Necesitamos un reglamento inteligente para la zona monumental de Iquitos

Por: ARQUITECTO ALBERTO RIOS MORENO

 

Las edificaciones de la época del caucho declaradas monumentos históricos y patrimonio de la Nación constituyen la materialización de parte de la tradición, la memoria y  la identidad del pueblo iquiteño. Un pueblo sin memoria histórica es como un paciente de Alzheimer, le espera una muerte lenta y al final termina siendo nadie: perdió la memoria. Este patrimonio monumental y atractivo turístico, debe ser conservado y puesto en valor. Es  lo correcto, así lo dispone la ley, y así debe ser.

Pero la Ley también consigna como patrimonio histórico el ambiente monumental, es decir los espacios públicos donde se ubican estos monumentos constituidos por calles, plazas,  rincones y edificaciones de carácter homogéneo: estilos, alturas, volúmenes y colores que corresponden a la época en la que estos monumentos fueron construidos. Los centros históricos de las ciudades del Cusco, Arequipa, Trujillo, Lima, Roma, Madrid y muchos otros son ejemplos de ambientes urbanos de expresión homogénea.

Lamentablemente, el carácter homogéneo de los espacios urbanos monumentales de la ciudad de Iquitos de fines del siglo XIX y principios del Siglo XX  donde se edificaron estos monumentos -salvo rarísimas excepciones- ya no existe. Sucesivos gobiernos municipales permitieron la construcción de edificaciones que no guardan armonía con el ambiente urbano original y le han conferido a su centro histórico un carácter heterogéneo donde la irregularidad de las alturas de edificación  y la proliferación de fachadas de pésima composición que no se relacionan las unas con las otras constituyen su característica. Esto es real e irreversible, nadie en su sano juicio puede sostener lo contrario. Como consecuencia, el  centro histórico ha devenido en un ambiente urbano indecoroso y sórdido, donde el caos visual, lejos de ser un digno marco que realce sus magníficos monumentos, los contamina y agrede. Desgraciadamente, el equivocado reglamento vigente para la zona monumental contribuye a este desorden porque no responde a la realidad. Trata de “conservar” un ambiente monumental inexistente porque resulta imposible por lo absurdo, tratar de conservar lo que no existe. Asimismo, incluye cuarenta manzanas alrededor de la zona monumental igualmente con espacios urbanos heterogéneos y las consigna como “marco circundante”, aplicándoles el mismo reglamento. Cuando se atenta contra la razón y la lógica, el desastre está garantizado: se ha agravado  la contaminación visual y bloqueado la inversión inmobiliaria con la consecuente pérdida de miles de puestos de trabajo en el casco central de la ciudad. Veamos.

Los cascos centrales de las ciudades tienden a densificarse, su suelo es caro porque  cuenta con todos los servicios y son altamente rentables. En la Lima de los años sesenta sucedió algo similar. Un reglamento irreal y restrictivo para el centro histórico hizo retraer la inversión inmobiliaria y desató su tugurización con los consecuentes males sociales. El arquitecto Luis Miró Quesada Garland, maestro egregio de la UNI -del cual tuve el honor y la suerte de haber sido su alumno- implementó inteligentemente una norma que permite conservar el carácter original de las vías sin aumentar las alturas de las fachadas, trazando una línea virtual que desde la altura visual  de la vereda del frente pase por la parte superior del monumento y se prolongue hacia al fondo bajo la cual se permite edificar pisos superiores densificando el centro de las manzanas sin alterar el perfil de la calle ni adulterar las fachadas: Imaginación y criterio, dos atributos que debería tener todo arquitecto, escasos en estos tiempos.

El actual reglamento perpetúa el caos en las alturas al impedir que las nuevas edificaciones se alineen con la de mayor altura en el frente de la manzana como sucede en todas las ciudades del mundo. Las únicas alturas restrictivas deben aplicarse para las  edificaciones laterales colindantes con un monumento histórico que no deben sobrepasarlo y cuyas expresiones de sus fachadas permitan la cabal lectura del monumento sin crear competencias formales  ni estilísticas.

