Por: José Álvarez Alonso
La sala estaba abarrotada de furiosos padres de familia. La causa de su cólera era un ínfimo personaje, quien gracias a sus habilidades académicas y contactos había ganado el concurso para director del colegio segundario de Intuto, capital del distrito de El Tigre. Yo asistí curioso de ver el desenlace de tan previsiblemente agitada reunión: menudearon las intervenciones de padres y madres de familia que acusaban al mal profesor de diversos delitos y errores: que se había reunido con su propia alumna, que tenía abandonada a su familia en Iquitos, que faltaba frecuentemente a clases, que era un borracho, que vendía notas, que había rumores que había violado a su propia hija, que estaba acostumbrado a acosar a sus alumnas y a “escuchar” a las chicas cuando iban al baño (qué vergüenza)…
El profesorzucho con gran currículo soportó impávido la andanada de acusaciones y testimonios, a cual más vergonzoso (acusaciones que no podía negar, porque en ese pequeño pueblo todos eran testigos de sus fechorías y mala vida) y sólo atinaba a decir, sin mirar a la cara a sus acusadores: “Yo pido que me perdonen, prometo cambiar, todos merecemos una segunda oportunidad”. De poco sirvieron los gritos de los airados padres de familia “ya te conocemos, viejo mañoso”, “gallina que come huevo…” y cosas por el estilo. Asumió finalmente su cargo, avalado por los papeles de su abultado currículo, el concurso para directores, y quizás ayudado por algún ‘compañero de botella’ en la Dirección Regional de Educación, y la gente se tuvo que resignar a una pésima gestión y a la repetición ad infinitum de sus sinvergüenzadas: volvió a traficar con notas, vendió equipos y materiales de laboratorio del colegio y víveres del desayuno escolar, volvió a acosar a sus alumnas… Casos como éste abundan en la región, y seguro que los lectores conocen alguno parecido.
No me gustan las designaciones a dedo, y creo que la democracia es el menos malo de los sistemas; pero la democracia tiene sus límites, especialmente cuando las instituciones no funcionan bien. Con el tema de los concursos públicos para ciertos puestos ocurre con frecuencia que sólo se valora algunos aspectos, relativos a las capacidades y méritos “documentados” de los postulantes (generalmente conocimientos académicos, títulos y certificados) y se excluye aspectos más intangibles y difíciles de documentar con papeles: honestidad, eficiencia, voluntad, capacidad de trabajo; o, en todo caso, esos elementos quedan a discreción del jurado calificador, que con frecuencia utiliza la casilla de “entrevista personal” para favorecer al recomendado o preseleccionado previo pago…
Ni qué decir de los aspectos negativos: ¿acaso constan en el dossier de los candidatos sus malos hábitos, sus vicios, sus debilidades, sus antecedentes de negligencia, haraganería, corrupción y demás, tan importantes para valorar a una persona? No dejo de admirarme cuando me entero del nombramiento para un importante puesto de algún individuo con turbios antecedentes y con kilométrico rabo de paja. “Es buen profesional”, escucho que dicen algunos ignaros. “Sí, con postgrado en trafería, coimisionología y pendejez al cubo”, les remarco. Varios amigos me comentan que algunos (ojo, ‘algunos’) de los profesores que han subido de escalafón en la carrera pública magisterial no son precisamente los mejores profesores, sino que están entre los más haraganes y viciosos, aunque eso sí, intelectualmente capaces. ¿Algún día se calificará también esos otros aspectos en los concursos? Cabe resaltar que en EE.UU. y en países de la Commonwealth (U.K. y sus ex colonias) quienes dirigen las universidades y otras instituciones académicas no son profesores, sino administradores profesionales (chancellor, vice chancellor). ¿Cuándo aprenderemos que los mejores profesores pueden ser los peores administradores?
