Morir en la cárcel

Ante el anuncio de la muerte de un recluso que cumplía sentencia en el Penal de Guayabamba, a consecuencia de no haber sido trasladado a tiempo a un hospital y recibir atención médica ante un avanzado cuadro de TBC,  el magistrado Carlos del Piélago ha salido a decir que «es preocupante la falta de un médico de planta en la cárcel de Iquitos».

Por su parte, los delegados de los pabellones manifiestan que hay internos que tienen serios problemas de salud, entre ellos enfermos mentales y casos terminales de SIDA, a quienes ni por asomo se les ofrece una atención médica especializada en un olímpico desprecio por su condición de reos.

La política carcelaria en el país es pésima porque no considera al hombre privado de su libertad como persona que en el cumplimiento de su sentencia debe ser objeto de reforma en su conducta para cuando salga en libertad sea útil a su familia y a la sociedad en general. Esa es en esencia la pena de cárcel, castigar con la privación de la libertad  por el delito cometido, pero al mismo tiempo posibilidad de lograr una transformación en sus actitudes y conducta.

Finalmente los presos son igual que los que están libres, tienen las mismas necesidades de alimentación y de salud, por lo que la crítica de Carlos del Piélago debe llamar a reflexión y a tomar las medidas correspondientes para que permanentemente uno o más médicos presten sus servicios en el penal y no tener a su gran población abandonados a su suerte ante cualquier eventualidad.

Nadie se queda en la cárcel, algún día se sale, sea caminando o en un cajón,  es una frase conocida que en estos días se ha vuelto a hacer realidad.