Una obra, una denuncia: «Los niños de Belén»

Nuestra sociedad es sorda y muda a los clamores silenciosos de los desposeídos de la fortuna, todos sabemos que el dolor camina por nuestras calles, disfrazado de miseria y hambre, en las escuálidas espaldas de  aquellos niños nacidos de las precariedades de nuestra sociedad, hijos  de padres insensibles e indolentes, y en el peor de los casos, alcohólicos y drogadictos, y todos volteamos la cara y hacemos oídos sordos, desnudando nuestra miseria humana, para no darnos por enterados   de su existencia.

 

Desgraciadamente los niños y niñas  a lo largo de la historia, han sido víctimas del descuido, violencia, olvido o simple indolencia de las sociedades. Durante la expansión del Cristianismo en el siglo IV, se reconoció al niño como poseedor de un alma, aunque siempre sin normas que lo protejan del abuso y maltrato de los adultos. Recién en el siglo XVIII, apareció «El Emilio en la educación»  (1762) de Jean Jacques Rousseau, preocupado por la formación de los niños, y este se convirtió a lo largo de los siglos en un tema referente en todas las sociedades, siempre con el carácter de denuncia en sus diferentes formas y ha alcanzado a la nuestra en la palabra escrita de un educador loretano como Armando Vicente Coral Borja, con su obra testimonial «Los niños de Belén».

 

Las grandes distancias entre pobres y ricos existentes en  Europa, provocada por el crecimiento económico y su mala distribución derivada de la Revolución Industrial, la expansión de las ciudades y el incremento de la población en pobreza extrema, condenaron a la infancia a trabajar en las calles. En ese contexto y como ángel bajado del cielo, aparece Charles Dickens, quien narra las aventuras de Oliver Twist, huérfano al que las circunstancias arrojaron al mundo del hampa. Esta novela es el relato más oscuro del Londres victoriano, con un niño como protagonista, quien sobrevive al amparo de una serie de situaciones que rozan en la ilegalidad, al llegar a una pandilla de ladronzuelos,  dirigida por un adulto. En el siglo XVI, aparece «El lazarillo de Tormes», sin autor conocido, le siguen «Rinconete y Cortadillo» de Miguel de Cervantes y el clásico «La vida de Buscón de los Pablos» de Francisco de Quevedo y Villegas, quienes también  muestran sus preocupaciones que les motivan los niños desposeídos por la fortuna.

 

La literatura peruana, no es ajena a estas situaciones de tanta trascendencia social y humana, cuyos personajes son nuestros niños víctimas de una sociedad indolente y cruel. «Los gallinazos sin plumas» de Julio Ramón Ribeyro, recoge una cruda muestra de la explotación infantil por la familia y denuncia una realidad que se encuentra en cada rincón de Lima. Enrique Congrains, en «Un niño junto del cielo», relata la llegada de Esteban, un niño de Tarma a El Agustino, barriada limeña, donde se enfrenta a una sociedad deshumanizada y violenta, con la que tiene que lidiar día a día, para poder vivir.  Isaac Felipe Montoro, en su novela «Callejón de la soledad», refleja la tragedia de los niños migrantes de las provincias, que deambulan diariamente por las calles, canillitas, lustrabotas y limosneros desamparados. El piurano Cronwell Jara, en su obra «Matacerdos», nos relata la vida de Yococo, un niño que por su pobreza extrema se alimentaba de ratas.

 

Otros niños emblemáticos que la literatura peruana ha regalado a la historia, son «Paco Yunque» de César Vallejo, así como el Ernesto de José María Arguedas sin olvidar a «Ximena de los caminos» de Laura Restrepo. Quienes sufren desde sus páginas, las diferencias y tragedias de aquellos que sólo nacieron para sufrir.

 

Por ello, es reconfortante, la reciente aparición, en nuestro medio, de la obra «Los Hijos de Belén», de Armando Coral Borja, una  lacerante descripción de los pilluelos que pululan en el espacio más sórdido de Iquitos, Belén, muchachitos desamparados que viven, crecen y mueren, en condiciones infrahumanas, ante una sociedad que no ve en ellos los dramas de desesperanza, desamparo y miseria que encierra cada uno de ellos, sino solamente al rapaz insolente y fastidioso que corretea por los vericuetos de ese populoso laberinto de casuchas y precariedades que, se nos antoja, guardando las diferencias y distancias a las calles del Oliver Twist de Dickens. Esta obra, de Armando Coral,  no es una novela, no es un cuento, es una trama de ensayo-denuncia de hechos reales, que el autor, educador de profesión, desnuda derivado de una experiencia vivida con otros profesionales de diferente formación, tratando de sustraerles del doloroso vía crucis de sus existencias, quienes no son otros que los hijos de Belén. Delirante, lacerante y violento el escenario que tienen por rutina diaria, cuyas personificaciones, cada cual más triste, responden al desamparo al que nuestro medio los condena, responsabilidad que hasta ahora no la asumimos con el necesario y obligado compromiso que nos atañe a cada uno, en una sociedad que, suponemos, nos pertenece a todos, menos a aquellos que nos motiva esta nota.

 

Las autoridades, los funcionarios de las diferentes instituciones públicas y no públicas, los políticos que siempre tratan de estar en las portadas, los  periodistas, aquellos que siempre compiten por desnudar nuestras falencias, deberían hacerse eco del mensaje que entre sus páginas encierra  esta obra y tomarlo como un reto, como una obligación de incluir en sus propuestas, para cicatrizar esta herida que la tenemos abierta desde siempre. Creemos que no puede existir alguien, que ufanándose de hombre de bien, con cierto nivel de decencia, cultura y sensibilidad, pueda sustraerse de tener una opinión positiva de la obra de Armando Coral Borja, porque de no ser así, creemos que debería preocuparse urgentemente de sí mismo, porque personas así no  pueden tener cabida, lugar o espacio en nuestra sociedad.

 

Desde estas páginas, felicitamos muy de veras al autor, abrigando el deseo de que prosiga el camino iniciado, para que otros, preocupados de nuestros problemas más clamorosos, como el que aquí comentamos, sigan sus huellas.

 

Por: HUGO SAAVEDRA ELÉSPURU

DNI  N° 05235799

Maestro  Normalista

Especialista en EBR

 

Un comentario sobre “Una obra, una denuncia: «Los niños de Belén»

  1. Saludo la aparición del libro de Armando Coral, y me place enormemente leer elogiosos comentarios a su aparición, mejor aún la llamada de atención a las autoridades y colectividad para que hagan suyas las preocupaciones del autor.
    Estaré a la presentación del libro en el mes de mayo en el Congreso de la República, como muchos loretanos, orgulloso.
    Cordiales saludos a Armando, y a Hugo Saavedra, querido amigo.

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