PIENSAS: Llena de Gracia

Fernando Herman Moberg Tobies
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@FernandoMobergT

 

Después de diez años Lucia regresa a la ciudad en la que nació, terminó la universidad, y obligada por sus vacíos y oportunidades, decidió viajar a Europa que la acogió con la calidez, que la ayudó a continuar… y ahora se pone a prueba, si realmente superó o sigue, aún, doliendo, escondida. Baja del avión acompañada de la cámara fotográfica que es su medio para expresar al mundo la belleza del silencio, y la melancolía de los recuerdos, sonríe al ver el sol que calienta sus emociones, el aire le trae el primer reto, cierra los ojos sin dejar de sonreír, escucha a su madre que le dice: Hola Hija.
No es tan fácil, yo no salía a fiestas, no tomaba, no tenía sexo, mi madre ya era anciana cuando yo era niña, y más cuando ya era adolescente, no podía darme el lujo de que se sintiera mal o preocupase por tonteras que ya habían cometido mis hermanos mayores, yo la amaba mucho, la amo, ni me sentía mal por dejar de hacer todas las cosas que los demás de mi edad hacían, no me interesaba lo que pensaran, a pesar de que me ponían de monja y aburrida, palabras que jamás afectaban el amor y gratitud que le tenía a mi madre por haber intentado con su inmensa fe salir embarazada, y…. Las personas la miran, en la sala de espera aún no salen los equipajes y sus pensamientos empiezan a descontrolarse, recordó la conversación que tuvo con uno de sus mejores amigos psicólogos un día antes de irse de viaje por la depresión que quería absorber sus sueños.
Busca sus lentes de sol en la mochila, solo avisó a algunas amigas que llegaría a la ciudad, camina hacia el estacionamiento, y más de cincuenta personas vestidas de payaso la reciben con música y colores, pancartas y gritos, y una foto inmensa de su amada madre, que ya no está. Lucia en la universidad había colaborado en varias organizaciones juveniles, brindando su paciencia y presencia en diferentes proyectos comunitarios en beneficio de personas que habían sufrido violencia y abandono, y ahora querían recalcarle que jamás estará sola. La abrazan en grupo, los taxistas y motocarristas aplauden y entienden que el amor se comparte, se unen y abrazan, la energía que se ha creado en el aeropuerto es interesante, es una fiesta, la fiesta de la gratitud y el compañerismo, le ponen una nariz roja, y avanzan hacia la salida.
Cuando estoy con el traje y la nariz, los niños vienen y se olvidan sus tristezas, los problemas que puedan tener en sus casas, o llenan la falta de cariño que no pueden recibir, y no es que los padres a veces se tengan la culpa, el trabajo los alejan, por eso no es que pierda mi tiempo en esto, si no que creo que la magia del amor está en intentar que otros no sientan lo contrario, la soledad, que tal vez yo lo sentía, y me refugiaba en los libros, en las lecciones del colegio, en obsesionarme en ser la número uno para que al menos… Los días que pasó con las personas que vinieron a recogerla, fueron fundamentales para su crecimiento, las experiencias que compartieron marcaron el trabajo que ahora realiza por otras tierras, visitando hospitales de pueblos alejados llevando alegría y captando en sus fotos al ser humano sin máscaras ni pretensiones.
Llegan al hotel en el que se hospedará, se despide de todos sus hermanos payasos, se registra en recepción, mira los cuadros, recibe su llave-tarjeta, camina hacia su habitación, se recuesta en la cama, sorprendida del afecto que la tienen pone música en el televisor, y suena una de las que marcó su etapa universitaria, los momentos de felicidad de su adolescencia también salen del pasado, la inundan de energía, canta, salta de un lado a otro, sube a la mesa, corre hasta el baño, se mira al espejo, mueve la cabeza como roquera, y ahora sus pensamientos son una mezcla que van a la velocidad de la luz, las vivencias de su alma se entrelazan entre alegría y tristeza, amor y soledad, éxitos y vacíos, pérdidas y avances, dualidad que se refleja en las lágrimas que derrama Lucia con los ojos cerrados, entonando la canción sin dejar de perder la sonrisa, sin dejar de perder la esperanza y las enseñanzas que su madre le dejó en su corazón.
Antes que fallezca, presentamos nuestra revista científica en la universidad, donde yo había escrito un artículo propio, y mi madrecita sin poder cargar ella misma su balón de oxígeno, con las ondas que le daban la vida, que le permitía respirar, me dijo que de ninguna manera se perdería el evento más importante de mi trabajo académico, asistió al auditorio donde todos los padres y autoridades estaban presentes, y cuando nos tomamos una foto, mi mamá y yo con el presidente del círculo, se sacó las ondas de la nariz, y todos nos asustamos y ella dijo: tranquila hija, unos segundos puedo aguantar, quiero salir sin esto en la foto… La amistad que había construido con su líder era muy sólida, el cariño que se tenían la refugiaba de sus espasmos deprimentes, él se había convertido en su protector desde el día que viajaron a Cusco, a un congreso nacional, y su madre le había pedido por favor que cuide de su hija, con una ternura e inocencia que quebraron el escudo de un hombre golpeado, acorazado y enfriado por sus batallas, y que fue fortaleció una relación amical de hermandad sin sangre, pactado por la gratitud y el trabajo social.
Lucia sale de hotel, camina por la Plaza de Armas, se observa en el pasado, en su moto wave recorriendo las calles del misterioso Iquitos con los audífonos puestos, con las trenzas bajo el casco, zapatillas y jeans, lista para meterse a cualquier terreno para tener buenas fotografías con la cámara que iba colgada en su cuello, con el dinero a las justas y los sueños por montón, con la motivación naciente y la realidad absorbente.
El mismo viento que la recibió, ahora le trae otro reto, otro susurro, Ven a la casa… Lucia cuando salió de la ciudad, parte de su terapia, no le permitieron llevarse nada físico, ni una foto, ni una prenda de vestir, nada que pudiese avivar en sus estímulos el sufrimiento. Mientras la noche va ganando espacio, avanza dispuesta a despedir totalmente a su madre, para ella es el último paso para desprenderse de ciertas ideas que aún calan en sus remordimientos, avanza convencida en recostarse en la cama donde se madre pereció de este valle de lágrimas, quiere sentirse engreída, satisfecha de haber luchado y que la reconozcan, aunque sea solo en la imaginación.
Su padre, sus hermanos, sus primos, sobrinos, parientes han llegado a esperarla, sospechando que algo la convencería de volver a casa, la abrazan deseando que el tiempo fuese eterno. Lucia llega a la cama de su madre, prende la vela al santo que está en la cabecera, abraza la almohada, y le cuenta a su progenitora hasta donde llevó las lecciones que la inculcó a pesar del cansancio. Se queda dormida y la armonía cubre sus sacrificios, la paz vuelve a la niña que nunca se rindió.