Ya se está volviendo pan de cada día la desaparición de menores de edad, de seducciones a chicas que no alcanzan los 18 años, de niños extraviados que reaparecen después de algún tiempo. Esto no es más que el fiel reflejo de una sociedad enferma que adolece de valores, donde los padres han descuidado a sus hijos, que no los vigilan ni menos se interesan por qué caminos van y con quiénes andan.
Los muchachos están descarriados en su comportamiento y en sus estudios. No hay reglas que respeten, la disciplina del hogar, las obligaciones que antes tenían los muchachos han desaparecido. Ya nadie respeta a nadie, no hay niveles menos aún jerarquías, las que sin afectar los lazos amicales o filiales existían para delimitar deberes y obligaciones. Era el balance que en todo debe existir para que no haya extremismos que eso mucho daño hace, viniendo de donde viniere.
Las muchachas apenas cumplen catorce o quince años están pensando en pareja, sin darse cuenta que eso conlleva sacrificios, obligaciones más que todo, que el mundo se reduce y que las diversiones o actividades propias de su edad ya no existen para ellas.
Después, las amarguras serán las más fieles compañeras cuando la pareja ya no muestre interés en la chica que era el motivo de sus desvelos. Poco a poco el alejamiento irá marcando un nuevo camino y en eso, por causas que ni el destino mismo sabe cómo aparecieron, alguien vendrá a ofrecerle un trabajo que nunca pensó ejercer, porque por más castigos que le dio la vida, nunca se le cruzó por la mente ser obligada a vender su cuerpo.
Los tiempos estos son difíciles de vivir. Ya no existe la quietud ni la decencia de antes. El honor es palabra en desuso y la honestidad un mito.
Dediquemos más tiempo a los hijos, que ellos nos siguen en este viaje incierto, desconocido, que muchas veces enrumba al abismo.





