¿Qué pasó con el humarí de Tamshiyacu?

Por: Adolfo Ramírez del Aguila
Arda1982@yahoo.es

SATELITAL

– La creación no perdona:

Los iquiteños, con tantos distractores en la televisión basura y la prensa escrita farandulera, no hemos caído en la cuenta, que la escasez de humarí  tamshiyaquino en los mercados de nuestra ciudad, es un síntoma que debería de preocuparnos. La también conocida como «mantequilla» vegetal de la selva, que en estas épocas se debería de vender en grandes cantidades en cualquier esquina de nuestra ciudad, casi no ha llegado de Tamshiyacu.

Hace algunos días, al salir de una panadería, el olor no poco desapercibido de este aromático fruto, me invitó a comprar algo para llevar a casa; pregunté: – «¿A cómo está el humarí, doña?» La vendedora me contestó: – «La porción de acá esta a cinco por un sol y el de allá que me queda poco, dos por un sol cincuenta» – «¿Señora y por qué el humarí oscurito está mas caro que el humarí amarillito?»  -«Es que el oscurito, el más rico, es de Tamshiyacu y está escaso y el otro humarí witoto aún llega de otras partes» – «¿Y por qué está escaso el de Tamshiyacu, doña?» -«Eso di joven, no se porqué».

De regreso a casa venía meditando: ¿No será que el humarí  de Tamshiyacu está escaseando por la tala indiscriminada de árboles  que se está dando en esa zona? Por su puesto que sí, claro que sí (en todo caso que nuestro biólogo Pepe Álvarez nos ilustre al respecto). Los humarales que abundan en esa parte de la selva peruana, son plantaciones que replican en la chacra la estructura del bosque amazónico;  agro forestación le llaman los entendidos. Ahora que se están talando indiscriminadamente miles de hectáreas, la falta de humarí es una consecuencia lógica de este desequilibrio eco sistémico en esta parte de la selva.

Tuve la oportunidad de trabajar en el año 2002, como docente contratado, en el distrito de Fernando Lores Tenazoa, con su capital Tamshiyacu; conozco la zona. Recuerdo que don Agustín Rivas Vásquez, un gran chamán y promotor turístico conocido a nivel mundial pero ninguneado entre nosotros, nos llevaba a los docentes de la IE que lleva su nombre, a su albergue etnomédico, para vivir una extraordinaria sesión de toma de ayahuasca. Nos decía de broma en broma, pero en serio, que él no quería profesores haraganes en su colegio y que la ayahuasca nos iba a hacer sanos y por lo tanto bizarros.

De camino a este centro de turismo cultural, partiendo de la capital distrital, adentrándose a la selva por una camino ecológico, tuve la oportunidad de ver en directo la maravilla natural de nuestros bosques tropicales, aprovechados racionalmente desde ñaupa tiempos por sus pobladores natos, cosechando: bastante carbón, tremendas piñas, abundante cacao, frutos orgánicos al escoger, plantas medicinales y por supuesto los ricos humaríes. En mis horas de clases, debatíamos con los jóvenes tamshiyaquinos, que la agroforestación  era el presente y futuro del pueblo, y que ellos deberían de aspirar a ser profesionales, para consolidar  científicamente la fundamentación de ese gran proyecto de desarrollo sostenible.

El año 2013, una terrible foto satelital de la NASA, tomado desde el cielo en esa parte de la tierra de la piña y el humarí, nos mostró el horror de una acción brutal contra la naturaleza: La Deforestación a gran escala. Una empresa malayo-peruano, convenció a los propios pobladores de esa zona, que el desarrollo de su pueblo, exigía tumbar los árboles con maquinarias pesadas, para salir dizqué del atraso y de la pobreza. Y así fue, con la venia de los mismos tamshiyaquinos y la complicidad de las autoridades de ese entonces, la tal empresa logró su cometido mercantil, derribando miles de hectáreas de bosques primarios para preparar el terreno hacia una agricultura intensiva, y sembrar cacao.

La foto satelital, nos develó la magnitud de este crimen ecológico, y ya resultó demasiado tarde la reacción de la población, organizada en su frente de defensa. El crimen estaba declarado y lo peor, nada ni nadie podían detener el arboricidio en marcha. Mientras la empresa continúa actualmente su gran hazaña de negocios, las autoridades se tiran la piedra y nadie hace justicia a la selva. Los resultados, la quebrada Tamshiyacu ha cambiado de coloración y acidificación, no hay peces como antes, la temperatura ha aumentado en esa zona, y naturalmente, el humarí escasea.

Este ecologicidio, sumado a la contaminación petrolera en las cuencas de los ríos Pastaza, Tigre, Corrientes y Marañón, de donde se extrae el petróleo por mas de 40 años; hace que la creación gima de dolor por estos atentados criminales en nombre del desarrollo. Son previsibles sus consecuencias desastrosas, que ponen en peligro la biodiversidad en esta parte del planeta azul.

Dios perdona los errores y pecados de los seres humanos, pero la naturaleza no. Tarde o temprano, la madre tierra nos pasa la factura sin contemplaciones y tendremos que asumir los pasivos ambientales;  y digo «tendremos» porque las empresas extractivas tienen grandes abogados y padrinos en la política y nos dejarán toda la carga a los amazónicos; y ellos, se irán llevando sus ganancias a los paraísos fiscales.

Estamos a tiempo de hacer una reingeniería de nuestras actitudes y de nuestros proyectos, para salvar al planeta y ser coherentes entre nuestra prédica y nuestra praxis. ¿Tan pronto nos hemos olvidado de nuestros grandilocuentes discursos en la COP 20? ¿En qué quedó nuestro firme compromiso de disminuir el calentamiento global? ¿Tan difícil es caminar derecho?

Que Jesucristo, el  Salvador de una nueva creación, de una nueva humanidad, nos ilumine a todos para detener esta autodestrucción irracional. Salvemos los bosques tamshiyaquinos y todos a participar en la marcha del 25 de marzo en contra de estos proyectos de muerte. Amén.