El profetismo y el poder

  • La gran misión de mostrar cercanía a la autoridad y a la vez distanciamiento crítico:

 

Por: Adolfo Ramírez del Aguila
Docente de Educación Secundaria

 

Ya llega San Juan. Como ya es costumbre, todos estamos más preocupados en las comilonas y borracheras que vendrán, y nos olvidamos de practicar la justicia y de exigir cambios urgentes en la sociedad actual. El gran profeta Juan, sigue gritando en la cárcel, por más de dos mil años, y tal parece que tiene pocos seguidores en la iglesia y en la sociedad actual.
El profetismo en la Biblia, fue un movimiento muy incómodo para las pretensiones de control de poder que toda autoridad sueña desde tiempos antiguos. Los Reyes de Israel, por ejemplo, muy pronto se olvidaron de sus promesas hechas ante Dios y ante su pueblo y empezaron a aprovecharse de los puestos públicos para sacar beneficios personales. Política y religión era una sola realidad en los tiempos bíblicos.
En la actualidad, la separación de la Iglesia y el Estado ha tenido el beneficio de hacer más laica a las cuestiones públicas. Sin embargo, este arrinconamiento de la religión a una función meramente cúltica y sacramental ha menguado su impostergable misión profética de criticar el sistema actual de cosas. El neo capitalismo bruto y achorado no tiene límites en su voracidad por depredar los recursos y por hacer de las personas simples piezas de sus negocios al por mayor. Los creyentes callamos ante este abuso y nos volvemos cómplices del orden injusto.
Es que ser profeta no es tarea fácil. Todos los profetas del Antiguo Testamento fueron eliminados brutalmente, por ser la incómoda piedra en el zapato de los que detentan el poder real. Grandes reyes como David y Salomón asumieron el poder en la línea monárquica de compromiso ante el pacto de santificar al pueblo en la abundancia de la justicia y la fraternidad.
Sentados ya en el trono, como pasa hoy en día, muy pronto se olvidaron de sus promesas y traicionaron a su palabra empeñada. Es en estas circunstancias que Dios suscita la vocación de los profetas para encarar al rey y a su séquito de funcionarios estatales, su traición al bien común, planteado por la Alianza.
Transcribo una denuncia de Amos, profeta de mediados del siglo VIII a.C. con una advertencia, cualquier parecido con la realidad de nuestra justicia actual, es pura coincidencia: «Ay de los que convierten el derecho en fruto amargo y tiran por tierra la rectitud. (…) Odian al que interviene con valor en el tribunal y detestan al que atestigua honestamente… Sé bien de sus muchos crímenes e innumerables pecados: estrujan al inocente, aceptan sobornos, atropellan a los pobres en el tribunal» (Am 5, 7…)
A diferencia de los sacerdotes del templo, que eran elegidos de entre una tribu selecta, los profetas surgían del pueblo inculto. De Amós se decía, por ejemplo, que no sabía ni hablar; justamente, esa aparente deficiencia era aprovechada por Dios para poner el fuego de su ira y dar su palabra de descontento. Si el rey escuchaba al profeta y ponía en práctica sus órdenes, el soberano era bendecido; todo lo contrario, si desoía, le caía la maldición. El profeta estaba muy cerca del poder, no para dar loas al rey sino para criticarlo en nombre de Dios.
Si estudiamos la historia de algún profeta de la Biblia, nos daremos cuenta que casi todos los profetas terminaron eliminados por la incomodidad de su profecía, que no se casaba con nadie. Recordemos al gran profeta Juan, contemporáneo de Jesús, considerado el último profeta, que terminó decapitado en un plato, de donde proviene la forma de nuestro juane. El gran rey Herodes le temía, pero al final se dejó llevar por la borrachera del poder que normalmente se mezcla con mujeres y tuvo que ordenar que le decapiten para ceder al chantaje de Herodías, su amante.
Eso de estar cerca del poder y criticarlo, no es una tarea fácil. Lo saben de memoria los periodistas y líderes políticos que cuestionan al actual gobierno de turno en la región y en el país, por ejemplo, que ven amenazada su integridad emocional y hasta física a causa de los emisarios y matones violentos que las autoridades de turno ponen para acallarlos. Ponerse de lado de los intereses de la ciudadanía, nos enfrenta irremediablemente con las autoridades.
Ser profeta, es misión de valientes. Lo saben los líderes religiosos que denuncian los abusos de las petroleras que están destruyendo los ecosistemas en la Amazonía. Lo saben también los líderes sociales y fiscales probos que denuncian la corrupción generalizada en la planificación y ejecución de las obras públicas, como el caso ‘Lava Jato’, por poner una perla en la historia infame del enriquecimiento ilícito de nuestras autoridades en los últimos 30 años.
Que la fiesta de San Juan, sea ese momento de honrar la memoria de nuestro patrono Juan Bautista, que preparó los caminos del Señor y gritó en el desierto exigiendo justicia y conversión.
Jesús, el profeta de los profetas, que terminó clavado en una cruz por exigir la fraternidad como modelo de convivencia en el amor del Padre, nos ilumine a todos los selváticos para continuar la línea del profetismo, anunciando el reino de Dios, pero denunciando lo que atenta a ese reino de amor y justicia.
¡Felices fiestas de San Juan! Amén.