Alumno de colegio del río Tahuayo ocupó primer lugar en concurso de cuento navideño

  • Regional de Loreto, Municipalidad Provincial de Alto Amazonas, Municipalidad Provincial de Mariscal Ramón Castilla, UGEL-Maynas.
  • Convocatoria tuvo el apoyo de “Cajuesiño”, FUNDESAB, “Los Portales”, Gobierno

“El alumno Cristian Rivas Aricara nació en la comunidad de Esperanza, Río Tahuayo, el 2006. Creció rodeado de naturaleza y ríos. Su vida cambió cuando descubrió la lectura en un viejo libro de literatura amazónica llamada “La noche de los mashos”, cursaba el 4to año de secundaria. En el futuro planea continuar leyendo y estudiando para llegar a ser alguien en la vida. Quiere ser el orgullo de su familia y comunidad”. Esta es la biografía del alumno ganador del primer premio del concurso de cuentos navideños “Maurilio Bernardo Paniagua” que anualmente organiza la editorial amazónica Tierra Nueva.
El docente asesor del alumno ganador es Jorge Gil Zambrano, quien desde este año trabaja en la zona del río Tahuayo. Los integrantes del Jurado Calificador fueron Paco Bardales, Sui Yun y Chema Salcedo y contó con la coordinación del profesor José Rodríguez Siguas.
Según el representante de Tierra Nueva en los próximos días se entregarán los premios a los ganadores de este segundo concurso sobre cuentos navideños y el próximo año se realizará similar convocatoria a los alumnos de educación Secundaria.
AQUÍ EL CUENTO GANADOR DEL PRIMER LUGAR
Una segunda oportunidad
Cuando vi a mi padre luego de mucho tiempo tuve una sensación extraña, mi cuerpo no parecía responder y me quedé inmóvil hasta que estuvo cerca. No sonrió ni nada, apenas dijo hola, y fue directo a hablar con mi madre que en la cocina preparaba el almuerzo. Habían pasado 10 años desde la última vez que lo vi, y sinceramente esperaba algo más, sin embargo, no ocurrió nada en ese momento. Lo esperé en la entrada de mi casa, pasaron algunos minutos y por fin apareció. Bajó por las escaleras del emponado y me dijo que pronto iríamos de viaje, tan solo eso. Sin más, nuevamente desapareció en las aguas del Tahuayo con su viejo peque. Fui deprisa a buscar a mi madre. La encontré en la cocina meditando, me dijo que debía pasar navidad con él. Me opuse totalmente, pero, ya todo estaba decidido, mi padre también tenía derecho a pasar tiempo conmigo. Le dije que era una pésima idea, que no lo conocía lo suficiente para ir con el siquiera a la esquina, no podía hacer eso, simplemente no quería hacerlo.

