Santa Cruz del río Tahuayo: una comunidad con esperanza

-Al contrario de muchas comunidades amazónicas, que ven su futuro amenazado por la escasez creciente de recursos, Santa Cruz del Tahuayo mejora su calidad de vida y su economía gracias a un eficiente manejo de sus bosques y cochas, y a la comercialización de artesanías

Por: José Álvarez Alonso

Santa Cruz es una de las más de 2000 comunidades ribereñas o mestizas que hay en Loreto. No es indígena, pero muchos de sus habitantes son -en buena medida- herederos de la sangre y la cultura de los pueblos indígenas que habitaron esta tierra por miles de años. Ya hace un cuarto de siglo fue objeto de un estudio socioeconómico, con otras comunidades del río Tahuayo, por el investigador canadiense Oliver Cooms: un día, allá por 1987, me visitó y me expresó su preocupación por la degradación creciente de sus recursos naturales de flora y fauna, y la escasez de suelos agrícolas, en ésta y otras comunidades del bajo Tahuayo. Ya entonces buscaban alternativas en la artesanía de chambira (elaboraban básicamente shicras y abanicos) y en la elaboración de carbón de leña, aunque con pobres resultados económicos, pero el hoy Dr. Cooms calculaba que su situación económica seguiría deteriorándose con el agotamiento de los bosques primarios y la palmera chambira.

A decir del teniente gobernador de Santa Cruz, Don Rosendo Díaz, las cosas no cambiaron en los siguientes 20 años más que para peor, hasta hace unos tres años. Esto lo pude comprobar durante una reciente visita a la comunidad como parte de una misión que buscaba comprobar de primera mano los reconocidos logros de las comunidades del Tahuayo. Don Rosendo nos explicó que la situación de la comunidad era crítica hace unos años: ya casi no quedaba «monte alto» (bosque primario) para hacer nuevas chacras, y los animales silvestres escaseaban cada vez más; el pescado se había hecho tan escaso que a veces les costaba encontrar para el ‘timbuchi’; el carbón de leña era su principal fuente de ingresos, pero las maderas duras estaban cada vez más lejos, y esta actividad era poco rentable.

Las cosas comenzaron a cambiar hace unos tres años, cuando unos jóvenes llegaron a la comunidad y les comenzaron a hablar de manejar sus recursos forestales, de recuperar sus cochas, y de mejorar sus ingresos dándole mayor valor agregado a la chambira y mejorando sus diseños y acabados… Al principio no les creyeron mucho, nos cuenta Don Ladislao, ya que tantos ‘ingenieros’ habían pasado ofreciendo cosas y conocían de tantos proyectos fracasados.

Don Ladislao Sinarahua Huanci, hombre de apellidos, rasgos y sabiduría bien indígenas, y con la facilidad de palabra de un rematista de Belén, es Presidente del Comité de Manejo de Recursos de la comunidad, y también pastor en la iglesia evangélica local; es un hombre que muestra gran aplomo y seguridad de sí mismo cuando habla. Nos explica sobre manejo y conservación de los recursos naturales, algo que comenzó como una pequeña semilla hace tres años: «Al principio la gente no quería involucrarse en el manejo. Decían: ‘Nos van a mezquinar los recursos, y necesitamos para mantener a nuestras familias’. Pero la verdad es que ya estábamos teniendo muchos problemas con los recursos. El irapay estaba a dos o tres horas de la comunidad, mucho lo habían estragado. El pescado era cada vez más escaso. La gente de fuera venía y sacaba recursos sin control, pescaban con redes de todo tipo, hasta honderas de mallas bien chiquitas, y acababan con todo, también el pescado menudo».

Recuperando recursos con control y manejo

«Con el Proyecto Apoyo al PROCREL», continuó Don Ladislao, «comenzamos a organizarnos, y establecimos reglamentos internos para defendernos de los infractores y manejar los recursos. Nos hemos dado cuenta de que nosotros mismos nos estábamos perjudicando, veíamos que si seguíamos así nos íbamos a quedar sin nada. Ahora ya tenemos bien organizado cómo aprovechar los recursos, qué tipo de trampa y tamaño de malla vamos a usar,  y cuántas va a usar cada uno; también está prohibido usar barbasco para la pesca… Para el irapay tenemos reglamentos internos, tenemos zonas de reserva para que se recupere, normas sobre cuántas hojas hay que dejar para que no muera la planta…»

Uno de los visitantes preguntó entonces: «¿Qué ocurre si uno de los pobladores no cumple los acuerdos?»

«Pues se le castiga», contestó don Ladislao. «El castigo puede ser cultivar el campo de fútbol, o una multa. A los más rebeldes se les amarra a veces su canilla a la tangarana, para que les cunda la hormiga». Todos ríen.

«¿En qué creen que ha mejorado su vida en estos tres años?», preguntó otro visitante.

«Ahora tenemos muchos más recursos que antes. Ahora hay más pescado, no nos falta nunca para la casa. El agente municipal acaba de ir a pescar a la cocha, y ha traído buena cantidad, y eso que estamos en creciente. El irapay antes estaba bien lejos, cada vez más lejos; ahora está creciendo otra vez, las plantas maltonas que habían sobrado ya están comenzando a producir, y está repoblándose el irapay de nuevo cerca de la comunidad; pronto será como era antes, que el irapay estaba a media hora máximo de la casa. Hemos mejorado también nuestros ingresos con las canastas de chambira, pero de eso va a hablarles mi señora».

