De paujiles pucacungas y otros animales no domesticables

La mamá paujil voló hacia las copas de los árboles con gran estrépito. En el suelo, camuflados entre las hojas secas, quedaron sus dos pollitos recién nacidos, literalmente con pedazos de cáscara todavía pegados al trasero. Mi guía, curtido mitayero del pueblo de Jenaro Herrera, se apresuró a tomar uno y me dijo que agarrase el otro. Corría el año 1988 y en esos tiempos no había muchas consideraciones ambientales hacia este tipo de prácticas, así que no lo dudé. Desde niño me encantó criar aves silvestres como mascotas, desde cuervos hasta perdices. De modo que metimos a los dos recién nacidos en un ‘capillejo’ de hojas de ungurahui y los llevamos de vuelta al Centro de Investigaciones Jenaro Herrera del IIAP, caminando de vuelta los veintitantos kilómetros que habíamos avanzado por la carretera en construcción hacia Angamos.

El avecita era una cariñosa bola de peluche de colores abigarrados, como corresponde a las crías de las aves ‘nidífugas’, que necesitan camuflarse en su entorno porque abandonan el nido a pocas horas de nacidos. Me consideraba efectivamente su madre, y acudía a mis llamados en busca de comida. Lo crié con mimo durante varias semanas. A los pocos días desarrolló las plumas de las alas, y a la semana ya daba vuelos cortos. Me llamaron la atención varios rasgos del carácter del paujil: su nerviosismo extremo (salía disparado volando ante cualquier ruido, y se estrellaba contra la pared del cuarto, porque al no tener casi cola no podía maniobrar), y la exquisitez extrema de sus hábitos alimenticios.

Efectivamente, aunque yo le daba alimentos muy nutritivos, desde grillos y polillas hasta pedacitos de huevo, arroz cocido y frutas, observé que rápidamente se cansaba de un alimento y lo rechazaba, aunque se tratase de algo que le gustaba mucho, si es que le había ofrecido el mismo bocado varias veces seguidas. Tenía que «rotar» por una serie de bocados distintos hasta que volviese a aceptar uno de nuevo. Nada parecido a los pollos de gallina, que comen como desesperados el mismo tipo de alimento durante todo el día sin cansarse, sea balanceado o yuca picada. Total, que para alimentar al bendito paujil tenía que tener a mano una variedad de alimentos de origen vegetal y animal, y variar de uno a otro para que continuase comiendo. Algo similar he observado en las pucacungas y montetes que he tenido oportunidad de criar.

He oído a muchos supuestos expertos en desarrollo amazónico proponer la zoocría de fauna nativa como una de las alternativas para la Amazonía. Solo una ignorancia supina en el tema puede sustentar propuestas así. De hecho, hasta ahora no sabemos de ni un solo emprendimiento rentable de cría de fauna amazónica, y sabemos de varios intentos, impulsados por gente muy capaz. Quizás el que más se ha acercado a tener éxito en nuestro medio es el del Zoocriadero BIOAM, del Ing. Carlos Cornejo, que ha trabajado con ronsocos y, en los últimos años, con sajino, especie que tiene mejores características que los paujiles y pucacungas para la crianza en cautividad, además compensar su desventaja frente al cerdo (en productividad y mansedumbre) por tener un cuero muy valioso.

Jared Diamond, ganador del Pulitzer y otros premios por su renombrada «Armas, gérmenes y acero», explica las razones por las que, de las 148 especies de mamíferos grandes que existen en el Planeta, solo 14 especies fueron domesticadas a lo largo de la historia, todas ellas hace más de 4.500 años. La clave radica en lo que él llama «principio de Ana Karenina»: «Para ser domesticada, una especie salvaje candidata debe tener muchas características distintas. La falta de cualquiera de las características requeridas condena al fracaso los esfuerzos de domesticación, del mismo modo que condena los esfuerzos por construir un matrimonio feliz.»

Diamond describe seis grupos de razones por las que fracasa la domesticación de animales:  Dieta (no ser muy exigentes o melindrosos con la comida); ritmo de crecimiento (animales medianos vs. animales demasiado grandes y de lento crecimiento); sistema reproductivo (algunos animales tienen sistemas reproductivos complejos difíciles de replicar en cautividad); carácter (la mala disposición de osos, búfalos, hipopótamos, onagros o cebras ha impedido su domesticación, pese a diversos intentos); tendencia al pánico (nerviosismo de algunos animales ante cualquier ruido o signo de amenaza, como los ciervos y las gacelas); estructura social (adaptación a vivir en grupos grandes y a respetar una jerarquía en el grupo, lo que facilita el manejo en rebaños y que sigan al hombre como jefe de la manada). Así que no es una casualidad que hayan sido domesticados el caballo, la vaca, el burro, el cerdo, la cabra y la oveja, sino porque reúnen TODAS las características favorables para la cría en cautividad. Basta con que falte una sola de esas características para que el animal no sirva para la domesticación.

Un fácil repaso de las características de la mayoría de los animales amazónicos los coloca claramente en desventaja frente a los ya animales domesticados provenientes de otras regiones. Volviendo al ejemplo de los paujiles y pucacungas: a los limitantes mencionados arriba (dieta, comportamiento nervioso) se añaden varios más: tasa reproductiva baja (dos crías por nidada y año vs. las varias nidadas de más de una docena de huevos de la gallina doméstica); tasa de crecimiento excesivamente lenta (el paujil alcanza la madurez sexual entre el segundo y el tercer año, mientras que la gallina  madura antes de medio año); y la poca disposición a vivir en grupos grandes (paujiles y pucacungas viven en parejas o pequeños grupos familiares).

Según el «principio de Ana Karenina», bastaría una de esas razones para que no resultase exitosa la domesticación. Solo una especie que ocurre en Amazonía (y en la mayor parte de Sudamérica) fue domesticada en tiempos históricos: el pato criollo (Cairina moschata), que según evidencias arqueológicas fue domesticado en la costa peruana hace unos 2000 años por los Mochica.

Así que en vez de emprendimientos de domesticación condenados al fracaso, se debería concentrar los esfuerzos en promover el manejo de la fauna amazónica en su hábitat natural, con las comunidades locales. Los bosques todavía ocupan más del 95 % de la selva baja y los árboles alimentan a la fauna gratis. Ah, y a los amazónicos les encanta cazar, algo a tener muy en cuenta.