Dos acontecimientos muy nuestros

Entre las grandes celebraciones del pueblo peruano, aparte de las Fiestas Patrias, hay dos que se dan en un solo día. Cada 31 de octubre la fe en Jesús se transforma en un fenómeno colectivo que une con fervor a los hijos de la Iglesia Católica sin distinción de posición alguna, porque todos somos hermanos en Cristo. Durante todo el mes el Perú se viste de morado para expresar su homenaje y rendirse a los pies de la imagen del Cristo de Pachacamilla.

Luego vendrá la celebración del Día de la Canción Criolla, de la música peruana, nacida entre los suburbios de la Lima antigua, de los callejones y las peñas, donde los cantores, guitarristas y cajoneros se reunían para cantar sus amores, desengaños, olvidos, pasiones y reclamar igualdad donde los seres sean de igual valor como reclama Felipe Pinglo en una poesía hecha canción, que denuncia el amor imposible de Luis Enrique el plebeyo de amar a una aristócrata.

Si bien es cierto que en Iquitos no se daba sino hasta mediados de los años 50 lo que se conoce como criollismo, por la marcada lejanía con la costa y la decidida influencia de la música brasileña por su cercanía, debemos decir también que aquí nació un criollismo muy loretano, que no canta a la desgracia de la infidelidad, sino a la belleza de los paisajes amazónicos, a la belleza de la mujer y a su cualidad de trabajadora y celosa madre. Hace ya como medio siglo que Julio Élgegren Pinedo, el gran «chispa», le cantó al Amazonas calificándole de majestad infinita, Antonio Wong Rengifo, fotógrafo, cineasta, periodista, autor y compositor, nos heredó el bellísimo vals Bajo el sol de Loreto, Adolfo Sandoval festivo con sus canciones  de las cosas  que tenemos los loretanos, que nos hace diferentes y únicos, le canta a las leyendas nuestras, a los frutos regalos de Dios, sembrados por Él en este paraíso, Atilio Vásquez Alegría, notable con sus homenajes a Yurimaguas, la perla del Huallaga, Renato Mesía con esa joya llamada Iquitos, Javier Isuiza, quien le puso la gracia a la vida diaria que transcurre con sus propias situaciones en los hogares humildes en Amor Shegue, son algunos de los mejores exponentes de la música de nuestra tierra.

Dos sucesos grandes y colectivos que siempre deberá unirnos en fe y alegría para que las generaciones venideras sigan manteniendo lo que se conoce como el alma popular, donde se mantiene vivo el sentimiento invariable por el Hijo de Dios, que guía los pasos de los hombres de buena voluntad. Esa demostración quedó, una vez más, evidenciada en la procesión de ayer organizada por la Hermandad del Señor de los Milagros de la Parroquia San Juan Bautista. Y por nuestra música, que nos identifica al pueblo peruano como gente que trabaja,  pero que también se divierte.