El legado de una maestra y animadora cristiana

  • In memoriam Judith Sanjurjo de Rodríguez:

Por: Adolfo Ramírez del Aguila.
Docente de Educación Religiosa

inmemorian

La Iglesia católica loretana estaba de luto. Acabamos de enterrar el sábado pasado los restos de la maestra y animadora pastoral, Judith Sanjurjo de Rodríguez. El misterioso designio de la hermana muerte puso fin a su presencia física entre nosotros. Así es la muerte porque así es la vida, efímera, limitada y frágil. Siete décadas y un poquito más de intensa vida se apagaron sin que podamos hacer nada para evitarlo.
Los cristianos lloramos una pérdida fatal, pero tenemos una ventaja, lloramos en clave esperanzadora, creemos que la muerte no es el final del camino. Creemos que al otro lado de la muerte, nos espera un camino misterioso de retorno a nuestros orígenes, a las manos del padre creador, dador de vida. Creemos que la muerte es la cruz que nos lleva a la resurrección en Cristo. No sé si suena a consuelo, pero los cristianos proclamamos a la muerte en clave de vida eterna.
En un epitafio de una sepultura, leí hace algunos años la frase: “No me olvides, porque si me olvidas, habré muerto dos veces”. En la línea de construir una memoria que no permita el fatal olvido, permítanme amables lectores compartirles el legado de esta vieja y elegante maestra, la “señora Judith” como nos gustaba llamarle, desde mi particular y debatible punto de vista, a manera de homenaje póstumo.
Resalto en primer lugar, las frases coincidentes en casi todos los discursos que escuché en estos días desde que nos esteramos de su fallecimiento hasta el último discurso de un familiar junto a su tumba. Déjenme lamentar, que estas bonitas frases no la hayamos dicho en vida; así somos, esperamos que el ser querido muera para decir lo tanto que le hemos apreciado y amado. “Mujer comprometida con la educación y la iglesia”, “mujer de servicio pleno a los demás”, “maestra abnegada y perseverante”, “asesora de familias en crisis y amiga de los presos”, “amiguera empedernida y madre amorosa”, “devota de María, fiel seguidora de Cristo” y otras lindas frases que se dijeron y escribieron.
A manera de testimonio, ratifico la veracidad de todas estas frases emotivas que se proclamaron. Me consta su entrega a dos de sus grandes pasiones: el quehacer educativo y el quehacer eclesial. Maestra de primaria egresada de la Escuela Normal de Mujeres, se dedicó a la formación de los niños que ahora son adultos y agradecen su pedagogía del amor para que la letra entre con paciencia y no con sangre. Se jubiló del magisterio muy joven aún y se dedicó a la andragogía, o sea a la educación de adultos. Mucho de sus alumnos del ISP “Loreto” ahora profesionales en ejercicio, dan testimonio de su entrega íntegra a la docencia superior.
Me consta, su entrega apasionada al quehacer eclesial, sea como cristiana de base, militando los grupos de amistad, los grupos marianos, o asesorando a la Pastoral Universitaria y Pastoral Carcelaria. Asumiendo también grandes responsabilidades de poder eclesial, un poder para servir, representó al obispo por muchos años en la Oficina Diocesana de Educación Católica (ODEC-Iquitos), combinando sus dos pasiones: la educación y la fe.
Y cuando creíamos que la jubilación le tocaba también en su quehacer eclesial, retirada ya del cargo de confianza como directora de la ODEC-Iquitos (estuvo liderando esa oficina casi todo el periodo del monseñor Julián García Centeno), continuó con su compromiso cristiano laical, dedicándose a llevar la Buena Nueva de Jesús a los presos en las cárceles, a los estudiantes en las universidades y a los esposos de las familias en crisis. Siempre creemos que la jubilación es una etapa en donde socialmente quedas inhabilitado; la vida de la señora Judith, nos demostró todo lo contrario.
Quisiera resaltar finalmente esa hermosa dimensión fraternal de la amistad que la señora Judith regaló a todos sin distinción. Me sorprendió, cuando posteaba en el Facebook en estos días de dolor por su partida, las condolencias de muchos amigos desde el extranjero. Solía viajar bastante; y en donde visitaba, dejaba su alegría latinoamericana charapa, con esa chispa que nos caracteriza a los selváticos haciendo contraste con la seriedad de los europeos y la vida metódica y calculadora de los norteamericanos. Me contaron algunos amigos muy cercanos, que tenía previsto viajar estos días a un país extranjero, cuando le sorprendió el viaje final de la muerte.
A nombre de mi familia, a nombre de los profesores de religión y a nombre del sindicato de los maestros, gracias señora y maestra Judith por esos años que nos has dedicado, dándonos emotivos discursos, certeros consejos, precisas indicaciones para profesionalizarnos, y más que todo, gracias por brindarnos mucha confianza y amistad, a tal extremo de decirte simplemente: “Judith”. Los maestros hemos perdido a una gran maestra, los creyentes hemos ganado a un mujer santa, de esos santos que tienen errores, claro, y la sociedad iquiteña ha gozado de una mujer loretana de lujo.
Que el Señor de la vida que nos concedió la maravillosa oportunidad de conocer a una maravillosa persona, nos anime a seguir el camino de los que han vivido plenamente la vida. ¡Cuando una maestra muere, nunca muere! Amén.