Sin poder Cambiar

Fernando Herman Moberg Tobies
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hmoberg@hotmail.com

 

Miguel sabe que lo andan buscando, acaba de llegar a casa después de un largo viaje, necesita estar con su familia, bajar la ansiedad del peligroso trajín que volvió a recorrer, quiere abrazar a su mujer, llenarla de regalos y gozar de la sonrisa de sus hijos que son el motor de sus decisiones no tan acertadas.
Toca el timbre del lugar donde solo ahí se siente tranquilo, tiene una maleta de mano color marrón, los rayos de sol impactan en las losetas grises que resaltan la cabellera negra y el porte de hombre vivido de Miguel, que espera ver a su familia. Abren la puerta, su mujer lo abraza con ternura que no compra el dinero, salen sus hijos corriendo, se abalanzan a sus brazos, lo llenan de besos y amor, el brillo de los ojos de sus pequeños, sus inocencia y sana dependencia, lo lastiman, recuerda el último negocio que le acaba de salir mal, sabe que en unos días podrían quitar la esperanza a los suyos.
Teresa su esposa, saca la ropa sucia del maletín, acomoda sus documentos sin leerlos y guarda el dinero en una caja fuerte, mientras Miguel comparte historias con quienes heredarán su valentía y hazañas. «Te vamos a matar, tu familia será la primera en pagar las consecuencias de tu viveza, no vas a poder escapar, tiempo es lo que más nos sobra, y la falta de lealtad será tu arrepentimiento». Aparecen las palabras que no puede evitar en sus pensamientos, se siente indigno ante tanto desborde de atención y afecto ciego incondicional, quería darle a su familia una mejor condición de vida dentro de la sociedad que divide, reprime y desvía a los humanos en el sistema materialista consumidor, había transportado consecutivamente cocaína a Europa, que le permitió posicionar su grifo, crearse como empresario, y olvidarse de sus orígenes. Año tras año veía como el tráfico ilícito de drogas le daba lo que soñaba: carros que podrían alimentar más de mil familias por más de cinco años, motos de carrera que servían para demostrar que se divertían de manera superior a los que luchan dignamente, viajes vacacionales de derroche y placer que pisoteaban la idea de un crecimiento consiente y respetado. Miguel había escondido detalles e información de lo que hacía ilegalmente, nadie se imaginaba en lo que estaba metido.
«Ya no quiero seguir en la línea, me voy a retirar, quiero estar con mi familia, dedicarme a otros negocios, ya estoy cansado y viejo para esto, todo el pacto de lealtad y confidencia queda sellado en mi palabra». Miguel consideraba que así de fácil como entro, podría irse, y acabo equivocado, salió huyendo por carretera desde Suiza, para luego volar en varias avionetas hasta llegar a Iquitos, intentando burlar a sus ex socios que ahora lo perseguían. Al llegar a Perú, movió algunas influencias para buscar un nuevo lugar seguro a donde mudarse y empezar de nuevo, lejos de lo que él mismo provocó.
Teresa los llama desde la cocina, pidiendo que paren de jugar y vayan a alimentarse. Miguel presiente que tanta felicidad con un inmenso problema detrás, no puede ser tan real, sus hijos comen, su mujer le cuenta las novedades de la isla en su tiempo de ausencia, pero él sigue intranquilo, un latido en su corazón se transforma en escalofrío e invade todo su cuerpo, su celular timbra, mira la pantalla,  es uno de los miembros de su personal de confianza. «Miguel tienes que moverte ahora, ¿no te das cuenta que llegaste sin problemas? Ellos querían eso, para que luego te vean morir frente a tus hijos y Teresa, corre hermano, saca a tu familia, cuídate»
La casa se queda sin luz, los niños murmuran asustados, se escucha una explosión en la sala, luces de linternas avanzan hacia la cocina, y la metralleta es el único sonido que invade por treinta segundos el lugar; el vacío retoma la casa de Miguel, cuatro hombres salen corriendo cubiertos hasta el rostro hacia una camioneta prendida que acelera en canto se suben. Teresa está en shock, agarró en la oscuridad a sus hijos lanzándose al suelo, los abrazó protegiéndoles y tapándoles la boca, se arrastra buscando con sus manos a su espeso en la oscuridad, su llanto se une al de sus hijos, Miguel no respira, está muerto, sin poder huir, sin la oportunidad de hacer bien las cosas, Teresa recuesta su cabeza en el pecho frio de su pareja y le dice: «Yo lo único que quería de ti, no era dinero mi amor, no tenías que llegar hasta este extremo, yo lo único que quería de ti, era que estés a nuestro lado.»