Rosa de Lima

  • Llamados a cambiar el mundo desde la santidad:

 

Por: Adolfo Ramírez del Aguila.

Docente de educación religiosa

Santa Rosa

Mañana 30 de agosto, nuestra  Iglesia latinoamericana y en especial la Iglesia peruana, celebran los 400 años de la muerte de la primera santa del continente, Santa Rosa de Lima, quien Junto a San Martín de Porres y Santo Toribio de Mogrovejo, son parte del trío religioso de santidad que ofrece la Iglesia peruana, como su mejor marca espiritual.

Pero, estos tres santos  (los dos primeros nacidos en el Perú y el tercero en España) que llegaron a la máxima distinción espiritual que pueda aspirar todo bautizado, son ciudadanos del siglo XVII; surgen entonces las siguientes preguntas inquietantes: ¿Qué pasó en el devenir de la historia peruana, para que este derroche de santidad se haya detenido en el pasado colonial? ¿Por qué no hemos podido ofrecer ejemplos más modernos de entrega radical a Dios? ¿Acaso la santidad ha pasado de moda y ya no pega en las nuevas generaciones? ¿El Perú Republicano hacia su bicentenario, será capaz de generar un nuevo santo o santa más moderno?

En las clases de educación religiosa que imparto actualmente en un colegio estatal de Iquitos, siempre realizo  en estos días previos a esta festividad religiosa, la siguiente encuesta: “¿Alguien quiere ser santo o santa?”, todos me contestan: “¡no profe, ni hablar!” Sorprendido por mis bajos logros de aprendizaje, les replico: “¿Por qué?” Algunos de los más reflexivos me contestan: “porque ser santo es ser perfecto, no tener pecados, y nadie logra esa plenitud, salvo Dios”; otros alumnos simplemente me dicen con más sinceridad, que eso de ser santo le ven aburrido y muy monse.

En mi intento por atender esta realidad de espiritualidad, lanzo el siguiente conflicto cognitivo: “La santidad es ser feliz, construyendo un mundo mejor, es ser bienaventurado, sirviendo a los demás como si fueran otros Cristos; en otras palabras, ser santo es sentir la alegría del Evangelio y entregar la vida para que haya más alegría en el mundo. ¿No les gustaría ser feliz? O mejor ¿No les gustaría ser santos?” Mis alumnos me re-contestan: “¡Ahhh sí,  si es eso la santidad, claro que sí queremos ser felices!”

El mismo ejercicio didáctico anterior, lo realizo con mis colegas docentes y amigos coetanos, y las repuestas son más sorprendentes; a la pregunta ¿Quieres ser santo? Me contestan con un tono burlón y sarcástico: “santo… cachón quizá, san…grón tal vez, pero, ¿santo? ni hablar porque soy más pecador que Judas, Hitler y Osama bin Laden juntos”.  Evidentemente, los adultos nos sentimos más indignos de la santidad como estilo de vida, pero en el fondo, buscamos la felicidad.

Para festejar esta fiesta religiosa de agosto, recordando el ejemplo de Santa Rosita de Lima, permítanme transcribir una bonita reflexión bíblica que hace el padre Luis Palomera, S.J. en su libro “LES DOY UNA BUENA NOTICIA”; medita este jesuita: “…Nosotros vemos a los santos  como seres distintos; pero ellos están aquí para decirnos que todos debemos ser santos, como Dios es santo. Rosa de Lima es un ejemplo para hoy; nacida de una familia cristiana, crecida en un ambiente en donde conoció la miseria de los indígenas, trabajando toda su vida para ayudar a su familia y a los necesitados, que se entusiasmó leyendo el ejemplo de los santos, hasta el punto de hacerse terciaria dominica recordando a Catalina de Siena, y –lo que es más importante– que encontró en la oración, en el silencio y en la vida austera, la unión con Cristo. Santa Rosa de Lima…está aquí para que la miremos, la admiremos y la imitemos. Porque la santidad, como nos dice el Vaticano II, es para todos los bautizados”

Que en este día de vísperas al 30 de agosto del 2016, nos apuntemos en la lista para la santidad cristiana, y sea un momento propicio para decidirnos por la verdadera felicidad que nos ofrece Cristo. Ya es hora que seamos santos en el lugar en que nos encontremos y en la actividad que tengamos, para que de una vez por todas, santifiquemos  la política, la economía, la educación y santifiquemos esta sociedad actual. Dios tiene un proyecto de felicidad para cada uno de nosotros, no busquemos justificaciones ni pretextos baratos para eludir este camino de exigencia y de vida plena.

Que en estos tiempos de discusión fanatizada por la píldora del día siguiente, ojalá busquemos la santidad no tratando de imponer nuestro pensamiento único (religioso o científico)  sino buscando el bien común, la justicia y la paz social para todos los peruanos y peruanas.

¡Santa Rosita de Lima, ruega por nosotros! Amén.