Por: José Vásquez La Torre
Ese día se levanto más intolerante que nunca. Abrió la puerta de su casa y contempló cómo los motocarros circulaban por la ciclo vía de la Av. Mariscal Cáceres y decidió tomar medidas que no le competen, pensó varias cosas, finalmente optó por colocar una madera a manera de tranca en la misma ciclo vía, para disuadir a los conductores que se atrevían usar esta vía, por que él, así lo decide, esperó hasta la tarde para que el obstáculo sea lo menos visible posible y afecte con más fuerza a quien se diera el golpe.
Solo tuvo que esperar unos minutos hasta que apareció un ciclista, confiado en su ejercicio rutinario se acercó a la trampa y saz, se encontró con la tranca, el golpe y su efecto fue terrible, el ciclista cayo directamente de cabeza contra el pavimento quedando paralizado su cuerpo, sangrando abundantemente por la nariz y la boca, no podía moverse, su cuerpo no le respondía, al fin recuperaba poco a poco el conocimiento.
Con indiferencia y satisfacción cerró su puerta, se olvidó del accidentado y se preparó para darse una ducha y disfrutar tranquilamente de su cena, la lección había sido dada.
Mientras tanto, el ciclista se asfixiaba con su sangre y nadie era capaz de prestarle auxilio, en ese instante pasan dos ángeles vestidos de policías, una jovencita y un mozo. Sin esperar más paran un motocarro y con mucho cuidado levantan la cabeza del accidentado, ensucian sus uniformes con sangre pero cumpliendo una misión que Dios les encomendó llevan al herido al hospital más cercano.
El ciclista puede hablar ahora y les pide dispongan de su móvil para avisar a sus familiares, usan el dinero que portaba para los pagos requeridos por el hospital como rayos x, tomografía, collarín para el cuello, etc., llaman a un pariente médico de la víctima, buscan en el centro médico al Dr. Ernesto Salazar, famoso neurocirujano que se encuentra en el hospital, quien acude a ver al paciente, al que reconoce, le encuentra traumatismo encéfalo craneano grave, complicaciones en la cerviz, golpes y laceraciones en todo el cuerpo, voladura de dientes, etc.
Receta inmediatamente las medicinas necesarias que los jóvenes adquieren rápidamente iniciándoce con prontitud el tratamiento. A esas horas los familiares se hacen presentes atendiendo las llamadas telefónicas que les hicieran los policías, acude también el traumatólogo Dr. Eduardo Murata, luego los policías hacen entrega de las pertenencias a la hija del accidentado y tal como llegaron se despiden del enfermo, no sin antes desearle pronta mejoría y desaparecen de nuestra presencia milagrosamente.
Han pasado treinta días de mucha angustia, el paciente se recupera lentamente del traumatismo que pudo haberle costado la vida. Según el médico que lo atiende ahora, tendrá que continuar un largo tratamiento que incluye la puesta permanente de un collarín para sostener la cabeza, un prolongado descanso médico y probablemente la jubilación de su trabajo.
La pregunta que se hacen sus familiares, las personas conocidas del accidentado, son:
¿Puede un ciudadano cualquiera sin ninguna autorización cerrar una vía porque se ocurre solamente?
¿Dónde están las autoridades, a las que les encargamos el control de nuestra ciudad mediante nuestros votos?
¿Se podrá seguir viviendo en una ciudad como ésta, y qué otros problemas más tendremos que afrontar, y quién será el llamado a solucionarlos más adelante?
vasquezlt@hotmail.com (05/09/12)