Por: Rulfer Vicente Huamani
En Iquitos, uno no puede dejar de observar a los atrayentes y pintorescos minibuses llamados “jumbos” que circulan en las principales avenidas, un medio de transporte muy económico, tanto, para la población local y de turistas, un componente importante de la cultura iquiteña y de su vida cotidiana. Originalmente, concebidos como vehículos de carga, convertidos y adaptados por los metalmecánicos loretanos a semejanza a las famosas CUSTER un modelo de Toyota denominado Coaster, es decir los “jumbos” son minibuses con chasis de camión de diferentes marcas y origen.
El principal distintivo que resalta es la forma estructural de la carrocería, están hechas con las mejores maderas de la Amazonía peruana, como el cedro y la caoba. No obstante, el servicio que prestan es conmovedor, no cumple con los requerimientos básicos de confort y seguridad; no tienen puertas plegadizas; las ventanas parecen estar desprotegidas, cuando llueve se resguarda destrabando manualmente las lumbreras ocultas; el ducto del filtro del aire para el motor se ubica en el interior del vehículo que funge de agarradero y recostadero; algunos presentan grietas en el piso interior por donde emana el calor del motor, causando malestares a los usuarios; ninguno de los “jumbos” que circulan en la ciudad cuenta con rampas electromecánicas, extraíbles o rebatibles que garanticen la accesibilidad para personas con discapacidad. Hay otros tantos “jumbos” vetustos que por el uso excesivo y posiblemente nulas reparaciones, en cada parada expiden humo hacia los lados y deja una estela de humareda al transitar.
Viajar en estos singulares vehículos es toda una odisea, tan pronto uno sube los desvelos y perezas desaparecen en un santiamén por la retumbante música, peor aún si están en “gana gana” con otros “jumbos”, arremeten sin importar la velocidad máxima permitida, de esta manera acortan y alargan las frecuencias. Los sufridos usuarios van aferrados de las manivelas de los incómodos y ajustados asientos, contorsionando y magullando el organismo. La avenida Participación, Quiñones o la Marina, infraestructuras viales, menos mal, con poca aglomeración de automóviles, se convierten en una “pista” de persecución y demostración de supremacías de manejo, otras veces para acaparar pasajeros, en ocasiones provocan accidentes fatales y lesiones que, finalmente, son los principales factores de la desconfianza de los usuarios.
En horas punta ni hablar, nadie tiene derecho a demandar prudencia, si un pasajero se atreve reclamar, los altivos choferes que más parecen “disk jay” de discoteca marginal, te mira por el espejo retrovisor diciéndote: bájate y vete en motocarro. Los cobradores, muchos de ellos menores de edad, sin ninguna instrucción para la atención del público usuario, solo cumplen dos funciones concretas el de “cobrador” y “llamador”, la mayoría sin avidez, con poca voluntad para ayudar a los ancianos, discapacitados, niños, madres con carga, etc.; sin embargo, hostigan a los niños y escolares a desocupar los asientos, vulnerando sus derechos. Es preocupante advertir esta realidad, la incesante y paulatina agresión verbal, ha forjado recelo y miedo, algunos niños ni siquiera se atreven a sentarse en los asientos desocupados con temor a la arbitrariedad, una forma sutil de discriminación y maltrato.
El común denominador de los operadores del servicio (choferes) es el desconocimiento a la autoridad, a sus funciones y atribuciones en el tema de protección a los usuarios; por ejemplo, no utiliza el cinturón de seguridad, creen ser muy listos, a la presencia de la Policía Nacional u otra autoridad, rápidamente simulan traerlo puesto al engancharlo a cualquier parte de su asiento y pasado el susto se lo quitan sin tapujos; hablan por celulares como en su casa; algunas veces el operador del servicio, negligentemente realiza labores de cobrador y de llamador de pasajeros.
La realidad es que, miles de personas no tienen otra alternativa, entonces se ven en la necesidad de viajar en estos alegóricos medios de transporte masivo; a otros usuarios naturalmente les agrada trasladarse por la aparente frescura y panorama, en algunas tramos suben vendedores, cantantes y payasos que disipan los desconsuelos y aburrimientos. En las últimas cuadras de la calle Próspero a la altura del mercado Belén, las congestiones y embotellamientos son cotidianos, los “jumbos” y los “motocarros” se detienen con el motor prendido emitiendo varios tipos de gases y partículas, como el monóxido de carbono (CO), dióxido de carbono (CO2), etc. En otras ocasiones los desfiles, ceremonias cívico-militares, construcciones, etc., generan congestión vehicular, los pasajeros quedan atrapados, sufriendo los bochornos de calor e inhalando humos tóxicos que aumenta el riesgo de enfermedades respiratorias.
Es de saber que, en la actualidad el transporte público y particular no rebalsa avenidas y calles de la ciudad de Iquitos, como en otras ciudades del Perú. Otro dato a considerar es el incremento del parque automotor, especialmente de camionetas y autos que, paulatinamente, podría equiparar al resto de las ciudades de la Amazonía peruana, este crecimiento está relacionado con la “oferta”, esperemos que el incremento no sea indiscriminado.
La tarifa en los “jumbos” varía de acuerdo a la distancia, por ejemplo, dentro del “casco urbano” de Iquitos es de 1 sol, más allá del Terminal de la carretera Iquitos-Nauta hasta el sector de Varillal (km 13) es de 2 soles; asimismo, a Santo Tomas y a Santa Clara es de 1,5 soles, a diferencia de los motocarros donde la negociación y el regateo son cruciales, ya que el precio sugerido por su conductor siempre será excesivo, especialmente para los turistas, los motocarros son ideales para viajes cortos, a veces costará el doble, pero el traslado es más rápido. No existe pasaje zonal como en los “conos” de la ciudad de Lima.
En conclusión, viajar en estos misturados “jumbos” es una manera práctica y económica de trasladarse. Para los visitantes o turistas, definitivamente es atrayente subir a uno, cabe precisar que por las carencias de confort y seguridad, no califica para considerarse como “atractivo turístico” aunque muchos, sin objetividad opinan que sí lo es.