Por: José Álvarez Alonso
«Ande o no ande, la burra grande», reza el proverbio castellano. No necesariamente el tamaño es sinónimo de eficiencia. Así como en la Edad Media la gente presumía de montura, y el tamaño era uno de los indicadores (¡pero no necesariamente el mejor, como indica el proverbio!), hoy presumen con su sustituto, el carro, y otros adminículos similares.
Veo en un cartel publicitario de una conocida marca que se anuncia un nuevo modelo de camioneta 4 x 4 «Más alta, más grande…». Lo primero que se viene a la mente es el mayor costo en combustible para la persona, porque algunas de esas camionetas consumen el doble o el triple de un utilitario carrito que igual presta el servicio de llevarnos al trabajo o al supermercado. Ni hablar de las ostentosas Hummer, u otras similares, que más que utilidad para transportarse por terrenos fragosos (su cometido oficial, bajo el lema «puedo ir donde quiera»), constituyen artículos de lujo para pasearse por la ciudad…
Pero además uno se puede preguntar: ¿es necesario tener camionetas 4 x 4 más altas y más grandes, y más poderosas, para transitar por las planas y asfaltadas calles de Lima, para llevar al niño al cole, o a la mamá al gimnasio? ¿Saben los fabricantes y consumidores que este mundo está yéndose al abismo (a un suicidio colectivo, en palabras del Papa) por el excesivo e irresponsable consumo de recursos naturales, y especialmente de combustibles fósiles como los que usan las 4 x 4?
Los SUV, o Sport Utility Vehicles, como les dicen los inventores del norte, fueron pensados originalmente para facilitar las actividades al aire libre, para salir con la familia y sus aperos al campo, a la playa o a donde sea. Sin embargo, y para mala suerte del planeta, pronto se convirtieron, en EE.UU. y en todos los países imitadores de las modas del norte, en un símbolo de estatus, y la gente los comenzó a comprar para ir al trabajo, al gimnasio, de compras al ‘mall’, o a la fiesta. Es frecuente ver (aquí y en Gringolandia) a adolescentes estudiantes universitarios acudiendo a las clases con enormes SUV… Una sola persona con tremendo armatoste… En fin.
Y uno se pregunta, ahora que tenemos un nuevo protocolo para el cambio climático firmado en París: ¿debemos seguir con el derroche? Hay que tener en cuenta que ciertas fuentes de emisión de gases de efecto invernadero (GEI) están relacionadas con actividades productivas, y es muy difícil reducirlas sin afectar la economía, especialmente de los más desfavorecidos. Por ejemplo, las relacionadas con la agricultura.
El transporte genera un 37 % de las emisiones de GEI en el Perú (la tala de bosques el 47 %), y de acuerdo con sus compromisos nacionales de reducción de emisiones, el Estado deberá tomar medidas drásticas para ello. Aunque a algunos les suene a blasfemia, en un futuro cercano veremos impuestos al uso de los combustibles, y más altos a los vehículos de mayor consumo. De momento, hasta el FMI propone aplicar impuestos al carbono, de modo que paguen más los que más «emiten».
No está de más recordar que una elevación de 2 °C en la temperatura planetaria es el máximo tolerable determinado por la ONU; ya se ha elevado 0.8 °C desde la época preindustrial, y los impactos en el clima son tremendos, especialmente en los más pobres de las zonas rurales. Ahora bien, para no sobrepasar este umbral, no se debería emitir más de 2900 Giga Toneladas (GT) de GEI al 2050; sin embargo, ya hemos emitido 1900 GT al 2014, y cada año se emiten 80 GT más… El panorama es sombrío.
Los expertos calculan que si todo sigue igual (si no hay una reducción drástica de las emisiones de GEI) ocurriría un incremento de la temperatura entre 3.7 y 4.8 °C para fines de siglo, lo cual implicaría extremos climáticos inimaginables hoy día. Y aún si se cumplen los compromisos actuales de los países (las famosas «contribuciones» anunciadas en los pasados meses) el incremento sería de 3°C para el 2100… Las generaciones venideras maldecirán sin duda la irresponsabilidad ciega y criminal de la actual…
Es obvio que muchas personas en este planeta (y no estoy hablando de los millones de pobres sin acceso a la información, y que además son las que tienen el más bajo nivel de consumo y emisiones de GEI) no son todavía conscientes de que la Humanidad no puede seguir por la ruta del derroche de recursos y del ‘crecimiento ilimitado’.
Para ayudar en la tarea de sensibilización voy a citar un ejemplo, citado por el investigador George Monbiot. El banquero de inversiones Jeremy Grantham se tomó la molestia en hacer el siguiente cálculo: si presumimos que en 3030 A.C. las posesiones totales del pueblo de Egipto llenaban un metro cúbico, y proponemos que crecieron 4,5 % por año (una tasa de crecimiento ‘conservadora’ para nuestros empresarios) ¿Cuál creen que sería el tamaño de esa pila para la Batalla de Actium (o Accio, en 30 A. C.), la que perdieron Cleopatra y Marco Antonio? La cifra es escalofriante: 2.500 trillones (1018) de sistemas solares.
Esto, según estos autores, muestra claramente que la erosión del planeta solo acaba de comenzar. Simplemente no podemos seguir por el mismo camino.