DESTINO DE VIDA

Por: José Álvarez Alonso

El hombre, de aspecto muy pulcro y distinguido, pasa la plancha eléctrica sobre el papel con precisión de relojero, y explica al sorprendido periodista lo que está haciendo: «Planchar el periódico para que lo lea el señor es una tradición en algunas familias aristocráticas inglesas; me siento muy satisfecho de poder hacer esto todos los días para Lord Carnavon.»

Qué trabajo tan relevante y enriquecedor… ¿Eso es lo máximo a que puede aspirar en la vida una persona?, nos preguntamos los sorprendidos televidentes al escuchar tamaña frivolidad. Que no es la única en esa casa, por supuesto: el mismo Lord Carnavon, descendiente del patrocinador de Howard Carter, que descubrió la tumba de Tutankamon en 1922, explica que en pocos días se realizará en sus tierras la cacería anual de faisanes. Lo más selecto de la encopetada aristocracia británica se da cita en este magno y trascendente evento, al que han asistido ocasionalmente hasta los príncipes de Gales.

El costo de un día de cacería es de unos 30 000 dólares, a los que se deben sumar otros gastos asociados, claro: vestidos para la ocasión, transporte (muchos invitados llegan en helicóptero), parafernalia de caza… Mientras el mundo se desmorona con sangrientos conflictos, hambrunas y degradación ambiental, la ‘crème de la crème’ de la civilización occidental cual Nerón posmoderno toca el harpa, lee periódicos exquisitamente planchados y caza faisanes a cinco mil dólares la pieza. Que siga la fiesta, y que los últimos apaguen la luz y cierren la puerta, por favor…

Ver esta escena casi surrealista en un documental de TV me hizo recordar el discurso en la Universidad de Standford en 2005 de Steve Jobs, fundador de Apple, uno de los hombres más visionarios y que más han influido en la transformación tecnológica del mundo actual: «Si vives cada día como si fuera el último, es muy probable que algún día hagas lo correcto. Me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: ‘Si hoy fuera el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer hoy?’ Y cada vez que la respuesta ha sido «No» por varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo (…) Yo amaba lo que hacía. Tienen que encontrar eso que aman (…)

«Su trabajo va a llenar gran parte de sus vidas y la única manera de sentirse realmente satisfecho es hacer aquello que creen es un gran trabajo. Y la única reforma de hacer un gran trabajo es amando lo que hacen. Si todavía no lo han encontrado, sigan buscando. No se detengan. Al igual que con los asuntos del corazón, sabrán cuando lo encuentren (…) Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a decidir las grandes selecciones de mi vida. Porque casi todo es – todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso- desaparece a las puertas de la muerte, quedando solamente aquello que es realmente importante.»

Me pregunto si esos aristócratas-cazadores-de-faisanes y diligentes sirvientes-planchadores-de-periódicos, y sus patéticos imitadores de las clases altas de nuestro país (y algunos de las medias imitando a las altas, y otros de las bajas imitando a las medias…), que parecen tener como última o máxima aspiración en la vida participar en costosas galas (o servir a los que participan en ellas) y ostentar los dineros heredados sin mérito o adquiridos de turbias formas, seguirían haciendo lo que hacen si supiesen que es el último día de su vida, como pregunta Jobs…

«A partir de los 50 uno ya no piensa tanto en hacer plata sino en trascender», me comentó una vez José Francisco Quispe, consejero regional de Loreto. Efectivamente, le dije, aunque hay gente heroica que dedica sus esfuerzos desde los primeros años de su vida productiva a transcender en el buen sentido, a trabajar por un mundo mejor, y dejan una obra perdurable. Y hay, sin embargo, muchos que llegan a los 50 y a los 60 y siguen con la misma ambición fatua de cuando tenían 20 o 30; confunden el fin con los medios, y creen que con el dinero o el ejercicio obsceno del poder pueden llenar la sed de perennizarse.

También hay algunos buscan transcender haciendo cosas excéntricas o batiendo algún récord Guiness, por más irrelevantes que sean. Un caso extremo fue el de Herostratus, quien hace unos 2 365 años (justo el día que nació Alejandro Magno) quemó el templo de Atemir en Éfeso (o Diana como lo nombraron los Romanos), una de las Siete Maravillas del mundo antiguo. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, dijo que para que su nombre fuese inmortal, y nunca fuese olvidado. Las autoridades de Éfeso, luego de acelerar su mortalidad, decretaron que su nombre nunca fuese nombrado ni escrito en ningún sitio, lo que no logró evitar que pasase a la posteridad. Triste consuelo póstumo para el infeliz.

Otros, finalmente (de estos creo que abundan en esta cálida tierra…) parece que para transcender quieren emular al inefable Don Juan Tenorio, epítome del vicio y el egoísmo, que en la versión de Zorrilla llega a decir esos memorables versos:

«Por donde quiera que fui,

la razón atropellé,

la virtud escarnecí,

a la justicia burlé,

y a las mujeres vendí.

Yo a las cabañas bajé,

yo a los palacios subí,

yo los claustros escalé

y en todas partes dejé

memoria amarga de mí.»