CUIDAR EL MEDIO AMBIENTE

Por: José Álvarez Alonso

 

Harto mensaje y hartas actividades por el Día del Medio Ambiente. A algunos nos queda un cierto mal sabor de boca. ¿Qué significa eso de cuidar el ambiente, o ‘medio ambiente’ que dicen algunos? Porque cuando del cuidado del ambiente se trata muchos se quedan en el gesto, en el mensaje vacuo de «hay que cuidar a los árboles que nos dan oxígeno, y no contaminar» (así, en abstracto). A otros ni siquiera les interesa un pepino, lo consideran una preocupación ociosa típica de ‘pitucos’ desocupados.

 

Otros consideran el tema ambiental como una especie de concesión ética, un gesto amable con la naturaleza, que en el fondo se contrapone con el desarrollo, por lo que no hay que darle demasiado espacio. ¡Ah, y los famosos EIA! Los estudios de impacto ambiental de muchos proyectos de desarrollo, y sus ridículas medidas de mitigación, se convierten en un papel mojado, un simple requisito para cumplir la norma, vacíos de contenido y llenos de mentiras e inexactitudes…

 

Algunos califican a los ambientalistas de forma casi despectiva, como aquellos que se preocupan por el ambiente y la naturaleza más que por las personas. Algunos fanáticos miopes llegan a considerarlos como una especie de insensibles opositores al progreso de nuestro pueblo, agentes de una alianza malévola de oenegés y gobiernos extranjeros que se oponen al desarrollo del país.

 

Bueno, pues da la casualidad que el modelo desarrollista a ultranza, que en la Amazonía se traducen en extractivismo mercantil salvaje, es el modelo que ha primado en nuestra región desde que existe memoria escrita, y ya vemos los resultados, en los vergonzosos indicadores sociales, y en el deterioro creciente de la calidad de vida de la gente.

 

Está más que demostrado que el cuidado del ambiente significa enorme ahorro para la economía del país: prevenir un daño ambiental se calcula que cuesta una décima parte de remediarlo. Por el contrario, los pasivos ambientales -especialmente de la minería, pero también de otras muchas actividades económicas – le cuestan al Perú más del 4% del producto bruto interno al año, una cifra monstruosa con la que se podrían financiar multitud de programas sociales y de empleo.

 

En la Amazonía el cuidado del ambiente tiene particulares implicaciones económicas: La mayor parte de la población depende todavía en mayor o menor medida de los recursos de la biodiversidad y, por tanto, de la salud y productividad de los ecosistemas. Para un limeño, que el río Rímac se contamine significa un daño ético y moral; para un poblador amazónico, que su quebrada o su cocha se contamine significa hambre y enfermedad, porque es su despensa y es su fuente de agua. Si no hay animales en el bosque o árboles de maderas valiosas, tenemos un problema de degradación de los ecosistemas, pero al mismo tiempo un grave problema económico: la gente no puede alimentarse adecuadamente y sufre desnutrición, y no puede generar ingresos para solventar su economía doméstica.

 

Defender el ambiente en la selva baja no es, por tanto, una simple cuestión ética o estética, es una cuestión seriamente económica y una cuestión de supervivencia; recuperar y mantener la salud y productividad de nuestros lagos, ríos y quebradas, y de nuestros bosques, es garantía de calidad de vida y de economía para las poblaciones indígenas y ribereñas, y también para muchos pobladores urbanos que viven del comercio de productos silvestres.

 

Hace unos días, me preguntó una niña del colegio de Nuestra Señora de Fátima, en el que estaba dando una charla sobre especies amazónicas en peligro de extinción: Y qué podemos hacer los estudiantes para defender a la naturaleza y a las especies en peligro?

 

«Bien», le contesté, «sí hay cosas que podemos hacer, definitivamente: por ejemplo, muchos de los animales en peligro son cazados de forma inclemente porque hay un mercado en la ciudad que demanda su carne y sus huevos. Si no existiesen iquiteños antojeros y sin escrúpulos que pagan los huevos de charapa a precios exorbitantes, quizás esta especie no estaría al borde de la extinción como está. Y si no hubiese la manía de comer carne de monte o chicharrón de lagarto en la ciudad, no existiría el enorme y vergonzoso comercio de fauna silvestre y sus despojos que da tan mala fama a Iquitos».

 

Porque la ley prohíbe expresamente la venta de carne de monte y de otros productos de fauna silvestre amazónica en ciudades y pueblos mayores de 3,000 habitantes. Los indígenas y campesinos sí pueden cazar una serie de animales para alimentarse -excluyendo los que están en vías de extinción-. Si un citadino quiere comer carne de monte, que viaje a la chacra.

 

Así le contesté a la niña, y remarqué: «Ustedes pueden corregir a sus mamás cuando van al mercado, exigiéndoles que no contribuyan con el tráfico ilegal de especies silvestres, y reclamando a vendedoras y conocidos que participan en él. En todo caso, si todavía se le antoja a alguno comer huevo de charapa, de las que quedan apenas unos pocos miles en la Reserva Pacaya – Samiria, de los millones que hubo en nuestra selva, espero que se le indigesten y le den una buena quicha», acabé, entre las risas alegres de las niñas. Espero que el mensaje haya calado, y cada vez haya menos demanda en Iquitos de productos ilegales de fauna silvestre. Eso contribuirá sin duda a recuperar la salud de nuestros bosques y cuerpos de agua, y a mejorar la calidad de vida de las poblaciones rurales.