La calificación de las fachadas implican apreciaciones subjetivas en el orden estético por lo que deben estar a cargo de una comisión calificadora de arquitectos libre de conflictos de intereses, nunca por uno solo,  por más prestigio y experiencia que acredite, pues esta responsabilidad puede recaer en alguien que sea todo lo contrario, contradiciendo el  espíritu de la Constitución Nacional, al no permitir apelaciones en segunda instancia.  Es exactamente como si la mesa de una sala judicial esté conformada por un solo vocal. Un Colegio de Arquitectos con nivel, solvencia gremial y determinación, interpondría un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional y con toda seguridad éste haría rectificar al Ministerio de Cultura. Este gremio no está preparado para estas reivindicaciones.

Asimismo, el actual reglamento hace un alarde de inútiles y anodinos contrasentidos que nunca devolverán el carácter homogéneo de la zona: no responden a la realidad climática de trópico húmedo de la ciudad de Iquitos donde las altas temperaturas y las frecuentes y copiosas lluvias exigen soluciones adecuadas. Prohíbe el revestimiento cerámico de las fachadas  -sabiamente empleado en la arquitectura monumental- que las preserva del deterioro  por acción de las aguas pluviales. Impide el volado sobre las veredas –  característica contextual de la ciudad- que protege al viandante del asoleamiento y la lluvia.   Pero donde llega al paroxismo de la insensatez es cuando prohíbe los vidrios que protegen contra la radiación ultravioleta, los mismos que, con toda justificación, existen al levante y .al poniente por todo el centro histórico y por toda la ciudad. Estas y otros necios disparates  han llevado a algunos propietarios a tomar la justicia por sus propias manos y construir lamentables edificaciones.

Al propietario de un monumento histórico le importa poco que le otorguen diplomas y publiquen artículos ponderando su propiedad. Lo que más le interesa es obtener la mayor rentabilidad, esto es lógico, humano y lícito. El monumento es histórico no solo por su fachada, también lo es por sus espacios interiores, amplios y de grandes alturas. Algunos los conservan y merecen su conservación, otros lo hacen parcialmente y en otros, ya no existen. En estos espacios es necesaria una juiciosa evaluación para que proceda su remodelación o ampliación que propicie su mejor aprovechamiento y mayor rentabilidad. Propietario, proyectista y comisión calificadora deben consensuar la intervención del monumento, lo que le daría aceptación y carácter de licencia social.

El actual centro histórico de Iquitos es un ambiente urbano visual y ambientalmente contaminado que ofende a los magníficos ejemplares de la arquitectura de la época del caucho. Es necesario implementar un reglamento realista e inteligente con sentido común, creatividad e imaginación que haga de este principalísimo ambiente urbano un verdadero atractivo turístico y un espacio para el encuentro de las gentes con establecimientos de hospedaje, restaurantes, espectáculos, galerías de arte, talleres de artesanías y souvenirs, etc.

Es preciso su replanteo vial creando pasajes peatonales y tránsito vehicular restringido con  el ensanche de las veredas y la implementación de faroles, bancas, toldos, mesas y sillas frente a los restaurantes que propicien un ambiente urbano más fresco, acogedor y amigable de día y de noche como en todos los centros históricos del mundo.

Siendo irreversible la pérdida del ambiente monumental original, y partiendo por la regularización de alturas es necesario un estudio de las manzanas frente por frente, estableciendo frisos u otros elementos que relacionen y unifiquen sus fachadas. Los monumentos históricos deben ser enlazados formando un circuito turístico que permita su apreciación diurna y nocturna con iluminación efectista. Se necesita crear un reglamento inteligente y creativo que incentive a sus propietarios a conservarlos, mantenerlos y ponerlos en valor.

 

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