El hombre que murió para salvarnos.

Dicen las escrituras que luego de la creación del hombre, su destierro del Paraíso se debió a la violación de  las leyes dictadas por el Creador  para morar en el Edén Divino, tocándole entonces al hombre,  habitar este mundo, entonces errático y sin destino.

Dios dotó de todo a lo que sería su máxima creación, el hombre pero lamentablemente  dicha creación falló  y eso hizo que el Creador enviara a su hijo para que erradicara la corrupción y el pecado de la faz del mundo, pero quizás la falla del Divino estuvo en enviar a Jesús hecho hombre, con todos los atributos del ser humano, pero también con  sus debilidades y sus propensiones al pecado.

Es así como Cristo, el Nazareno, primero se da  a la tarea de vencer la tentación del demonio y luego redimir al mundo aun a costa de su existencia. Su vida pasión y muerte, narradas en sendos documentos históricos, constituyen en la historia de la humanidad, la más apasionante narración  de un hecho que muestra a la humanidad cómo es posible que se llegue a la inmolación  de una vida en procura de logros que constituyan  una lección de amor, fe y sacrificio.

El sacrificio del Nazareno no fue vano, su muestra de amor al prójimo tiene un principio y un final;  y es recordado en el mundo cristiano con fe y unción  religiosa, en un ritual que comienza con la escenificación de la entrada de  Cristo a Jerusalén, seguido de su suplicio cuando fue coronado de  espinas y luego crucificado en el Monte calvario.

Cristo muere a los 33 años y es mucho después cuando su entrega por salvar a la humanidad  del pecado, recibe el reconocimiento de un rey, Carlomagno,  que crea la religión cristiana al entronizar a Cristo como salvador de la humanidad.

Mucho se ha escrito sobre este extraordinario hombre. Eruditos, sacerdotes, sabios, historiadores  y hasta  ateos y profanos, se han ocupado de la vida del Salvador; pero sean cuales fueren los testimonios ya sea a favor o en contra, nada puede dañar, opacar y siquiera negar la existencia de un salvador del mundo al que  todos reverenciamos a través de nuestra fe en el hijo de Dios.