YARINA ISLA

José Álvarez Alonso

Yarina Isla es una linda y ordenada comunidad a orillas del Napo. Más precisamente, ‘en medio del Napo’, pues en el lado oriental de una enorme isla fluvial, tan grande que tiene sus propias cochas y caños. Hace como un mes observé de lejos la comunidad inundada, pero no pude parar. Ahora que las aguas ya han comenzado a bajar llegué con el temor de encontrar a una comunidad abrumada por los impactos de la extrema creciente, la peor en 25 años: los medios de comunicación nos han inundado de noticias catastrofistas, de caras llorosas y escenas dramáticas de familias que supuestamente “lo han perdido todo”.

Qué equivocado estaba. La gente de Yarina Isla nos recibió cálidamente, y en los días que estuvimos ahí no escuchamos ni una queja, ni un reclamo, ni un pedido de ayuda más allá de apoyarlos con sus proyectos educativos y de ecoturismo. Comprobamos más bien que su vida seguía casi normal, aunque obviamente la inundación tuvo sus impactos: sus platanales estaban mortecinos, algunos frutales de altura habían sucumbido a las aguas (palta y zapote, principalmente), y las clases se habían suspendido temporalmente porque el agua cubrió con 20 cm. el piso del colegio. Los caminos estaban comenzando a secarse y en unos días se iban a reiniciar las clases.

Pregunté si no faltaba comida. Me dijeron que no: “Hay pescado, y todavía tenemos algo de plátano, algunos se han salvado. Además, todas las familias han guardado masa de yuca, algunos en panero, otros la han enterrado. Así dura varios meses, hasta que salga la yuca nueva”. Y me explicaron en detalle cómo se preparaba la masa de yuca: se hace pudrir a las yucas en agua, como para hacer fariña, y luego se machacan como si fuesen a hacer masato. De ahí se envuelve la masa en hojas de bijao o plátano, y se la mete en un hueco bajo tierra, para que la cubra el agua; algunos también la ponen en paneros bien envuelta en varias capas de hoja.  Luego tienen varias formas de prepararla: fariña, tapioca, cazabe, y algo parecido a una “galleta”, una especie de cazabe tostado que queda crocante como una galleta.

Me aseguraron que tampoco tenían problemas con las enfermedades gastrointestinales y con los parásitos. De hecho, los niños parecían sanos y rozagantes, y bien alimentados. Y descubrí por qué: cada familia tiene sus letrinas; además, toman agua tratada. La empresa Explorama, que opera un albergue en la cercana quebrada Sucusari, les ha apoyado con una miniplanta de tratamiento de agua, con dos tanques elevados y unos filtros semi artesanales: un circuito bien simple hecho de tubos de PVC en el que el agua pasa primero por grava, luego por arena, y luego por carbón vegetal. El agua que sale es límpida y sin sabor, y por supuesto libre de parásitos. A la malaria y al dengue los han hecho correr, me dicen, pidiendo a la Municipalidad de Mazán que fumigue el pueblo apenas comenzó a bajar el agua: y se notó, no había casi zancudos.

Averigüé, como hago en todas las comunidades, sobre los recursos naturales, y en especial sobre la fauna silvestre, seguro de que aprovechando la gran creciente habían restingueado a gusto y se habían despachado hasta la última carachupa. Me sorprendió escuchar que por acuerdo de asamblea se había respetado a los animales refugiados en las restingas de la comunidad.

“Don Pepe, vieses a los añujes, carachupas, majases y panguanas corretear por la restinga, aquisito no más, bien mansitos, hasta don Kelly les sacó foto”, me comentaba feliz doña Ema Pacaya. “Nuestros niños, hasta los más pequeñitos, conocen a los animales y los respetan, nosotros queremos que también nuestros nietos los conozcan. Anda vete a ver a otras comunidades, todititos los han terminado en las restingas, luego no van a tener animales ni para que conozcan. Aquí tuvimos que pararle a una familia que también se había puesto a matar, quisieron molestarse, pero la comunidad se puso firme y ahora los animalitos se están regando otra vez por el monte y van a aumentar”.

Los pobladores de Yarina Isla tienen grandes proyectos para su comunidad. En la asamblea don Kelly habló de su visión para el futuro: “Que nuestros hijos puedan vivir mejor que nosotros, con abundantes  recursos para que aprovechen y conozcan, animales, peces, aves, tortugas, y donde los turistas vengan a disfrutar de la naturaleza.” Con miras a eso, don Kelly tuvo amarrada al canto del caño frente a su casa una charapita (una de las últimas quizás que quedan en el bajo Napo) que quedó varada en un resaque del Napo. La charapita llegó a poner 70 huevos, que colocó amorosamente en una playa artificial, y de los que reventaron unos 45. Los charitos fueron liberados en la hermosa cocha Lorenzo, un paraíso acuático y un regalo para los ojos como pocos he visto en la zona. “Eso queremos hacer también con las taricayas y cupisos, por aquí ponen todavía bastantes”, dijo don Kelly.

Don Aler, por su parte, habló de su sueño de impulsar el ecoturismo. Gracias a un proyecto del IIAP cuentan con un mariposario: aunque algo abollado por la creciente van a recuperar sus mariposas y a ofrecer el atractivo a los turistas que pasan cerca camino de Explornapo. Pero también habla de las trabas legales que tienen: “Estamos organizados para cuidar nuestros recursos, para impulsar algún día el turismo. Pero nos faltan papeles: si alguien quiere talar árboles o entrar a la cocha con un mallón a sacar los paiches, no podemos hacer nada, no tenemos ni un papel que diga que esto es nuestro, que nos autorice a intervenir”.

Es la historia de miles de comunidades amazónicas, cuyos territorios sin titular son pasto de los depredadores ‘de dos patas’. Hay más de 2000 comunidades sin titular en Loreto. Mientras no se reconozcan sus derechos sobre sus territorios y recursos, y se las apoye para manejarlos y darles valor agregado, seguirá la “tragedia de los bienes comunes”, seguirá el saqueo, y se acrecentará la pobreza.

Las comunidades amazónicas, incluyendo las que viven en zonas inundables (donde están los suelos más fértiles y abunda el pescado, por cierto) pueden mejorar su calidad de vida y su economía con un poco de apoyo, incluyendo sistemas de purificación de agua, y mejoras en sus viviendas y escuelas para enfrentar las previsibles inundaciones con dignidad. El Estado debería apoyar iniciativas como la de Yarina Isla, y garantizarles la seguridad de su inversión titulando sus territorios.

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