Piensas: Hasta que la muerte nos siga uniendo

Por: Fernando Herman Moberg Tobies
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Piensas

El silencio retumba cada vez que sus pensamientos se detienen, el silencio lo oprime en el vacío en el que se encuentra, no puede escapar de la tormenta en la que se ha convertido soportar su vida, gritos ofensivos, palabras manipuladas para herir sien piedad, conductas equivocadas y tan ciegas que tristemente se automutila el alma sin que se dé cuenta.
Sergio ha perdido el control de su voluntad, se mueve en el sofá en donde está recostado, la luz de la sala no llega hasta ese lugar, lo que permite que su madre no vea la cara que produjo el alcohol que ingirió, ha estado bebiendo desde la mañana, el sol ya está desapareciendo y él acaba de llegar, no la saludó, entró defrente y se echó. Su padre falleció días atrás, un reconocido abogado alcohólico, el cual solo trabajaba medio día, y el resto la pasaba con la botella de cerveza junto a la rueda de deprimidos enmascarados que lo acompañaban cada tarde.
Estaba enfermo y lo sabía, tal vez no podía huir de las frustraciones en las que acabó enredado, sintiendo que su potencial era grande ya no podía dar más, quizás no se perdonaba y necesitaba desfogar ya ebrio cantando baladas y boleros envuelto casi en lágrimas con el hipo que ni se le pasaba cuando fumada su cigarro rojo, lo grandioso que fue su vida, siempre en pasado, siempre lejano. Sergio lo admiraba, lo amaba, el patriarcado era un pacto sellado más allá del dinero y del rencor escondido, realmente lo idolatraba, actuaba con los consejos que su progenitor le daba o mencionada; en las mañanas practica con su padre, ya que estudiaba derecho, y luego los recuerdos de cuando aún vivían juntos era parte de cada vaso que tomaban.
Manuel había sido sacado de su casa con policías, su avanzado grado de alcoholismo estaba destruyendo a su familia, siempre llegaba dando gritos y alaraques a su hombría y poder por ser macho alfa que trae dinero a casa, exigiendo que le brinden atención al show caprichoso que armaba, terminaba delatándose, su niño reprimido y maltratado salía en esas situaciones en las que ya no manejaba su conciencia. Sergio había aprendido a mezclar el temor con el amor, volviéndose lentamente frio y calculador como su padre, tratando a las mujeres como objetos para saciar sus necesidades, no estaba experimentando por el mismo, estaba tomando cada lección dictada por las acciones que observaba de su guía, se estaba condenando.
Golpeaba a sus hijos con lo que encontraba cerca a lo que su mano podía coger, estos corrían llorando y pidiendo al papá explicación de que habían hecho para recibir el castigo no entendible, su esposa también era víctima de los maltratos que recibían con la puerta cerrada o abierta, frente al espectáculo que se armaba en la calle, como cine violentamente dramático sin que el espectador pueda hacer o decir algo para interferir.
Sergio había repetido el último año del colegio, tenía amigos sin ocio que aplaudían y vanagloriaban las actitudes sádicas que daba como líder de la rueda, bebía todos los días, enamoraba a las mujeres para que le den dinero y pueda dar rienda al patrón que le enseño su líder, empezaba a descuidar su aseo personal, a dejar de usar las ropas de marca que vendía si necesitaba seguir divirtiéndose, evadía el contacto con sus compañeros del colegio particular donde había estudiado toda la secundaria, y había días que no dormía en casa. Su madre desesperada buscaba consejos desde psicólogos, psiquiatras, sacerdotes hasta de chamanes y policías para ver la manera de frenarlo, de que su hijo no siga en el flujo que lo llevaría a terminar en el ejemplo que lo está direccionando.
Flor se acerca a su hijo, Sergio está dormido con expresión de preocupación en el rostro, huele a trago, lleva sus manos hacia su cabello, lo acaricia, comprende el dolor de su hijo, reza como lo hace cada noche, llora como cuando nadie la mira, para no demostrar que se cansa de luchar por sus hijos, ya no sabe que más hacer, lo mira como cuando era un bebé, sin maldad impregnada e incomprendida, daría todos sus suspiros por sanar el corazón de su hijo y darle la paz que necesita.