Al 2030 la población del departamento de Loreto, estimada por el INEI, será de 1 millón 088 mil habitantes y el 19 por ciento será una población joven comprendida en las edades de 18 a 29 años a los que se les denomina los Millennial y en el otro extremo tenemos a una población adulta mayor altamente vulnerable que sumaran un aproximado de 80 mil personas.
Es muy probable que el suelo urbano cargue el 75 por ciento de la población total, de los cuales en Iquitos metropolitano se concentrará el 80 por ciento, y la zona rural seguirá la tendencia de una descapitalización de su recurso más valioso: sus jóvenes.
Esta juventud empujada por la falta de oportunidades locales y un terreno donde se cultiva históricamente la desigualdad étnico- cultural; como que también sufrirá una imparable actividad ilegal de su flora y fauna silvestre, y se asentaran aún más actividades ilegales de mayor rentabilidad, como la minería metálica y el sembrío de hoja de coca.
La ciudad de Iquitos metropolitana viene siendo despojada desde hace tres décadas de su mejor atractivo: su tranquilidad y hospitalidad de sus ciudadanos. Hoy, es imparable la dinámica de una ciudad que crece al borde de la informalidad: invasiones de terreno privado y público que no tienen control, y la turba va más allá de los límites urbanos y amenazan con avanzar en la zona rural afectando los predios comunales en el trayecto de futuras carreteras de penetración que todavía están como promesas electorales.
Mientras otras acciones como las desarrolladas por extranjeros colombianos, brasileños y ahora venezolanos, van sumando los problemas sociales de Iquitos. Y la inseguridad ciudadana ya no tiene límites. Hoy tenemos en las calles más policías, más serenos, mayor infraestructura logística, marcos legales rígidos, más jueces y un montón de fiscales, todos ellos luchando juntos por el mismo objetivo y no pueden detener a la creciente ola delictiva y de sicariato en una ciudad pequeña.
La convivencia entre la ciudad y sus bosques, su diseño y su buen vivir generaría enormes beneficios para sus poblaciones y mejoraría los ingresos tributarios para los gobiernos locales, así como los ingresos generados por el turismo; desde convertirse en una ciudad que enamore a sus visitantes hasta alcanzar a apreciar los paisajes naturales que ofrece su naturaleza, tan divina como enigmática.
En algún momento, la ciudad y la ruralidad encontrarán un punto de entendimiento, que se puede materializar para disminuir la desigualdad y ofrecer un abanico de oportunidades a sus jóvenes y construir ellos mismos sus proyectos de vida.