¡Llamados a resucitar, hoy!

– La muerte, el abuso, el fracaso ya no tienen la última palabra. Tiempo de Pascua.
Resurrecion

Por: Adolfo Ramírez del Aguila. arda1982@yahoo.es

El Sábado de Gloria, recibí la llamada de una amiga: “Aló, Adolfo ¿Ya estás resucitando?” me dijo a manera de saludo. Pensé rápidamente: o me ha visto tan muerto con cara de enfermo la última vez, que me sugiere un poco más de vida y salud; o me está invitando a actualizar la resurrección de Cristo en mi propia vida, muriendo a mis tantos defectos y pecados. De todas maneras, atiné a contestarla: “Sí Pilita, ahí estoy en ese intento por resucitar”.
Este diálogo amical, tan coloquial,  me hizo cuestionar existencialmente en torno a esa gran misión al cual estamos llamados todos los cristianos: La de actualizar la muerte y resurrección de Cristo en nuestra propia vida y en nuestro entorno más cercano. Y los católicos –yo soy uno de ellos, aunque no lo parezca– creemos generalmente que esta actualización, solo debe de darse en nuestros actos litúrgicos y en nuestras fastuosas celebraciones. En todas las parroquias del mundo, hasta ayer domingo, los actos celebratorios han mostrado mucho recogimiento y derroche cúltico para “actualizar” la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Hasta ahí, muy bonito, muy emocionante, muy místico, muy espiritual. Pero si todo va a quedar allí, en lo meramente cúltico, y al finalizar estas fiestas, cada uno vuelve desde hoy lunes a lo suyo sin plantearse un mínimo de cambio personal, vano habrán sido todas nuestras celebraciones por Semana Santa.
Es llamativo constatar en los días de la semana más religiosa del año, que la Misa de Resurrección, aún no tenga tanta pegada como la misa del Domingo de Ramos. En mi parroquia, por ejemplo, el celebrante repite ese día un gran deseo pastoral: “Qué lindo ver lleno el templo en esta celebración, día  de la entrada triunfal de Cristo a Jerusalén, ojalá así sean todos los domingos de guardar”. Pareciera que los creyentes, nos olvidamos de la Resurrección  y creemos que la Semana Santa termina el Viernes Santo. Yo pienso que allí radica el punto flojo de nuestro fundamento de fe para el cambio personal: nos olvidamos de resucitar en Cristo.
Es interesante observar y participar naturalmente, de la celebración que año a año la Iglesia de Iquitos convoca para celebrar la Misa de Resurrección al aire libre, en las plazas. Recordemos que en estos lugares públicos, suceden todas las virtudes y defectos de una ciudad: juegan los niños, las parejas se declaran su amor, pero también se micro-comercializa la droga, hay prostitutas, se acumulan cerros de basura, en fin hay de todo. Iquitos es todo eso, como cualquier ciudad moderna, pero también, es una ciudad llena de hombres y mujeres que luchamos (es mi obligación incluirme) día a día por resucitarla de sus miserias.
A propósito del  domingo, día de la Resurrección del Señor, es la fiesta con que concluye la Semana Santa y empieza un nuevo tiempo litúrgico: EL TIEMPO DE PASCUA. Es el día más importante del calendario religioso católico, aunque no lo parezca. A partir de este domingo, contaremos por espacio de cincuenta días, hasta llegar a la Fiesta de Pentecostés (que este año cae el domingo 24 de mayo) y tendremos un nuevo tiempo para meditar y actualizar la tan olvidada Resurrección del Señor y evitar que nuestra fe sea vana, según San Pablo.
Cincuenta largos días para actualizar el “paso” de un Dios solidario con el destino de la humanidad, un Dios que con su poder, convierte la muerte en vida, la esclavitud en libertad, el desánimo en esperanza, la violencia en Paz. Justamente “Pascua” significa “paso”. Si miramos a nuestro alrededor, nuestra sociedad huele más a crímenes que a respeto a la vida, a mentira demagógica que a discursos sinceros, a atropello a los derechos que a respeto de los mismos. Nuestra sociedad más huele a Viernes Santo que a Domingo de Resurrección.
Pero, demostrar la resurrección en un acto litúrgico, creo que honestamente no basta. Esta sensación generalizada de que el mal está triunfando sobre al bien, que la violencia hace rato ha derrotado a la paz, que la corrupción política ha ganado por goleada a la honestidad ciudadana, tiene que transformarse con el poder de Dios y nuestro testimonio de fe, en un amanecer de resurrección tanto a nivel personal como social. Gran tarea evangelizadora.
Cristo hizo lo suyo hace más de dos mil años, y no es cierto que cargó todos los pecados del mundo, cargó la cruz de su tiempo. Nos toca a nosotros, cargar lo nuestro para que la acción salvadora de Jesús siga teniendo vigencia, para que su resurrección sea creíble. Caso contrario, todo quedará en el plano meramente litúrgico, sentimental y místico, desencarnado y divorciado del compromiso que implica una transformación desde la fe en Cristo.
La tarea no será fácil evidentemente. El Maestro terminó clavado en una cruz, por atreverse a crear en su tiempo, un mundo de esperanza, de amor y de paz. Tuvo que enfrentarse a los poderosos de su tiempo, a aquellos que ayer y hoy se creen dueños de la verdad, se arrogan la falsa representación de Dios, aquellos que concentraban abusivamente todo el poder político y religioso para su propio beneficio. Pero Jesús, va en camino con nosotros, como con los discípulos de Emaús,  enseñándonos a tener confianza absoluta en el accionar liberador de Dios, mostrándonos su radical obediencia al proyecto amoroso del Padre, testimoniándonos el poder transformador de la vida en comunidad. Sentir hoy esa energía esperanzadora, esa fuerza transformadora, es la mayor prueba de que ¡Ha resucitado y vive!
Que en este Tiempo de Pascua, que empezó ayer domingo, resucitemos de verdad a una nueva vida, confiados siempre en el mayor milagro que pueda darse en esta tierra: que cambiemos tú y yo, como requisito moral para exigir el cambio de los demás. Reiteramos, el Resucitado va delante de nosotros, apurando esos cambios necesarios. Y si en este esfuerzo nos encontramos con cruces, con dificultades, será la confirmación del camino correcto que nos llevará del Gólgota al sepulcro vacío, porque solo muriendo con Jesús, resucitaremos con él. Amén.