Los indígenas no beben de la tradición griega (i)

– A propósito de los disturbios electorales en el distrito de Parinari

Por: Manuel M. Berjón
Miguel Ángel Cadenas
Parroquia Santa Rita de Castilla (Río Marañón)

Para Lucho, con todo el respeto. Trabajador de la ONPE en el último proceso electoral en el distrito de Parinari, que pagó injustamente en sus carnes la incomprensión e incompetencia del Estado.

Hace 25 años comenzó un proceso de reconocimiento de comunidades nativas en el distrito de Parinari. De entonces para acá ha sido un goteo que ha concluido este 2014 con el reconocimiento de Santa Rita de Castilla, sede distrital, aunque a ésta última y algunas otras les falta oficializarlo con el Ministerio de Agricultura. Llama la atención que pese a este reconocimiento de las comunidades, el Estado no ha hecho ningún esfuerzo por pensar su actuación en este territorio. En el presente artículo tendremos en cuenta este componente indígena kukama para entender lo sucedido con la quema de ánforas y el disturbio consiguiente. Dejamos los análisis sobre quién paga las campañas electorales, los votos «golondrinos», la necesidad perentoria de «un trabajito» si gana mi candidato y demás explicaciones plausibles, para navegar por aguas más profundas.
Los griegos inventaron la democracia, el poder del pueblo. En los albores de esta representación política sólo tenían derecho a sufragio los ciudadanos libres. Quedaban exentos, por tanto, esclavos y mujeres. El abolicionismo de la esclavitud y el feminismo de finales del s. XIX y principios del s. XX incluyeron ambos sectores y se pasó al sufragio universal, libre y directo. Y en esas estamos. Pero no todas las tradiciones nacen en Grecia, por floreciente que haya sido. En cambio, para los indígenas amazónicos la norma no es la segregación, sino la «igualdad radical», con algunos arreglos en torno al género y la edad, que ahora no vamos a desarrollar.
Los pueblos indígenas amazónicos no poseen una jefatura política centralizada, como en los Andes. Su sistema de representación es fuerte en épocas de crisis y débil en tiempos de estabilidad. Solemos pensar la estabilidad como la regla y lo anhelado, pero para los indígenas amazónicos la inestabilidad y la guerra son la norma y lo deseable. El alboroto, la quema de ánforas… no es pensado como algo negativo, sino la expresión de la «voluntad popular». Acá sirve la distinción entre «multitud» heterogénea y rizomática que no alcanza el estatuto de persona jurídica, ni tiene voluntad inteligible y «pueblo». El primero trata de arrogarse las competencias del segundo. Y, por mucho que un nutrido grupo de gente haya participado en la revuelta, arrogarse la representación del pueblo es demasiado. Eso que «la voz del pueblo es la voz de Dios» suena más bien a años 70, trasnochados ya, muy trasnochados.
La toma de decisiones en la democracia representativa implica una mayoría simple. Basta superar en votos al contrincante(s) para ser el ganador de las elecciones. Es un acuerdo en el menor tiempo posible. Se pueden hacer pequeñas correcciones: si un candidato regional o nacional no logra el 30% de los votos, habrá segunda vuelta. Pero no deja de ser un pequeño correctivo a la misma lógica. Una enmienda que, desde el punto de vista indígena, no sería suficiente. En cambio, la toma de decisiones indígenas implica un juicio diferente. No se busca el ganador por minoría, sino la aprobación «casi» por unanimidad. Razón por la cual se necesita mucha paciencia. A los ojos occidentales pudiera parecer una pérdida de tiempo. Sin embargo, estos consensos, una vez realizados, son firmes y respetados por todos, puesto que ya se ha dedicado el tiempo suficiente para la conversación, la meditación y los acuerdos. Esta es la razón por la que las asambleas indígenas en la toma de decisiones parecen eternizarse. En esta lógica es fácilmente comprensible que, cuando un candidato es el más votado, pero no tiene una amplia mayoría, no es respetado ni aceptado. Por tanto, la fuente de los disturbios no es la falta de respeto a las decisiones, sino que, desde el punto de vista indígena, se han tomado demasiado rápido, antes de alcanzar la unanimidad que obliga. Y eso no puede ser aceptado. Ganar por minoría implica imponer su voluntad a una mayoría, algo inaceptable para los indígenas. Por eso se revelan ante esta lógica y aceptan la elección cuando el candidato gana por amplia mayoría, aunque no sea mayoría absoluta, aceptando la derrota con tranquilidad. De ahí la importancia del «casi» por unanimidad. Este ganar por minoría conlleva una revancha en las revocatorias, dado que la población no se siente representada. Por tanto, podríamos evitar los gastos de revocatorias en pueblos indígenas, si les diéramos el tiempo y las herramientas oportunas para llegar a amplios consensos.
