Estaba visitando la Comunidad Nativa San Juan de Bartra, en el alto Tigre, allá a principios de los años 90. Al frente de la comunidad, al otro lado del río, está (o estaba, pues creo que ya fue desmantelado) el campamento militar de Bartra. Justo frente al puerto de la comunidad había un puesto de vigilancia, donde dos soldaditos hacían habitualmente turno. El vacilón de los niños del pueblo en las gloriosas horas de baño vespertinas era gritarles a los soldaditos al frente: «soldadito muertodehambreeee, que comes arroz con polilla y frijol con gusanoooo». A su vez, los ofendidos soldaditos respondían a gritos cosas como: «fuera, cholitos patacala come piojooooo».
Luego aprendí que uno de los peores insultos para un indígena era llamarlo «patacala», es decir, descalzo. La gente antigua habla de los insultos que recibían los indígenas que caminaban descalzos por las calles de Iquitos a principios de siglo. Cuando le pregunté a un indígena Kichwa Alama del río Tigre por qué quería hacer el servicio militar, si sabía que allí lo iban a maltratar (lo contaban los que habían vuelto), me contestó con un sorprendente: «para mudar borceguí y comer arroz, como los mestizos y los blancos».
Usé ojotas por muchos años en Iquitos. En la UNAP mis amigos sufrían con sus zapatos, por el calor y por el dolor de pagarlos, frente a los cuatro ‘lucas’ que costaba mi par de ojotas. Cuando le pregunté a un amigo por qué no usaba ojotas él, me dijo: «Tú puedes usar porque eres gringo, pero si usase yo, la gente me despreciaría y capaz hasta me insultarían».
Lo primero que suelen comprar los jóvenes ribereños cuando consiguen algo de plata de la ‘madereada’ o alguna otra actividad es ropa y calzado. Aunque la ropa luego les haga sudar de calor y el zapato o zapatilla le hagan doler su pie y les saque hongos, y sea bastan inútil para la vida en la chacra.
Vemos en las fotos antiguas de la época del caucho, cómo los blancos mantenían una estricta etiqueta con sacos, chalecos, corbatas y botines, y damas con vestidos largos y cerrados, y nos imaginamos cómo debieron sufrir el calor, considerando que no había aire acondicionado. Pero la etiqueta mandaba, el atuendo era (y sigue siendo…) un distintivo social. No es de extrañar que algunos barones del caucho enviasen a lavar su ropa a Europa, debía apestar a metros de distancia.
En realidad, en las sociedades modernas la ropa no es tanto un elemento utilitario, el adminículo que tapa nuestras partes pudendas, y nos protege del frío, o de los rayos solares, es especialmente un signo de estatus. De ahí las enormes sumas que la gente paga por seguir modas, con frecuencia ridículas, incómodas o poco prácticas. No me digan que un zapato de taco 10 cómodo o muy apropiado para caminar por el campo, o el saco y corbata son muy útiles y apropiados para el clima amazónico.
El ser humano siempre ha tratado de distinguirse de otros a través de atuendos, adminículos e indumentarias diversas, llegando en siglos pasados a extremos ridículos, como las incómodas e insalubres pelucas de las cortes europeas de los siglos XVII y XVIII, o los incómodos corsés con que se torturó a las damas por esas mismas y encopetadas fechas. El prurito de sentirse superior primó sobre la comodidad o el sentido práctico.
Aunque en Loreto ya no se usan esos incómodos trajes de la época del caucho, todavía mucha gente usa atuendos no tan apropiados para el calor y humedad de la región. Por ejemplo, es frecuente observar en Iquitos el uso de gruesos jeans (‘bluyins’), o de botas cerradas, incluso botas de montar, y no para andar por el campo precisamente. Los dermatólogos y podólogos deben estar ganando un platal, porque con el calor y humedad de Loreto las botas son los mejores aliados de los hongos.
Hay algunas oficinas que obligan a sus empleados a usar atuendos absolutamente inapropiados para la zona, en abierta violación al artículo 323 del Código Penal, que sanciona la discriminación por indumentaria.
El uso de trajes de etiqueta en el mundo de los negocios y en la política es considerado una norma casi sagrada hoy día. Se preguntaba Liuba Kogan en su columna de El Comercio a principios de enero: «¿Por qué tanto escándalo por los zapatos cerrados, ternos y corbatas? Porque nos preocupa que los políticos y los hombres de negocios no sean seres extraordinarios y, por lo tanto, personas iluminadas que saben lo que hacen. Los ternos de marca, la pompa de la que se hacen rodear, sus comitivas, su rígida postura corporal generan la ilusión de lo extraordinario: no son como todos nosotros, por lo que deben tener certeza sobre las decisiones económicas, sociales o políticas que toman.»
Personajes tan destacados como Mark Zuckerberg, el gurú de Facebook, Steve Jobs, ídem de Aple, y José Mujica, presidente de Uruguay, son algunos de los famosos que según Kogan se han atrevido a desafiar los ridículos mandados de la moda o la etiqueta, y se presentan habitualmente (presentaba, en el caso de Jobs) a eventos o ceremonias con cómodos atuendos nada formales, incluso en sandalias sin medias (en el caso de Mújica).
Como destaca Kogan, «el riguroso protocolo resulta de un resabio de las formas monárquicas latinoamericanas que no hemos abandonado. En otras palabras, Mujica desenmascara los rituales, el rigor y las formas que rodean al poder: tensión muscular, corbatas ajustadas, ropas calurosas con la ûnalidad de marcar el espacio de lo extraordinario y misterioso (y por ende intocable). Para él no existe una línea divisoria entre la vida cotidiana y el espacio donde se genera la ilusión de lo excepcional relacionado al poder.»
Estos tres personajes, con algunos pocos valientes más, no necesitan hacerse notar o sentirse respetados por llevar encima un Lacoste, un Benetton o un Christian Dior, o calzar unas Nike, Adidas o Reebok. No necesitan adminículos ostentosos, son respetados por lo que han hecho o por lo que son, no por lo que llevan encima. Esperemos que este ejemplo sí cunda en la juventud que los admira tanto, y vayamos poco a poco desechando algunos resabios del pasado, el culto a indumentarias y etiquetas discriminadoras, y bastante poco prácticas en muchos casos.