Marcha Nacional convocada por la Iglesia Católica: En defensa de toda Vida

Por: Adolfo Ramírez del Aguila.
arda1982@yahoo.com

 

El pasado sábado 12 de marzo, por cuarto año consecutivo se dio la Marcha por la Vida impulsada originalmente por el Arzobispado de Lima y asumida actualmente por todas las diócesis católicas del país.  Nuestra Iglesia Vicarial de esta parte de la Amazonía, la Iglesia de Iquitos, también se sumó a esta convocatoria nacional, y las calles de nuestra ciudad se tiñeron de blanco, como símbolo de lucha por la defensa de un derecho no negociable: EL DERECHO A LA VIDA.
Dialogando con algunos amigos izquierdistas que no ven con buenos ojos esta movilización eclesial (ellos lo catalogan como la marcha antiabortiva de Cipriani), me hizo pensar que los derechos fundamentales de la persona no deben ser ideologizados. No en vano, nuestra Iglesia Católica tiene una rica tradición de la defensa irrestricta de esos derechos. Como dijo monseñor Miguel Oloartúa en su discurso de cierre de esta gran marcha callejera en Iquitos: «La defensa de la vida, no debe ser tarea solo de los cristianos, sino de todos los humanos».
Claro, no lo vamos a negar, a veces estas campañas pro-vida, son aprovechadas por ciertos sectores conservadores de nuestra propia Iglesia, para mostrar posturas intolerantes que, bajo el argumento de la defensa de la vida, dan una protección absoluta al embrión, anulando los derechos fundamentales de la madre gestante. No en vano muchos se preguntan, cómo es que la Iglesia hace marchas en contra del aborto y sin embargo no defiende el derecho a la vida de la gestante, promoviendo la penalización del aborto y exponiendo la vida de una mujer con embarazo no deseado a manos de los abortistas clandestinos.
Valga la aclaración, la Doctrina Social de la Iglesia, defiende el carácter inviolable de toda vida humana, en todas sus formas y en todas sus etapas (Evangelium Vitae 53); por lo tanto, la vida de la gestante, sus derechos, son bandera también de esta lucha. Claro, la maternidad como decisión libre, la autonomía reproductiva, el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo no deseado, y tantos otros argumentos actuales para legalizar el aborto, deben de entrar en un franco debate desapasionado para equilibrar el derecho del ser por nacer y el derecho de la madre que lo gesta.
Mis derechos terminan donde empieza el derecho del otro. El derecho de la madre debe respetar el derecho del hijo por nacer y viceversa. Nuestras leyes deben de buscar ese equilibrio, para construir un país de todos los peruanos sin discriminación de ningún tipo. Ojalá que el gran debate sobre si el siguiente gobierno debería de legalizar o no el aborto, sea un punto prioritario en la agenda de las discusiones políticas de los candidatos y que no nos distraigamos tanto en problemas administrativos del proceso electoral en ciernes. Como creyente, como humano, me reafirmo en la posición de defensa integral de la vida humana.
Muchos movimientos y organizaciones políticas  plantean que se debería de legalizarse el aborto para que no haya niños que vengan a sufrir en este valle de lágrimas, fruto del abandono de sus padres irresponsables, que por un momento de placer concibieron hijos sin ninguna planificación mínima. Efectivamente, es  un argumento tentador. Si hacemos un estudio sociológico de muchos niños y jóvenes con graves problemas de conducta en las escuelas loretanas, son chicos no deseados desde el vientre de su madre. La psicología contemporánea estudia este fenómeno de la negación del yo (baja autoestima) como un factor que se ha encubado muchas veces en el momento de la gestación; y como resultado, tenemos niños y niñas con gravísimos problemas de personalidad. «Mi mamá nunca me ha querido», dijo una vez un alumno mío, y ese «nunca» es probablemente desde el génesis de su vida como embrión.
Recuerdo que la madre Teresa de Calcuta en vida, hizo una campaña muy singular: invitó para recoger a todos los niños no deseados y darles una atención digna en una casa de acogida. Rogaba a las que querían abortar para que den a luz a sus bebés y que después del nacimiento se lo entregaran a ella para que asuma interinamente la maternidad (por eso se les dice «madrecitas» a las monjas). Impresionante compromiso con la vida en todas sus etapas ¿no es cierto? Pienso que si nuestra sociedad fuera más acogedora, más inclusiva, los niños que han nacido por un «accidente» de una vida en pareja, tendrían el derecho a una vida más digna y no estarían en lamentables situaciones de abandono moral y afectivo.
Claro, muchos dirán: «pero si nos ponemos en ese plan de la madre Teresa de Calcuta, todos van a querer tener sexo irresponsablemente sin planificación, y como los otros me van a ayudar, alegremente entonces puedo engendrar los hijos que Dios me mande». En ese caso, es importante la educación sexual en las escuelas y en los hogares. Pienso que los docentes y padres debemos de tomar muy en serio la formación sexual desde el nivel inicial y orientar adecuadamente a nuestros estudiantes, para cuando sean adultos practiquen una sexualidad responsable.
Juan Pablo II, el único Papa que hemos conocido en vivo y en directo aquí en la selva, escribió  en 1995 una bonita carta a la humanidad (Encíclica lo llamamos en términos religiosos) titulada: Evangelium Vitae («El Evangelio de la Vida»). En ese escrito, el Papa nos regaló todo su sentir y emoción de un pastor que defiende la vida humana. La Encíclica comienza así: «El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciada con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas…» (EV, 1)
En esta carta, que normalmente los católicos no la hemos leído completamente (confieso mi pecado) el Papa charapa, aparte de plantear que la vida hay que verla en su integralidad (para evitar la manipulación ideológica de las campañas antiabortivas), visualizaba ya en ese entonces lo que hoy en día está muy «de moda»: LA DEFENSA DE LA VIDA DEL PLANETA. Esta lucha debería de incluirse también en nuestras Marchas pro-Vida, más aún cuando el actual Papa nos regaló su primera encíclica de su pontificado (Laudato Si) dedicado justamente a ese tópico.
No es posible que defendamos la vida de los niños por nacer y nos olvidemos de defender el derecho de ese niño por un mundo más amigable y no contaminado. Hace poco hubo un derrame de veneno negro en la selva y no hemos salido en una gran marcha para protestar y ni siquiera hemos acudido al plantón convocado por el Comité del Agua, liderado por el profesor José Manuyama. Si tenemos que luchar por la vida, luchemos sin ninguna tentación proselitista, como dando la impresión de que queremos imponer nuestra doctrina religiosa a como dé lugar (¿Acaso intentamos favorecer a una candidata que está en contra del aborto?). Esas actitudes fanatizadas e intolerantes, hacen mucho daño a la labor pastoral misericordiosa de nuestra Iglesia local y nacional.
En el contexto de esta Marcha por la Vida y en el contexto también de este incierto ambiente electoral, permítanme terminar esta reflexión con una frase del ahora santo Juan Pablo II: «»Es cierto que en la historia se han cometido crímenes en nombre de la verdad. Pero crímenes no menos graves y radicales se han cometido y se siguen cometiendo también en nombre del relativismo ético. Cuando una mayoría parlamentaria o social decreta la legitimidad de la eliminación de la vida aún no nacida, inclusive con ciertas condiciones ¿acaso no adopta una decisión tiránica respecto al ser humano más débil e indefenso?» (EV, 70)
Amén.