La Bula papal que convoca al perdón

– “Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mt 5,7):

Por: Adolfo Ramírez del Aguila
arda1982@yahoo.es

jubileo

Si a usted amable lector le digo: “BULA PAPAL” inmediatamente pensará en una prohibición o condena que está haciendo el Papa. En la historia de la Iglesia, efectivamente, las bulas han sido escritos de puño y letra del sumo pontífice, normalmente para mostrar su alta autoridad y para rechazar las ideas herejes que pudieran contaminar la pureza de las verdades doctrinales.
Recordando algunas bulas papales más célebres: Aquella que lindó con una exagerada intolerancia y excomulgó a Martín Lutero, padre del protestantismo (Bula de León X en 1521). También aquella que mostró un vocación imperialista, como la del papa Gregorio XI de 1372, reclamando el dominio pontificio sobre todo el mundo, secular y religioso. No faltó una bula muy terrible, la de Inocencio IV, que sobreponiéndose al propio mandamiento de Dios, dio premios celestiales a aquellos que mataran herejes. O la curiosa bula (de 1671) del papa Clemente X, fabricando un milagro para Santa Rosa de Lima, en donde daba fe de que Cristo en persona se le apareció a la santa peruana, diciéndole: “Rosa de mi corazón, despósate conmigo”. Se llegó al extremo de considerar a  estas bulas con igual autoridad o mayor que la propia Biblia.
En contracorriente a esta tradición poco popular de las bulas papales a lo largo de la historia de la Iglesia, en especial durante la Edad Media, el papa Francisco acaba de emitir una bula, no para condenar falsedades, ni para excomulgar disidentes, sino para convocar a un Año Santo Jubilar en donde se prodigue el amor misericordioso de Dios. El “Año Santo”, empezará el 08 de Diciembre del 2015 (Fiesta de la Inmaculada Concepción de María)  y terminará el 20 de noviembre del 2016 (Fiesta de Jesucristo Rey del Universo). Todo un Año para meditar y más que todo practicar la bondad del Padre bueno que es rico en misericordia y lento a la cólera.
Los que somos padres y tenemos hijos, entenderemos muy fácilmente la intención del Papa ante esta convocatoria extraordinaria. Un buen padre por ejemplo, inventa estrategias y recrea mil recursos en su corazón para lograr que su hijo logre su felicidad plena: A través de una buena educación, una vivienda digna, un consejo oportuno, un testimonio de fe, etc. Pero resulta, que a pesar de toda la generosidad que prodiga el corazón de este padre bueno, el hijo muchas veces no lo valora y toma su propio camino a veces mal enrumbado. Un padre bueno, respeta la libertad de su hijo hasta para equivocarse, le duele la mala decisión de su vástago y hasta hace suyo sus fracasos, pero en su corazón paciente y misericordioso abriga la esperanza de que algún día recapacite y retome los caminos de su auténtica felicidad. El mal padre, al contrario, no tolera los fracasos del hijo y a la primera equivocación, lo expulsa de la casa sin derecho a nada.
Los cristianos, hemos sido poco tolerantes con nuestros hermano alejados de la casa paterna. Hemos creído y seguimos creyendo, que la Iglesia es para la gente buena, honorable, honesta y moral; y que la gente mala, de dudosa reputación, corrupta e inmoral, no tienen cabida en nuestro club de entes perfectos, salvo que se sometan a nuestros mandatos bien rigurosos. Nos parecemos muchos al hermano mayor de la parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32), que se queda en la casa del padre (la Iglesia) cumpliendo fielmente sus órdenes, sintiéndose perfecto y quizá disfrutando del fracaso del hermano menor.
Esta parábola de un padre y sus dos hijos (mal llamada “parábola del hijo prodigo”) narrada por Jesús, nos revela la gran misericordia de Dios para con los dos hijos: el que se va de la casa, y el que se queda en la casa como “buen hijo” pero muy lejos del amor misericordioso del padre bueno. El padre (Dios) que ama a los dos hijos sin distinción, regala al hijo que vuelve (los pecadores), su perdón sin condiciones; y al que se queda (nosotros), le invita a perdonar a su hermano. Jesús con esta parábola, nos señala para siempre, que la puerta de entrada al cielo, es el amor misericordioso al hermano pecador.
Yo pienso que el papa Francisco, muy lleno del Espíritu del Resucitado, en este Tiempo de Pascua, nos convoca a este Año Santo, pensando más que todo en los “hijos mayores” modernos que no hemos logrado abrir nuestro corazón misericordioso a la gente que se ha alejado de Dios; inconscientemente, les catalogamos como indignos del perdón de Dios. Para no discurrir en teorías, pongamos un solo ejemplo calientito: ¡Cuánto nos cuesta aceptar los derechos homosexuales! ¿No es cierto? Queremos imponer nuestras ideologías homofóbicas para que los LGTB entren a la Iglesia con todos sus derechos, siempre y cuando pasen por un riguroso exorcismo que disipen sus demonios.
En el tercer año de su pontificado, el Papa nota que los más cercanos físicamente a la casa del Padre: laicos, religiosas, curas, obispos y cardenales, estamos muy alejados de los hermanos que nos necesitan, y que andamos más preocupados por una crear una espiritualidad regida por leyes muy severas, castigadoras, inmisericordes, que no nos salvan a nosotros mismos y tampoco dejan que se salven los demás.
Cuan difícil es perdonar al hermano que sentimos que ha fallado al plan amoroso de Dios ¿No es cierto? Al corrupto, al violento asesino, al violador de los derechos, al abusivo, al manipulador de conciencias, al traficante de sueños, al arquitecto de deshonras, al envidioso presumido, al que destruye la Amazonía con sus sucios negocios, etc. Nos olvidamos, que Dios nos perdona primero y que pone el perdón en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón y construir nuestra felicidad lejos del rencor, la rabia, la violencia y la venganza. El Papa nos recuerda en su bula (anunciada el 13 de marzo y publicada el 11 de abril) que “El perdón es una fuerza que nos resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza.”
El Papa argentino con esta convocatoria, nos invita a ser Misioneros de la Misericordia, a renovar nuestras acciones pastorales para que la primera verdad de la Iglesia sea el amor de Cristo. “En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia”. Una Iglesia santa pero pecadora, en camino, siempre necesitada del perdón misericordioso de Dios, nunca instalada en la soberbia de su supuesta perfección moral.
Que este “Año Santo” proclamado para abrir la gracia de Dios al mundo entero, nos sintamos invitados todos los creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos a un verdadero tiempo de renovación personal para que la economía, la educación, la cultura, la sociedad, la familia, sean transformados según el amor misericordioso de Dios. Amén.