¿Nueva mitología selvática…?

Por: Augusto “Tito” Rodríguez  Linares
CPP – FPP.

Nuestra mitología amazónica, proviene de antiguas creencias en diferentes fenómenos de la madre naturaleza y de sus personajes de mayor relieve  que se han transmitido oralmente de generación en generación desde tiempos remotos, cuando Iquitos era un pequeño caserío visitado por exploradores y sacerdotes que comenzaron a saber de la existencia de seres que formaban parte de las creencias populares y cuyo origen estaba en el bosque y en los ríos.

Todos los que nacimos aquí  en la primera mitad del siglo pasado, a falta de radio, revistas, cinematógrafos, etc. en noches claras o bien iluminadas por las diversas fases de la luna, nos reuníamos en los patios sobre la yerba, esteras o rajas de leña simulando sillas, etc. para conversar sobre los acontecimientos del día o escuchar de los mayores: cuentos, leyendas, fábulas, etc. que nos entretenían hasta el momento en que el corneta del cuartel militar cercano tocara el famoso “silencio” que no sólo era una orden para que la tropa se acostara, sino que nos servía para conocer que había llegado el momento de retirarnos poco a poco de la tan entretenida tertulia para meternos a la “pona”, es decir a la cama y conciliar el sueño, no sin antes pegar una repasada al cuaderno para la clase del día siguiente.

Ahí se conocía sobre “tunchis”, “malignos”, “ayapullitos”, “ayaymamas”, “chullachaquis”, “shapshicos”, “lamparillas”, “achquinviejas”, atribuyéndose a éstas ser también madres de los árboles más voluminosos de las huertas y del mismo bosque; “yacurunas”, “yacuhuarmis” o sirenas, “yacumamas”, “purahuas”, “sachamamas”, “lanchas fantasmas” que navegan con luces multicolores llevando a bordo a pasajeros bien vestidos que bailan al son de grupos musicales que entonan ritmos  estrambóticos levantando copas de licor mientras se entregan al frenesí del baile; quien mira ese espectáculo y se acerca más hacia el barco atraído por la curiosidad, es llevado irremediablemente hasta el fondo del río para convertirse en un fantasma bailarín más.

En las comunidades ribereñas hasta hoy se narra la aparición de apuestos donceles que vistiendo ropa elegante  y  cubriéndose la cabeza con un sombrero, participan en las fiestas, donde bailan, cantan y enamoran a las chicas, interesando a una de ellas, a la que cautivan de tal manera que la llevan al río para conducirla a las profundidades. Se dice que el bufeo colorado que tiene conocimientos de brujería es el que se transforma en ser humano para salir a conquistar mujeres jóvenes.

También se cuenta del hermano que aparece en pleno bosque junto al montarás a quién le dice que él le llevará hasta una colpa de sajinos donde podrá obtener mitayo en abundancia, es ahí en que ese supuesto  hermano o pariente desaparecen abandonando al “mitayero” a su suerte,  logrando  que éste se extravíe en la selva, mientras el burlón “chullachaqui”  extiende su risa a través de la floresta. Todos sabemos que la “runa mula” formada por comadre y compadre pecadores, galopa botando fuego por calles y trochas de los caseríos ribereños.

Ni las ciudades de mayor tamaño se libran de la presencia de estos seres que convertidos en niñitos o pequeños hombrecitos salen a juguetear o correr en los caminos y calles, a quienes se conoce con el nombre de “shapshicos” y que según los referentes viven en las profundidades de las raíces de árboles corpulentos como el Renaco,  cuyas aletas les sirven de puerta para salir al aire libre y tomar un refrescante baño aprovechando las copiosas lluvias que llegan acompañadas de truenos y relámpagos, sobre todo en las noches.

Esos mitos forman parte de la tradición popular, que mientras haya montes con árboles enormes, ríos, quebradas, etc. seguirán formando parte de nuestro poderoso equipo mitológico como tienen otros pueblos del mundo.

Hasta hace poco nadie intentó cambiar estas creencias; sin embargo, algunos ciudadanos que no son de la región y que saben poco o nada de nuestras tradiciones y costumbres, pretenden endilgarnos mitos con personajes extraños y tomados de los cabellos y, lo que es peor, comprometiendo en este juego a instituciones públicas y particulares serias y respetables, con el propósito de ganar algunos dividendos y notoriedad como genios creativos de una nueva cultura regional  que nosotros los “charapas” no podemos   impulsar e incentivar.