Por: José Álvarez Alonso
Santa Rita de Castilla no se parece en nada a la ´tranquila comunidad que conocí allá en los años 80 y 90. He vuelto a visitar esta y otras comunidades del Marañón y sus afluentes luego de casi 20 años, y veo que “el barranco”, como dicen en Loreto, que es lo mismo que decir el río, se acabó de llevar el pueblo antiguo, incluyendo la cocha brava que lo bordeaba por la orilla del río hacia arriba. Era una cocha como tantas de las riberas de los ríos “de agua blanca”, cubierta de huama, putu putu, gramalote y tabaco lagarto, formando espesos “tamalones”, y poblada por tuqui tuquis, garzas, trompeteros de agua y demás moradores de estos tan amazónicos ecosistemas.
Las señoras que venden juane de pollo en el puerto (no hay pescado, y muy pocas gallinas regionales, pero sí pollo con sabor a harina de anchoveta) me comentan que un día de tormenta la boa se llevó la cocha con todo y sus tamalones y demás habitantes animales y vegetales.
“La boa hizo tremenda tormenta, con truenos, relámpagos, y un lluvión de casi un día”, me dice una de las señoras, añadiendo a sus palabras los expresivos gestos y sonidos tan característicos de la narrativa oral amazónica. “Algunos la vieron salir con toda su comparsa de huamas y gramalotes, hizo temblar la tierra, y se largó molesta, dice que por la contaminación del petróleo.”
No es primera vez que escucho de la boa (es decir, la anaconda) o yacumama saliendo de una cocha muerta, cocha brava o aguajal, luego de un día de intensas lluvias. De hecho, he sido testigo indirecto de dos casos similares, uno en el alto Tigre, a principios de los 90, y otro en el Amazonas, cerca de Indiana, a fines de los 90. Este último caso fue famoso porque salió la noticia a nivel nacional, e incluso rebotó en el exterior, pues supuestamente más 400 personas de la comunidad cercana habían visto a un monstruo de más de cuarenta metros. Como nunca se ha encontrado una anaconda de más de ocho metros, la expectativa era enorme.
Jorge Chávez Sibina, por entonces el alcalde de Maynas, promocionó mediáticamente el tema de la anaconda gigante con miras a atraer turismo a Loreto. Fletó incluso dos avionetas para llevar a periodistas de Lima al lugar de los hechos. En ausencia del recordado Pekka Soini, herpetólogo por entonces del IIAP, fui comisionado como “experto” para acompañar a la delegación. La avioneta sobrevoló el escenario del tremendo suceso antes de acuatizar, y como yo sospechaba, observé que había ocurrido algo similar a lo que vi unos años antes en el alto Tigre: el río había ido erosionando una zona cercana a un aguajal, que era un antiguo cauce del Amazonas, cubierto por vegetación flotante, incluyendo aguajes, que como se sabe llegan a crecer sobre los tamalones que forman una espesa capa en cochas muy antiguas en proceso de colmatación. Luego de unas doce horas o más de lluvia intensa (dato corroborado por los pobladores), la presión del agua estancada en este humedal venció la resistencia del dique que lo separaba del cauce del río, que en ese momento estaba varios metros por debajo del nivel del agua en el aguajal, y se produjo una especie de “huayco amazónico”, un torrente de agua con lodo y vegetación flotante, que se deslizó como una gigantesca serpiente por el cauce del caño que drenaba el aguajal hasta el río.
Entrevistando luego a los pobladores de la comunidad cercana comprobamos que habían sido cuatro o cinco los pescadores que estuvieron realmente presentes durante el fenómeno. Les pregunté a estos si habían visto a la boa. Al principio afirmaban que sí, pero ante mis preguntas por más detalles terminaron confesando que lo que habían visto era a los tamalones, incluyendo algunos aguajes arraigados encima, deslizándose hacia el río como transportados por una serpiente gigante. “Seguro que debajo estaba la boa”, decían.
Expliqué luego a los periodistas que se trataba de un fenómeno natural, si bien no tan común, y que, aunque sin duda habría anacondas bien grandes en ese aguajal como en otros humedales, el “huayco amazónico” había sido provocado por la coincidencia de circunstancias naturales explicadas más arriba. Sin embargo, los alumnos indígenas del Programa de Educación Bilingüe de AIDESEP (FORMABIAB) no quedaron ni un pelo de contentos con mis declaraciones, aparecidas en diversos medios, convencidos de que la yacumama gigante y sus coléricas reacciones eran tan verídicas como cualquier otro fenómeno amazónico, y me retaron a demostrar lo contrario. Bueno, hicimos las paces luego cuando les expliqué que yo no negaba la existencia de la yacumama, sino que en ese caso concreto la causa del huayco amazónico tenía explicaciones naturales.
El mito de las anacondas gigantes es bien antiguo. Cada cierto tiempo aparecen noticias e incluso fotografías (generalmente trucadas) de supuestos monstruos de decenas de metros. La verdad es que nunca se ha podido encontrar una anaconda, que efectivamente es la serpiente más pesada del mundo (la más larga registrada es una pitón asiática), de más de ocho metros.
Ya hace más de un siglo el dos veces presidente de EE.UU. Theodore Roosevelt, gran apasionado de la caza y de la vida silvestre, ofreció una recompensa de 1 000 dólares, que entonces era una pequeña fortuna, a quien encontrase una anaconda de más de nueve metros . El premio creció con los años, hasta llegar a los 50 000 dólares ofrecidos por Wildlife Conservation Society a quien encuentre tal monstruo de más de nueve metros. Nadie hasta ahora ha reclamado el premio. Así que anímense.