Entonces…. ¿Para qué educarle?
Por: Luís Roldán Ríos Córdova rioscordova2010@hotmail.com
Uno realmente encuentra la felicidad de muchas formas, y de muchas formas la perdemos.
La felicidad es sentida bajo diferentes enfoques, los cuales tienen que ver con la idea que cada cultura tiene de su existencia y dentro de ella, del sentido que cada quien haya aprendido a darle a su vida. De suerte que, por ejemplo, para el indígena la felicidad puede estar sólo en el hecho que no le falte qué comer y qué beber, no necesita reloj, igual amanece igual anochece, de modo que su felicidad se circunscribe a la sana naturaleza que le rodea, lo que no ocurre con el «civilizado», o sea, dizqué con nosotros.
De modo que es muy seguro que los indígenas fueron más felices antes que después de la llegada de los españoles y su religión, quienes introducen contra natura y sin lubricante un nuevo concepto de felicidad, y, lo peor…sin tener la menor intención de compartir.
La dominante cultura española utiliza las armas mientras pueda utilizar a Cristo como herramienta de dominación, constituyéndose en el fundamento histórico de nuestra pobreza material y espiritual que por supuesto no nace del mismo pobre ni viene del mismo cielo.
Posteriormente, la heredera clase gobernante toma la posta y brinda una educación sin sentimiento de patria ni justicia. Deduce que el pobre que no sabe por qué es pobre, es más feliz, entonces, ¿Para qué educarle? Piensa.
Desde entonces, parece que mantener en la ignorancia a los pobres sobre las razones de su pobreza, ha sido una práctica soterrada del sistema, respaldada por una Iglesia Católica irresponsable que, abriendo las sotanas, se ha parado delante de los pobres ofreciéndoles el reino de los cielos, mientras los ricos pasan por detrás de las sotanas llevándose las riquezas. Después de los incas, los peruanos nunca más educaron a los peruanos. Ese es nuestro problema ahora.
En realidad, no saber el por qué de nuestra pobreza, es tomarlo como divino, es decir, cosas de diosito, por lo tanto, sólo hay que aceptarlo y vivirlo.
Los esclavos no eran tan infelices como cuando se enteraron que las razones de su esclavitud no eran divinas, sino terrenales.
Por esta razón es mortal para los países ricos que alguien explique a los países pobres las razones de su pobreza.
Creyéndose capitalistas, nuestros gobernantes nacionales han ido menospreciando la educación bajo explicaciones que nunca se dirán públicamente ni estarán escritas en legislación alguna, si tienen la bendición de la Iglesia, mejor.
Nuestros pobres, generalmente campesinos agricultores o mineros, todavía creen que su pobreza es de origen divino, es decir, diosito ha querido así, no se puede discutir los designios del Señor. Buen trabajo de la Iglesia, apacentando a los corderos. A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, dice la Iglesia, sólo que ella permite que los ricos lleven lo que es de Dios con todo lo que es del César.
Esta situación del que se alimenta la clase gobernante especialmente en los países atrasados o en países pobres como el nuestro, se acentúan de tal manera que para la Iglesia, el hombre pobre antes de ser educado es sólo una esperanza que sirve nomás para feligrés; para el capitalismo salvaje el hombre pobre antes de ser educado es una mera eventualidad que sirve sólo para mano de obra barata.
En el caso de los campesinos e indígenas, el concepto de felicidad no está presente en ellos en tanto no exista referente para saber si son felices o no; mientras no se evidencie esos referentes de concepciones occidentales, ellos no sabrán si son felices o no, porque no toman la felicidad bajo esos conceptos. Por ejemplo, en el mundo occidental o moderno, no tener carro puede ser motivo de infelicidad, pero en el mundo indígena (aislado) es lo que menos importa para ser feliz, sencillamente porque el carro no constituye un referente para entender o conocer si son felices o no.
El problema deviene en complicado porque el indígena o el campesino que aún no tiene explicación científica de su pobreza, ya viene maliciando lo que significa la felicidad en el mundo «civilizado» al que se le ha «integrado» sobre todo porque la modernidad ha invadido su ambiente en busca de riqueza como fundamento de la felicidad bajo concepciones occidentales y por lo tanto lo va sintiendo como algo que puede ser suyo también y sin embargo no tiene acceso; pero le falta aún entender lo que ocurre, por ello es que en la medida que no lo entienda, fácilmente puede asimilar explicaciones religiosas y encontrar consuelo en las promesas para vivir en paz aunque no haya justicia. Entonces, ¿Para qué educarle? dicen todos los sistemas y personas que viven de los pobres. Mi empleada, con cama adentro, chacarera ella, seguirá más feliz mientras no se entere que es su derecho trabajar sólo ocho horas, que debe tener vacaciones pagadas, seguro y CTS. ¿O no? Por lo tanto…Ni hagan olas. Igualito dicen los países ricos frente a los países pobres.
Si los campesinos y otros pobres entenderían que su llamada calidez no es sino la timidez del pobre frente al rico, sin dejar de ser solidarios y amigables, entendiendo la generosidad bajo otras cuantificaciones, dejaría de ser aquella persona que se intimida ante los ricos, reverencias que de yapa sirven como atractivo turístico de las poblaciones pobres.
Si los pobres y los campesinos entenderían que las causas de su pobreza no son producto de la mala suerte o los designios de diosito, otra sería la actitud de nuestras poblaciones para cambiar su propia realidad, desde la misma base de su estructura sin esperar que las iniciativas de desarrollo les vengan del gobierno como dádivas.
La educación, si hay buena voluntad, debe entender que más importante que hacerles CONOCER es hacerles ENTENDER, educar es llenarle de entendimiento para que pueda interpretar su realidad que ha de servir de fuente de donde le vendrá la creatividad para solucionar sus problemas. Llenarle de conocimiento, puede ser sólo el propósito de un sistema de explotación; visto así, el hombre que sólo conoce seguirá siendo una esperanza, pero si entiende ya no será sólo una eventualidad.
El pobre que sabe por qué es pobre, querrá ser actor de su propio avance, porque ya habrá dejado atrás la idea capitalista de la propia culpa o la idea religiosa de que todo es cosa del Señor. Entonces, sabiendo por qué es pobre ya no le hará feliz ver que la calidad de la educación es sólo de unos, la salud es sólo para los ricos y la seguridad es sólo para los que pueden cuidarse.
Como es imposible retroceder al mundo de la felicidad pre-hispánica, para que los pobres nos ayuden a gobernar hay que darle una educación que le explique las razones de su pobreza y sea feliz dándole sentido terrenal a su vida. ¿Tú qué opinas?