Silencioso mortal

Hace cerca de cuarenta años que en Iquitos se conoció en media voz sobre un caso de VIH- Sida, comentándose que se trataba de una enfermedad incurable y los contagiados nada más tenían los días contados sea en un tiempo corto, mediano y hasta un poco largo, pero la sentencia ya estaba dada.
Muchos nos sentíamos intactos en el sentido de que esa enfermedad no podría llegar a contagiarnos porque se pensaba que solo se transmitía entre personas homosexuales, por lo que hasta se le llegó a apodar “la peste rosa”, mientras estas personas de opción sexual diferente sufrían una descarnada marginación.
Luego se pudo notar y comprobar que era una enfermedad de transmisión sexual en la que todos y todas estábamos en riesgo, cuántos esposos no contagiaron a sus esposas, enamorados a sus enamoradas y viceversa, los casos empezaron a aumentar rápidamente y miles de miles en el mundo fallecieron por esta enfermedad.
Entonces se le instauró una fecha que nos recordara que debemos protegernos para no contagiarnos, reflexionar sobre la vida sexual, de la fidelidad de las parejas, de las medidas de prevención, del tratamiento con retrovirales, del sufrimiento desgarrador a quienes la enfermedad se ensañaba y no les dejaba morir.
Esa fecha es hoy: “El Día Mundial de la lucha contra el Sida”, que sigue cual fantasma rondando en nuestras sociedades, todavía contagiando a quienes no toman medidas preventivas, pero también conociéndose de desgracias de quienes hasta en un consultorio dental se habían contagiado, o por el mal uso de una aguja o instrumental médico, aparecieron esas otras formas de contagios que nos privaron de más humanos sanos.
Y algo que muchos nos preguntamos a propósito de la pandemia por la Covid-19 que tiene apenas dos años de existencia en el mundo, mientras el Sida ya se aproxima al medio siglo, es cómo no se ha podido crear hasta ahora una vacuna, aunque sea tentativa para la prevención del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, con sus siglas SIDA.
Solo la ciencia médica lo puede explicar, pero el virus de la Covid-19 ya tiene su fórmula de vacuna preventiva, que, aunque no funcione con las nuevas cepas, tiene un grado de protección, por lo menos para que no se entre al nivel de gravedad que mató rápido a muchos.
Y aunque el Sida no tenga vacuna, tiene una serie de medicamentos que hace que quienes la padezcan puedan tener una mejor calidad de vida y ya no es el silencioso mortal que atacó a los primeros infectados hace más de tres décadas. A seguir cuidándonos.