Los griegos encontraban estimulante un rival con el que polemizar, pero siempre dentro de un contexto de amistad. Era la oportunidad de poder avanzar en el propio pensamiento. Ahí está el método socrático como un posible ejemplo. Sin embargo, para los indígenas amazónicos no se trata de un contexto de amistad, sino al contrario: la norma es el enemigo. No el enemigo al que hay que amar desde la ética cristiana, sino el enemigo como concepto, como ente metafísico, al que hay que «comer», canibalizar, apropiarse de sus fuerzas vitales, como el matador hace con la víctima. El multi-verso (múltiples universos: en esta tierra, en el cielo, debajo del agua viven diversos seres con los que entramos en contacto en la vida cotidiana, para simplificar) es un «organismo» en constante intercambio de fuerzas. Si me apropio de las fuerzas del enemigo yo me hago fuerte, y él, débil. El enemigo es la posibilidad de redefinir «lo propio», un enemigo al que hay que pulverizar para ganar sus energías y fuerzas. Con el enemigo no se puede conversar, tan solo matar o domesticar, aunque fuera simbólicamente. Se trata de una guerra. El enemigo merece el respeto necesario para poder devorarlo, aniquilarlo o, en todo caso, domesticarlo (que es una forma de sometimiento).
Bajo el concepto de enemigo desterramos la neutralidad. No es posible una Suiza indígena, es una contradicción in terminis. Nadie es imparcial y pretender serlo es ingenuo. Para los indígenas es una falta de seriedad. Por eso, un organismo como la ONPE o el Jurado Nacional de Elecciones, que tienen como cometido la neutralidad, no son comprendidos por los indígenas. La acusación de «coimeros» y expresiones como «ya les han pagado» es la consecuencia lógica. Sin duda, es más fácil tener a estos dos organismos como «chivos expiatorios» que al resto de partidos contrincantes, porque aglutinan menos personas, están más indefensos y permanecen en el lugar de los hechos, además de no comprender las dinámicas que se desatan, haciéndolos aún más vulnerables. Lo primero que hace un partido político que gana las elecciones es retirarse de las inmediaciones del espacio electoral, no solo para festejar en su propio local, sino para evitar la ira de la población ajena a su partido que se siente defraudada.
Si el enemigo es el concepto más importante, la guerra es su consecuencia. La guerra necesita ser complementada con épocas de calma para reponerse y permitir que el socius se restituya. Una vez conseguido esto se está preparado para la siguiente guerra: sea una batalla electoral, un disturbio en torno al Municipio, como en Nauta, una agria disputa entre comunidades en torno al territorio, o cualquier otro motivo. Una campaña electoral es la oportunidad de sacar a la luz las fisuras al interior del socius. Una familia o una comunidad pueden estar divididas, pero no siempre se pueden mostrar las desavenencias. Las campañas políticas, entre otros, permiten externalizar esas viejas rencillas, de tal manera que nos podemos enemistar incluso dentro de la misma familia. Una vez pasada la contienda electoral volvemos a restañar las heridas. Pero no para dormir apaciblemente, sino para invernar hasta otra oportunidad que permita visibilizar de nuevo las fracturas. En este sentido apelar al diálogo, a la buena voluntad, a la cordura… está muy bien, desde el punto de vista occidental, y hay que hacerlo, pero no sirve de nada desde el punto de vista indígena.
La democracia griega naufraga en aguas del Amazonas. El sistema electoral debe pensar en sus electores, no simplemente ser transplantados de otras matrices culturales. El caudal más importante de agua dulce del mundo puede generar metáforas que permitan una mejor organización política. Que las aguas del Amazonas sean aptas para beber, también políticamente.

Santa Rita de Castilla, 9 de octubre de 2014