Ecos de la Navidad

La celebración del nacimiento de Jesús, se ha dado en momentos difíciles que vive el mundo, situación a la que no son ajenos nuestro país y nuestra región. La crisis de los refugiados que huyen del terrorismo implantado por el fanatismo religioso, propiciador de mil desgracias, los más escandalosos casos de corrupción en instituciones manejadas por personas que uno creía de solvencia moral, los más degradantes comportamientos que han llevado a la cárcel a más de uno por haber cometido todo tipo de delitos, el incesante aumento de casos de trata de personas, el incremento de la prostitución y el crimen a mano armada, el imparable tráfico ilícito de drogas y drogadictos y, el derrumbe moral de entes rectores de la fe, la cada vez creciente amenaza de una conflagración mundial, son, entre otras cosas, la lúgubre pintura que vemos en el presente de nuestras vidas.

La esperada celebración de la venida del Hijo de Dios, en nuestro país, se ha dado en un ambiente de malestar por los acuerdos que los jerarcas de los partidos políticos habían decidido para aumentar las posibilidades de alcanzar el favor mayoritario del voto del pueblo.

Y, en nuestro terruño, no podía darse ninguna excepción. Al igual que en el resto del mundo, los atropellos contra la naturaleza continúan a pesar de las leyes y las normas. Las riquezas que tenemos no son bien administradas para avanzar en el desarrollo que todos queremos, porque no hay conciencia de que ello es irremplazable, que día a día se va, hasta que llegará el fin cuando ya no tengamos nada, los evidentes y solapados apuñalamientos entre candidatos a congresistas y la más grande falta de seguridad nunca antes vista, en que vivimos, nos hace volver la mirada al mensaje de la Navidad.

Tiempo de paz y amor, de un aviso del Creador al hombre, advirtiéndole a la humanidad de las desgracias que vendrán si es que no se sigue su palabra, aquella sabiduría que el Niño Jesús, desde el pesebre le transmite al mundo.

Más adelante, aquel niño morirá en la cruz, masacrado por la dictadura romana y por su mismo pueblo. Nacer para morir por la salvación del mundo, del hombre, es el más grande sacrificio que aún no hemos logrado comprender. Por eso, estamos como estamos.