POR: JUAN SOREGUI VARGAS.
EL 1 de mayo de todos los años se celebra el día internacional del trabajador. En el Perú, en especial en nuestra región, las instituciones públicas y privadas, rinden homenaje a ese capital humano que tiene la suerte de trabajar en estos organismos, con mérito o sin él, en la misma fecha o un día antes de lo decretado.
Los diferentes gobernantes de nuestro país han normado, desde hace años, que dos días antes o después de la fecha festiva, los trabajadores no asistan a sus centros de labores para incentivar dizque el turismo interno. De una u otra manera los obreros, empleados y funcionarios de las diversas instancias gubernamentales y privadas, especialmente de las primeras, hagan turismo o no, llegan a sus dependencias agotados y consumidos y con cuentas por pagar por las celebraciones oficiales, lo cual muchas veces los ponen irritables ante el público que asiste para una orientación o servicio. Algunos, incluso, continúan celebrando con permisos por mal estado de salud, debido a algunos excesos cometidos.
En esta celebración del trabajador se ha olvidado de rendir homenaje a una persona que no tiene un sueldo seguro y permanente, que no está en planilla de alguna organización estatal o privada, pero que por la labor que hace durante toda su vida, con el amor que transmite en cada uno de sus actos debería ser honrada todos los días: la madre trabajadora del hogar.
Aquella mujer que se levanta temprano para preparar el desayuno de sus hijos y hasta de sus nietos, aquella mujer que con su creatividad y presionada por la falta de recursos económicos realiza múltiples oficios. Aquella mujer trabajadora que carga con sus huahuitos desde su chacra para vender en las veredas de los mercados para dar el sustento a su descendencia, muchos de ellos mal agradecidos, aquella mujer que en el camino y sin academia aprendió a desarrollar su talento de costurera y modista, aquella mujer que se convierte en la mejor economista del mundo cuando hace milagros con lo poco que tiene la familia, aquella mujer que tiene que lavar la ropa con sus manitos a veces golpeadas por el reumatismo, aquella mujer que en la enfermedad de sus niños se ingenia con una serie de remedios caseros para sanar al infante o joven, aquella mujer trabajadora que con solo primaria completa y a veces sin saber leer y escribir promueve en sus hijos que cumplan con sus valores de honestidad al obligarlos a hacer sus tareas escolares, a aquella chacarera que alimenta a sus hijos en complicidad con la madre naturaleza.
A esta trabajadora vaya nuestro mensaje de amor y de reconocimiento por la labor desplegada en el hogar sin ganar ningún sueldo o salario, sin vacaciones, sin gratificaciones, sin jubilaciones, pero con mucho amor y devoción, y, con la divina misión de proteger a su prole, a su descendencia, y como dice algún verso mío: cuando todo acabe, cuando llegue el big bang, ellas seguirán brotando como guerreras amazónicas para continuar con su noble tarea de trabajar sin desmayo y con mucho amor.
En este 1 de mayo, dediquemos, pues, un homenaje a esa mujer que trabajó y trabaja sin descanso por el bienestar de su descendencia, de su familia y de la sociedad, de aquella que es una fuente de generación de valores que ha permitido hasta ahora sobrevivir en un mundo tan perturbado y que nos da la calma que necesitamos. Un abrazo fraternal a todas estas madres trabajadoras que no están incluidas en las celebraciones oficiales.