Estos comentarios vienen a cuento de las acusaciones que algunos dirigentes del cuestionadísimo SUTEP han hecho a la recientemente designada Directora de de Educación de Loreto, la Lic. Efrocina Gonzales, que fundamentalmente son dos: que no tiene nivel académico para el puesto, y que fue designada a dedo. ¿Es un concurso público la solución a los graves y crónicos problemas que aquejan a tan estratégico estamento público? Yo lo dudo mucho: ya sabemos lo que ocurrió con el famoso director que ganó un concurso para ese puesto hace unos años, y tuvo que ser destituido por las apabullantes evidencias de malos manejos, escándalos y pésima gestión. Y no se cuestionó su nivel académico (dicen que fue un alumno brillante en el pedagógico) pero sí su integridad moral y su capacidad de gestión.
A muchos como a mí no nos cabe ninguna duda de que para un puesto como éste no son tan necesarios laureles académicos (no se trata de dictar cátedra desde un escritorio de director) como capacidad de gestión, y, especialmente, valores éticos (no hay que olvidar que la corrupción es, a decir de casi todos, el principal problema en el sector educación). Y no me cabe ninguna duda de que la Lic. Gonzales tiene la capacidad gerencial, la calidad humana, la voluntad de trabajo, y la integridad y decencia necesarias para el puesto que ocupa; tampoco le falta, por lo que sé, el nivel académico que algunos le exigen –tiene un postgrado en gestión pública-, ni tampoco experiencia, pues lleva tres décadas ocupando diversos puestos en la Universidad; pero lo que sin duda sí tiene es mayor nivel moral, decisión y capacidad de trabajo que algunos de sus críticos, y eso es lo que necesita el alicaído sector educación en estos momentos.
Inflación de títulos
Sabiendo cómo se consiguen hoy los títulos y los certificados en Perú, considero que debería reevaluarse los sistemas de concursos públicos, basados casi exclusivamente en “cartones”. Y no me estoy refiriendo sólo a los títulos fabricados en Jr. Azángaro, sino al floreciente mercado maestrías, doctorados, diplomados, certificados, y toda esa maraña de calificaciones modernas que se ofrecen al mejor postor, pues existen escalas de precios y niveles de “delegación” (trabajos, tesis y asistencia a clases están también en la minuta de lo que se comercia). Actualmente, dada la inflación de títulos, ya no basta tener un título universitario, o un postgrado: hay que saber de qué institución proviene para saber si significa algo o simplemente es un título “devaluado”, equivalente a un recibo de pago.
Hasta la UNESCO ha dado la voz de alarma sobre la “inflación de títulos universitarios”´: según un estudio, en los próximos 30 años se emitirán más títulos universitarios que en toda la historia de la humanidad. Y eso que la mayoría de los títulos son emitidos en el llamado “Primer Mundo”, donde efectivamente la gente tiene que asistir a clases y pasar sus exámenes. Millones de personas con título universitario en el Mundo no pueden ejercer la profesión que estudiaron, y el problema se agrava día a día.
Para concluir: los doctorados son una especialización extrema en un aspecto del conocimiento. Y cuando uno profundiza mucho en algo, pierde amplitud de visión y perspectiva. Por eso hay quienes cuestionan la excesiva “idolatría” a estos cartones que sirven mucho para el mundo académico y el de investigación, pero que con frecuencia no sirven para gran cosa en el desempeño profesional en la vida real, especialmente en puestos de gestión y otros que requieren amplia visión, y habilidades y conocimientos multidisciplinarios.
Muy buen comentario, pero digitado. Cuanto te pago el pelacho para alabar a la nueva directora de la DREL puesta a dedo. Tampoco tienes la moral suficiente para reconocer los logros del profesor que haces mencion que fue el unico que gano un concurso publico para ese puesto y que fue sacado ilegalmente por no subordinarse al pelacho corrupto y su pandilla, eso si no comentas en tu columna. Antes te leia como un columnista sensato, veraz, e imparcial, pero con este articulo te me caiste, pero en fin como dicen todos tienen su precio.