Quiero mi mandil

  • El machismo peruano y los mandiles rosados:

Por: Adolfo Ramírez del Aguila

Cierta vez, Jesús de Nazaret, después de compartir una cena de despedida, se ciñó a la cintura la toalla del servicio y se puso a lavar los pies de sus discípulos. Cuando le tocó el turno a Pedro, este le enmendó la plana reprochándole de cómo un rabino de alta investidura, se tenía que poner ese trapo propio solo de la servidumbre. Jesús le advirtió que, si no le lavaba los pies, no tendría parte en su Reino. Entonces Pedro, mordiéndose su objeción, su ideología, le pidió que lo lavara también las manos y la cabeza (Jn 13, 1-11)
Después de más de 2000 años, en otro punto del planeta, lejos de la Palestina patriarcal de Jesús, un trapo, un mandil, hace noticia. Esta vez, en una sociedad tan formal que camufla su acérrimo machismo detrás de un trapo rosado. Bastó, que una ministra tenga la creativa idea de sugerir que los altos mandos militares peruanos se pusieran unos mandiles rosados, para que se desbordara descontroladamente toda la miseria que anida en el corazón de los machos alfa.
Según Gloria Montenegro, ministra de la Mujer, el objetivo de este proyecto “Fuerza sin violencia” es generar conciencia de igualdad entre hombres y mujeres para detener la vorágine aterradora de feminicidios en el Perú. Y el proyecto está justificado, algo tienen que hacer las autoridades frente a la violencia en los hogares.
Revisando los reportes periodísticos de estas trágicas noticias, en el 2018 se registraron 149 víctimas; y en lo que va del año 2019 hasta julio, ya bordeamos las 80 mujeres asesinadas. Y lo irónico de estos sucesos es que los autores de estos crímenes son hombres que enamoraron y conquistaron alguna vez a estas mujeres, ofreciéndoles amor y respeto. ¿Qué pasó en el corazón y en la psiquis de estos hijos de Caín para que desnaturalizaran sus proyectos de pareja y golpeen hasta matar? Es una tesis que creo tiene una explicación certera: El machismo.
Voy a habla en primera persona, para que nadie se sienta aludido con generalidades. Yo, por ejemplo, me molesto cuando mi esposa sale de la casa sin avisarme y empiezo a imaginar cosas; y cuando regresa, le espero con mi cara de pocos amigos, y entonces empieza la tercera guerra mundial. Mi machismo me lleva a imaginar que una mujer que anda sin su marido, seguro está con el otro, y peor si apaga su celular.
Casi todos los feminicidios empiezan con estos clásicos celos enfermizos. Los maridos, nos sentimos dueños de nuestras esposas y en vez de ser compañeros que caminamos juntos en la vida, nos convertimos en perros rabiosos que cuidamos la presa. Yo siempre digo, que, en todo caso, si una mujer te quiere ser infiel, lo hace, y no lo descubres nunca porque lo hace con mucha inteligencia; salvo, que averigües su clave y entres a su WhatsApp.
Y si en todo caso te dice que ya no te quiere, no queda otra, caballero nomás, a replantear la relación haciendo primero un auto análisis y no necesariamente pensar que ya tiene otro. Cuando se entra en la vorágine de sentirte tú la pobre víctima de una infidelidad y toda la culpa lo cargas a tu esposa, ahí viene la tragedia del feminicidio. El asesino, ya en la cárcel, después de perpetrar el crimen pasional, seguro recapacita tardíamente y se reprocha existencialmente por no haber actuado con más inteligencia emocional.
Que los militares se hayan puesto los mandiles rosados, en buena hora que se haya generado todo un debate en la chusca clase política y en la implacable opinología de las redes sociales. Constatamos que el gesto, en vez de llamarnos a todos a la reflexión por tanto machismo en nuestro país, se desvió por fijarse en el color, en la forma y no en el fondo del asunto.
Yo quiero mi mandil del servicio, de la igualdad, del respeto y de la valoración a la mujer. Que sea de color blanco, rosado, rojo, verde o azul, no importa, lo que sí importa es el cambio de actitud que implica; que el signo, sea con un significante que recree nuevas formas de relacionarnos como pareja, superando la demoniaca ideología del machismo.
Yo quiero mi mandil, prefiero blanco, como la de Jesús. Así sea.