Otro visitante le preguntó cómo se organizaban para el control y vigilancia, para impedir el ingreso de infractores, y para que los mismos moradores no incumpliesen los acuerdos. Don Ladislao explicó que tenían el puesto de vigilancia a la orilla del río (que visitamos al llegar a la comunidad), y que se organizaban en grupos que se turnaban tanto de día como de noche para controlar el ingreso y salida de personas y recursos. Explicó que habían detenido a varios infractores: algunos al principio se enfrentaban, no querían aceptar su autoridad, pero poco a poco iban entendiendo y había disminuido mucho la depredación de recursos que había antes.

El coordinador del Área de Conservación Regional Comunal Tamshiyacu-Tahuayo, Carlos Arana, explicó entonces a los visitantes que esta comunidad se unió a la reserva muy recientemente, ya que es una de las más alejadas del ACR, y que hay comunidades más arriba en la quebrada que ya llevan más de 15 años protegiendo y manejando la zona, y sus recursos (especialmente la fauna silvestre y el pescado) están mucho más recuperados.

Las empresarias de chambira

Doña Amelia, esposa de Don Ladislao, es la presidenta del Comité de Artesanas de Santa Cruz, integrado por 10 madres. Cada artesana, en promedio, hace una canasta al día, y gana unos 30 a 35 soles por canasta. Según doña Amelia, esto es mucho más rentable que el carbón, y más descansado. Nos informa que algunas señoras llegan a ganar más de 500 soles mensuales, dos o tres veces más de lo que ganaban antes trabajando carbón y otras actividades, como la ‘madereada’. Una artesana de una comunidad vecina, con más experiencia, ha llegado a ganar 900 soles mensuales. El ingreso promedio en las familias de la zona era de 80 a 120 soles mensuales antes de involucrarse con el Proyecto. Don Ladislao reconoce que ahora gana más su esposa que él, y él más bien le ayuda a su esposa a completar el pedido de canastas. Le hacemos bromas preguntándole quién manda en la casa, y todos ríen.

Uno de los visitantes le pregunta en qué emplean la plata que ganan. Doña Amelia nos cuenta que gastan en comida, en ropa para los niños, en útiles escolares, en medicinas… También han mejorado el ajuar de la casa, algunas familias han reparado sus casas, y hasta les han puesto mallas para el zancudo. «Antes, cuando los hombres se iban a la madereada, la mayor parte de la plata se iba en tragos», comenta una madre.

¿Y qué hacían antes de dedicarse a la chambira? Preguntó otro de los visitantes.

«Antes nos dedicábamos a hacer carbón, y a cultivar algunos productos para vender, como yuca, maíz», nos cuenta Don Ladislao. «Pero es un trabajo poco rentable, pagan miserias en la ciudad por los productos de la chacra. Hacer carbón, ya vuelta, es un trabajo muy duro, y se saca bien poco. A veces nos pagan hasta 2.5 soles por saco, otras veces 3, cuando está picante el precio, 5 solcitos, pero ni así compensa. Pagamos de porte medio sol por saco. ¿Qué nos queda de ganancia? Para hacer 100 sacos de carbón necesitas trabajar duro unos 20 días, los días que arde el volcán tienes que cuidarlo día y noche, un descuido y todito se puede hacer ceniza. Ahora pocos moradores se dedican a hacer carbón, es más rentable trabajar artesanía con la chambira. Ahora no talamos tanto, incluso hemos reforestado varias hectáreas de purmas con la chambira para que no nos falte el material para las canastas».

Quisimos comprar algunas de las bellas canastas que tenían las artesanas, para llevar de recuerdo, pero las artesanas se mostraron renuentes a vendernos: «Tenemos que completar el pedido de Estados Unidos». Las artesanas de la Empresa Comunal «Mi Esperanza» han recibido un nuevo pedido de 900 canastas del Zoológico de San Diego, en California, y lo tienen que completar para mediados de mayo. Aunque hay más de 100 artesanas trabajando en otras comunidades, están preocupadas de no cumplir con el pedido.

El optimismo en la comunidad de Santa Cruz del río Tahuayo contrasta vívidamente con el pesimismo que encontré, apenas una semana atrás, en la Comunidad Nativa de Santa Úrsula, en el río Orosa (ver La Región 24.04.10). Mientras los indígenas Yagua del Orosa ven con bastante pesimismo el futuro de su comunidad, debido al agotamiento creciente de sus recursos por la depredación causada por extractores foráneos (madereros, pescadores y cazadores comerciales), los pobladores de Santa Cruz muestran un gran optimismo y una firme esperanza de mejorar aún más en el próximo futuro, porque ya tienen logros importantes: pese a estar esta comunidad más cerca de Iquitos, y en una zona con mucha más presión extractiva, han logrado frenar la depredación y están recuperando sus recursos, al tiempo que han mejorado substancialmente su economía.

Nos vamos de la comunidad convencidos de que sí hay alternativas económicas para las comunidades amazónicas, y que éstas no pasan por la depredación, el saqueo de recursos y la destrucción del rico patrimonio natural amazónico. El desarrollo sostenible e inclusivo sí es posible, viable, y es compatible con la conservación. Lo están demostrando con su esfuerzo y su compromiso visionario un puñado de comunidades en el río Tahuayo y en algunas otras zonas.