Jordi Canal-Soler
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Dicen que las mujeres jóvenes de la tribu de los Cocama del Amazonas no se atreven a acercarse solas al río. Lo tienen que hacer siempre en grupos de dos o tres, porque temen que, si fueran a bañarse o a lavar la ropa sin compañía, se les podría aparecer el Bufeo. Es siempre un hombre apuesto, extranjero, vestido elegantemente de tela rosada que siempre va tocado con un sombrero para protegerse del sol. El Bufeo es tan encantador que las chicas se enamoran de él en seguida y lo siguen allá donde vaya. Y siempre, invariablemente, vuelve al río de donde salió. Según la leyenda, el Bufeo, el delfín rosado del Amazonas, se convierte en hombre para seducir a las jóvenes y llevárselas al agua. Como zapatos utiliza peces, como cinturón una boa y como sombrero una raya que le tapa los dos espiráculos que le salen en la frente.
El Bufeo colorado (Inia geoffrensis) es un animal tan huidizo y arisco que las tribus nativas del Amazonas le han atribuido muchas leyendas que lo convierten en un animal misterioso y respetado. Aunque podría proveer de mucha carne a un pescador con sus cerca de 150 kilos, por ejemplo, no se le caza a propósito. A diferencia de su primo tucuxi, el delfín gris de río (Sotalia fluviatilis), que suele jugar cerca de las embarcaciones y se deja ver con más facilidad saltando o sacando la aleta dorsal fuera del agua, el Bufeo es un animal menos sociable que destaca muy poco cuando sale a respirar. En vez de descubrirlo con la vista, se suele detectar más por el ruido que hace en expirar el aire, una fuerte explosión que le ha dado el nombre de Bufeo.
Iquitos, la capital del Departamento de Loreto en el Perú, es la base perfecta para poder ir a observar el Bufeo. Desde Iquitos una carretera nos lleva hasta la población de Nauta, cerca de donde los ríos Marañón y Ucayali se funden en un solo río inmenso que a partir de aquí llevará el nombre de Amazonas. En el puerto de Nauta agarramos una embarcación tradicional de madera, una peque-peque con techo de cañas para protegernos de la lluvia que suele caer por las tardes. Remontamos el río Marañón, de aguas lentas, hacia la entrada de la Reserva de Pacaya-Samiria, la reserva nacional más extensa del país. Aquí nos han asegurado que es posible encontrar a los delfines rosados.
A medida que nos vamos introduciendo en la reserva el río se va haciendo cada vez más estrecho, y la distancia entre las dos riberas cada vez más pequeña: las copas de los árboles penden hacia el agua, como si quisieran abrazarse unas con otras. El calor y la humedad nos envuelven creando un ambiente opresivo que sólo la ligera brisa creada por el movimiento de la barca ayuda a olvidar. El sonido monótono del motor que nos empuja se ha convertido en parte del paisaje junto a los otros ruidos de la selva: los gritos alocados de una pareja de guacamayas rojas (Ara chloropterus) volando por encima de los árboles, unos gemidos tosidos de una mona aulladora roja (Alouatta seniculus) perdida entre el bosque o el rápido aletear de alas de un martín pescador (Chloroceryle amazona) cruzando el río de margen a margen.
Y entonces, de golpe delante nuestro escuchamos una rápida exhalación, alzamos la vista y distinguimos una nube de vapor suspendida en la mitad del río, unos cincuenta metros por delante de la proa. Vemos la huidiza espalda del Bufeo, de aleta dorsal larga y baja escurriéndose entre el agua oscura. El conductor apaga el motor de la barca. Los sonidos de la selva parecen también reducirse para dejarnos concentrar en un silencio que rompe otra vez el fuerte soplido del delfín rosado cuando vuelve a salir a respirar unos minutos más tarde. En esta ocasión lo ha hecho más cerca. La barca retrocede al ritmo lento de la corriente de agua. Vemos una silueta rosada, como una especie de torpedo pasando bajo la quilla que desaparece al instante. El delfín se ha interesado por nosotros. Un pájaro grita en la selva y nos distrae. Escuchamos un chapoteo en el agua próxima y vemos, por unos instantes, como el delfín saca la cabeza del agua y nos observa. La piel húmeda resplandece con un rosado pálido bajo el sol tropical. Sus ojos minúsculos, poco útiles en las aguas del río nos miran directamente. Satisfecha su curiosidad, se sumerge lentamente y desaparece en las profundidades del río.
Esta vez, el Bufeo colorado no se ha convertido en ningún joven seductor, pero en el poblado vecino deberían ir con cuidado. A lo mejor las muchachas, cuando vayan solas al río y vean al delfín, quedaran tan fascinadas como nosotros. Y como nosotros, quizás, querrán seguirlo hacia las oscuras aguas…
Gran articulo. Me gustó la mescla de leyenda y tradiciones con la actualidad.