  • Es tu padre, no se puede hacer nada.
  • ¿Qué pues voy a hacer con él? Si ni siquiera me habla, no llama, nada.
  • Ya está decidido.
  • Yo quiero quedarme en Esperanza, acá están mis amigos, acá estas tú, mami.
  • Tendrás que ir hijo.
    La navidad estaba cerca, las clases en el colegio ya habían terminado. El pueblo se encontraba sumido en silencio y yo solo esperaba que el tiempo se detenga. Un día antes de viajar decidí ir a cazar con unos amigos a un lugar cerca de Esperanza, una cochita de nombre Charo. En el trayecto hablé con Diego sobre mi viaje, y su respuesta me dejó pensando un largo rato.
  • Debes ir, cho. Es tu padre, no es cualquier huevón, quieras o no, él te trajo a este mundo.
  • Yo ni se quién es, mi vieja nunca me contó nada de él, ni siquiera lo quiero. Ese cojudo se largó cuando tenía 6 años, no me acordaba ni de su cara.
  • ¿Y que hay? Yo no sé quién es mi papá, al menos tú sabes quién es, aprovecha el tiempo y trata de conocerlo un poco.
  • No sé si podré hacerlo.
  • No seas pendejo, aprovecha ese viaje, aprende de él, hay cosas que una madre jamás podrá enseñarte, quizás ya nunca vuelvas a verle.
    Tomé en serio esa conversación y luego de pensarlo, me resigné a la idea de dejar la comunidad, no sin antes decirle a todos mis amigos que estaría de regreso para las vacaciones y que por favor me esperasen para el campeonato que se celebra cada enero en Tamshiyacu.
    Tomé el único transporte que había en la comunidad, una lancha de nombre “Delfíncito”. Era lunes y todo parecía triste. Dentro de la movilidad no había mucha gente, y para hacer peor las cosas no conocía a nadie. Durante el trayecto escuché a varias personas hablando sobre la navidad. Era increíble escuchar como todos iban a Iquitos a celebrar al lado de sus familias, me emocioné al escuchar todas las historias. Por un momento pensé que yo también iba a pasar lo mismo, que ingenuo fui. Era 24 de diciembre, y hasta en la lancha las decoraciones navideñas tenían presencia, me sentía feliz al solo ver la algarabía de la gente, no pedía nada más.
    Llegué a Iquitos, y con la plata que ahorré durante todo el año pude ir a la Próspero a comprarme un polo y un short. No era lo que había planeado, pero al menos lo compré con mi esfuerzo, y eso, la verdad que me llenaba de orgullo. Trabajé casi dos meses en la chacra de un señor de apellido Rivas, que no era alguien que acostumbraba dar trabajo a la gente del pueblo. Yo supongo que el vio algo en mí, y en algunos de mis más cercanos amigos. Cultivamos sin descanso, hasta que nuestras manos digan basta. Acabábamos en el atardecer, cuando la mayoría de personas regresaba de sus chacras. Hubo una vez que por el trajín del trabajo amanecí con fiebre, pero eso no fue impedimento para ir a nuevamente, y la verdad durante la jornada se me pasó todo el malestar, quizás fue la motivación que tenía en mente. Sabía que mi madre no era capaz de darme ropa nueva durante las fiestas, y no quería ser una carga para ella. Debía de demostrarle que yo podía hacerlo por mí mismo. Me acompañaba un tío que era algo joven y tenía el nombre de un ex futbolista muy conocido, Ronaldiño. Gracias a él pude conocer un poco la ciudad de Iquitos y algunos de sus lugares turísticos. La verdad solo los pude ver de pasada, no con la curiosidad que en ese momento me albergaba. Lo que más me gustó fueron las tiendas y sus decoraciones. Ninguna casa en mi comunidad podía poner si quiera un adorno en sus patios. La ciudad brillaba, y algunas casas me dejaban sin aliento, era la primera vez que sentía realmente lo que muchas veces escuché las películas, el espíritu navideño.
    Esa misma noche, mi tío fue a dejarme a la estación de buses que van a la ciudad de Nauta. El trayecto no era tan largo, tan solo dos horas me separaban de mi padre, y no podía estar más nervioso. Con el éxtasis del viaje no pensé en la hora, que para ese entonces eran las 6 de la tarde. Debía encontrarme con mi padre más o menos a las 8 de la noche, pero no fue así. Una tía de nombre Amanda a la que nunca había visto me esperaba en el paradero de buses. Con un frío abrazo me recogió y me dijo que mi padre me esperaba en la casa.
    Durante el trayecto a la casa de mi abuela, mi tía me contó que mi padre era un tipo muy reservado, y que era muy difícil acercarse a él. Y pese a, el trabajo que él tenía, haría el esfuerzo de pasar la navidad a mi lado. Es por eso que se tomó la molestia de ir hasta donde yo vivo, porque quería pasar tiempo conmigo, quería recuperar mi cariño. Sus palabras no me convencieron del todo. El tiempo que recuerdo pasar con él no fue el mejor. A pesar que tenía 6 años cuando todo sucedió, aquellos recuerdos invadían mi alma, parecía ser que yo nunca le agradé. Solía pegarme sin razón alguna, y cuando no tenía las fuerzas para hacerlo debido a su borrachera me hacía ranear hasta que mis piernas flaquearan del cansancio. Mi mente quería bloquear todos esos recuerdos, pero en el trayecto a la casa de mis abuelos volvieron de un solo golpe. Mi madre me defendió innumerables veces, pero fue en vano, ella recibía una paliza aún mayor que la mía tan solo por salir a mi favor. No entendía el porqué de todo eso, quería que el desaparezca, lo odiaba.
    Luego de 10 minutos llegamos a la casa de mis abuelos. Ellos estaban afuera, pero yo solo buscaba la mirada de mi padre. Los ancianos que nunca había visto en mi vida me dieron abrazos cariñosos que no pude corresponder. Me sentí mal por eso, pero no podía forzar sentimientos a mi corazón. Tan solo quería ver a mi viejo y decirle algunas cosas que estaban guardadas al fondo de mi ser desde el día que se fue. La tristeza invadió mi alma cuando me dijeron que había ido a cazar y que probablemente llegaría al día siguiente. Todos los familiares que no conocía desfilaban por la casa de mis abuelos dándoles regalos y abrazos, mientras que yo en una esquina observa todo, como si fuera un adorno más. Tuve ganas de llorar, pero me contuve. Cuando todo el mundo se ido el abrazó a media noche, mis abuelos se acercaron, me abrazaron débilmente y dijeron feliz navidad.
    Casi a la una de la mañana, me dijeron que debía quedarme a dormir en el sofá de la casa, por un momento pensé que lo decían de broma, pero cuando trajeron una frazada vieja supe que era verdad. La noche fue larga, se escuchaba todo el jolgorio que afuera armaban los vecinos. Yo quería ser uno de ellos, deseaba sentir el calor de la navidad, pero en ese viejo sofá la tristeza invadía mi alma. Cuando estaba a punto de llorar me quedé dormido. Soñé con mi vieja, y su clásico juane navideño, vi a mis amigos corriendo tras las chispitas mariposas. Esperanza lucía igual, la gente en las veredas dándose abrazos, deseándose felices fiestas, mientras que yo al lado de mi madre abrazaba a todos los vecinos. Me desperté intempestivamente, observé el techo desconocido, una sala con muebles que nunca había visto. Traté de sentarme, mis piernas se sentían débiles, todo el estrés del trabajo me estaba pasando factura. Con dificultad logré poner mis pies sobre el suelo, inhalé fuerte para no derramar lágrimas cuando de pronto la puerta sonó. Lo golpes eran efusivos. Nadie acudía a abrir la puerta, y los golpes eran cada vez más molestos. Con la poca fuerza que me quedaba acudí al llamado. Abrí los cerrojos, y vi a mi padre sucio, cansado y malhumorado. En su espalda tenía carne asada de majaz, y en su brazo cargaba su escopeta. Me miró por algunos segundos y de pronto soltó toda su carga, susurró: feliz navidad hijo, perdóname por todo.
    Mi rostro se inundó de lágrimas y sin tiempo para replicar sus palabras lo abracé con fuerza. Flaqueaba, él me sostuvo y empezó a llorar. En ese momento supe que empezaba la mejor navidad de mi vida, y que por fin podía perdonar a mi viejo, la vida me estaba regalando una segunda oportunidad y no debía desaprovecharla. Con voz entrecortada le dije: feliz navidad viejito, no vuelvas a desaparecer.

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