CASA CON DUEÑO

Por: José Álvarez Alonso

La anécdota ocurrió hace unos 50 años, según me cuenta el P. Angel Pastor. Llegó de visita a Iquitos el Ministro de Educación, un tal Mendoza, y lo llevaron a visitar el orgullo de la ciudad, la Gran Unidad Educativa Mariscal Oscar R. Benavides, una de las 8 ó 10 construidas por el Presidente Odría en varias ciudades del Perú. Luego visitó el Colegio Sagrado Corazón, en ese momento administrado por las Madres Franciscanas. Un periodista le preguntó entonces al ministro qué diferencia observaba él entre los dos colegios, esperando una apología de la gran obra educativa de Odría. El ministro contestó sin dudar: «Ésta es casa con dueño, el otro es casa sin dueño».

 

Sospechamos que el periodista no captó la ironía y el mensaje velado del ministro Mendoza. Pero luego de 20 años cualquiera que visitase las instalaciones de ambos colegios se percataría de la diferencia (como cualquiera que visite hoy un colegio público y luego otro privado). El cuidado de los bienes públicos, incluyendo por supuesto los colegios, es un termómetro para medir la ciudadanía, la cultura y la educación de la gente en cualquier país del mundo. «Cuando cuidamos los bienes comunes mejor que los propios, tanto conocemos que hemos adelantado en la virtud», enseñaba San Agustín de Hipona.

 

He tenido la oportunidad de visitar algunos colegios públicos y privados en países llamados «del primer Mundo» y puedo asegurar que no hay gran diferencia entre ellos. Lamentablemente, en nuestro medio los bienes comunes no son precisamente bien cuidados. Ocurre lo que se ha dado en llamar «la tragedia de los bienes comunes»: lo que es de todos es de nadie y es maltratado y depredado. Nada más hay que entrar a un baño para darse cuenta si es de una institución pública o una privada. No hace falta mirar, por el olor se nota. Cuanto más desarrollado es un país, por cierto, más se nota el cuidado de los espacios y bienes comunes; se puede saber si uno está en un país desarrollado o subdesarrollado, observando la limpieza de los baños. Claro que también se pueden apreciar claras diferencias en el estado de los servicios públicos (baños, parques, escuelas, etc.) de barrios populares y de barrios más acomodados.

 

Un amigo me contó una escena que observó hace años en el colegio estatal Rosa Agustina: tenían una actividad en el patio del colegio, y estaban arrojando las carpetas desde el segundo piso al patio. Por supuesto que un montón de ellas se malograron, pese a ser de las de armazón de fierro. Por esos años también escuché que en el emblemático colegio CNI habían tenido al final del año una actividad en el patio, y las carpetas fueron dejadas en el lugar expuestas al sol y a la lluvia hasta el reinicio de las clases, dos meses y medio después. Seguro que el lector conoce anécdotas similares del maltrato «impune» a bienes públicos. No es extraño, por ello, que las carpetas en un colegio privado duren una generación, mientras que en un colegio público tengan que comprar nuevas cada pocos años.

 

En un colegio privado funcionan siempre los baños, están bastante limpios, las carpetas están completas, las luces o los desagües funcionan, porque hay una dirección que supervisa constantemente y se preocupa, arregla durante las vacaciones los desperfectos, etc. ¿Cuándo será así en los colegios públicos?

 

¿Cuántas veces ha observado usted a alguien dejar la luz prendida, o el ventilador, o el aire acondicionado en un local público cuando salen? Hay colegios públicos que muestran todas sus luces constantemente prendidas, a veces día y noche. ¿Lo harían si fuese su casa? Después se quejan que no paga la cuenta la DREL. ¿Cuántas veces han observado a niños o jóvenes maltratando un mueble, escribiendo en una pared, jugando con un grifo o haciendo cosas parecidas en un colegio u otro local público, y no los han corregido? ¿Permanecerían así de pasivos si se tratase de «su» casa y de «sus» cosas?

 

He escuchado muchas quejas sobre la pasividad que muestran profesores y directores ante comportamientos «poco civilizados» de los alumnos en los colegios, a los que ven arrojar basura al piso, o maltratar infraestructura y mobiliario sin que los corrijan. Por más que mejoren los índices educativos (comprensión lectora, análisis matemático, etc.) nuestra educación seguirá siendo deficiente si no se inculca valores y actitudes, comenzando por el respeto a la propiedad ajena, y en especial a la pública, y si no se educa en ciudadanía, si no se corrige con firmeza los malos comportamientos, antes de que se conviertan en costumbres. Esto, claro está, atañe también a la familia, tan tolerante en nuestro medio con esas actitudes.

 

Acaban de reinaugurar la remodelada e impresionante infraestructura del «colegio emblemático», CNI, y pronto le seguirá el MORB… Qué bueno que el Estado invierta en mejorar las condiciones de la educación de nuestros jóvenes (aunque no debería privilegiar a unos en detrimento de los miles de colegios y escuelitas que están en ruinas…).  Al menos el CNI se ha ganado un bien merecido prestigio de innovación educativa. Veremos cuánto dura la buena presencia de sus pulcras aulas, salones, baños y equipos, si son «casa con dueño» o «casa sin dueño» (el Prof. José Manuyama, destacado subdirector, me asegura que están en el proceso de ser una «casa con dueño»). Ése será el mejor pulso de la calidad educativa del colegio, si está realmente formando futuros ciudadanos productivos y responsables, y no sólo buenos matemáticos o literatos.