DE PROFESIÓN LENGUASAPA

José Álvarez Alonso

Lo conocí por casualidad en una de las tantas comunidades indígenas que he visitado en las tres décadas que llevo en Loreto. Me había alojado en casa de su hermano, un laborioso y respetado dirigente de la zona, y éste me habló de su locuaz pariente, que vivía en una casa vecina asaz extraña para las típicas moradas de Loreto: una construcción de dos pisos con paredes de marona (bambú).

“No sé qué hacer con mi hermano. Es un haragán vividor, varias veces lo he tenido que sacar de apuros con mi plata, hasta de la cárcel, toda su vida se ha dedicado a estafar y engañar a la gente. En los últimos años encontró una nueva modalidad de trabajo: se hizo predicador ‘pentecosho’, y ahí está. Esa mujer con la que está ahora es la quinta o la sexta, para cambiando de comunidad cada pocos meses, engatusa a la gente con su ‘naca naca’, seduce a alguna mujer, y se larga robándola, hasta que se harta de ella”…

Todos conocemos a alguno o hemos oído contar sus “hazañas”; en todas partes uno se tropieza con esos personajes que han hecho de su lengua el instrumento de trabajo (o de ‘mauleo’), bien sea vendiendo sebo de culebra con la Santa Biblia en la mano –predicadores de medio pelo- o con la Constitución y su saco de promesas incumplibles –políticos del otro medio-, bien sea con un micrófono, o a pelo en las calles,contando historias de falsa necesidad u oportuno apoyo político,seduciendo a incautos para diversos y con frecuencia torvos fines.

No dejo de sorprenderme hasta dónde puede llevar la naca-naca, la sin hueso, ese inefable órgano humano capaz de modular sonidos al tiempo que mezclar la comida en la boca, y que nos distingue a los bípedos implumes, como una vez definió un filósofo griego al hombre,de la mayoría de los animales. Personas que sin una especial habilidad para manejar ese novísimo órgano no hubiesen pasado de guardianes nocturnos o de chaucheros,llegan a ocupar puestos increíbles, tanto en el sector público como el privado.

Gentes que no tienen mayor mérito que el hábil manejo de la palabra, y con otras limitadísimas cualidades humanas, intelectuales y morales, y con frecuencia adornadoscon kilométricos rabos de paja –prontuario más que currículum-, brillan y lideran como si fuesen grandes personas, y hacen creer a quienes les rodean que valen más que ellos. Y todo por la adoración, el embelesamiento, la fascinación que el verbo florido produce en el respetable.

Pero escúchenlos cómo hablan, qué peroratas sobre los valores cívicos, la responsabilidad, la honestidad, la vocación de servicio… Luego escuchas a alguien que lo conoce: “Pero si ese de ahí es tremendo pendejo, ha hecho tal o cual, debería estar en la cárcel…” La palabra aguanta todo.

Esto no es nuevo, por supuesto; a lo largo de la Historia el uso de la palabra fue uno atributos más valorados en las sociedades humanas. Demóstenes fascinó con su verbo a los electores en la Grecia clásica, la primera democracia formal del planeta –con esclavos incluidos-, y lo mismo hizo Lincoln, que por cierto ascendió a presidente desde el humilde oficio de leñador. Pero ambos, y con ellos muchos otros famosos oradores a lo largo de la historia, tuvieron también grandes cualidades de estadistas para llegar donde llegaron, cosa que pongo en seria duda para el caso de muchos ‘lenguasapas’locales que hoy nos atosigan con sus excesos verbales.

Porque entre nuestros‘lenguasapas’ marca Perútenemos desde presidentes-incluido el innombrable, famoso no sólo por su ego colosal, sino por su proverbial incontinencia verbal- hasta predicadores de diversas clases y colores–pentecoshos, especialmente-, pasando por periodistas, políticos de diverso nivel y cualidad(por supuesto), dirigentes sindicales, agrarios o de otros gremios, y homúnculos varios en diversos puestitos de poder. Por algo Confucio, dicen que el hombre más sabio que madre alguna ha parido, firmaba que “un hombre de virtuosas palabras no es siempre un hombre virtuoso”. Dos mil años más tarde, Ted Cook diría algo más agresivo: “Cuanto más estrecha la mente, más grande la boca”. Que nos conduce al proverbio: “el pez por la boca muere”.

Realmente es increíble la fascinación que producen en la gente el verbo -con frecuencia vacío-, el mensaje trillado y lleno de lugares comunes, de absurdos y de estupideces sin nombre. Porque la mayor parte de los ‘lenguasapas’ no tienen más que eso, verbo, sin nada de contenido. Hablan por hablar, y no aportan nada a la sociedad, más allá de entretener a los ingenuos. A ellos se aplica lo que dijo Steinbeck: “El hombre es el único animal que bebe sin tener sed, come sin tener hambre y habla sin tener nada que decir”. O como solía decir un anciano y sabio profesor que tuve en mi juventud, cuando alguien hablaba sandeces: “Qué extraordinaria oportunidad ha perdido usted de permanecer callado”. Goethe, más sabio aún si cabe, también afirmaba: “Se tiende a poner palabras allí donde faltan ideas”.

Definitivamente, si les quitasena esos profesionales de la lengua las dos piernas, o los brazos, o se quedasen ciegos, podrían igual seguir detentando las piltrafas del poder o usufructuando las migajas que caen de su mesa; pero si les faltase la lengua no serían nada.

Claro que también hay algunos vividores de la pluma, no muchos, por cierto, que en esta torturada tierra hasta entre los intelectuales abundan los ágrafos. Y no me refiero a quienes dignamente han elegido la sufrida profesión de escritores, sino a quienes venden al mejor postor sus ripiosos panegíricos. Hay por ahí algunos prontuariados(con historial de depredación, ratería, vicio y demás) que intentan sin mucho éxito,o bien alabar a algún huérfano de méritos, o bien insultar –por resentimiento o por encargo- a los que califican de ambientalistas o de otros horrendos crímenes, a cuatro lucas la pieza…

Termino mis citas con una que me gusta mucho, de Thomas S. Eliot: “Bendito el hombre que no teniendo nada que decir, se abstiene de demostrárnoslo con sus palabras”.

Amén, cállense, por favor, lenguasapas (y mira quién habla, dirá alguno…).