, dado su carácter de “superfrutos”. No me cabe duda que, como suelen decir los representantes de la empresa AJE (que ya comercializan las bebidas de aguaje y camu camu) este es el verdadero “oro verde” de nuestra región, y una de las mejores alternativas para un desarrollo sostenible futuro.