Piensas: ¡¡¡El sonido de la naturaleza!!!

Fernando Herman Moberg Tobies
http://riendasciegas.wordpress.com
hmoberg@hotmail.com
@FernandoMobergT

 

Pocos se ensucian los pies y muchos se llenan la boca, criticamos sin piedad olvidándonos que alguna vez también aprendimos gracias a otros para poder avanzar, mejorar.
La sociedad y sus procesos son demasiados complicados para los que hacen el común de la democracia, para los que vivimos alejados, por los ríos, en los cerros, en el desierto, en lo natural, en lo más cercano a lo real no social condicionado.
Introducirse al sistema económico satisfactoriamente no es un juego fácil, el conocimiento es fundamental y pocos pueden acceder, cuesta tiempo, dinero y experiencia, estamos condenados por la ambición de los que más saben, nuestras emociones son arrastradas aunque nos creamos autosuficientes, vivimos sin entender nada, aceptando todo que continuamos resignados y solo sabemos que tenemos que continuar.
A veces me pregunto por qué no me atrevo a alejarme a vivir unos años fuera de la ciudad; antes de acabar la universidad, después de mi primer viaje a Cusco, se quedó algo en mi interior, que hasta ahora no desaparece, aunque por momentos ni lo recuerde.
Cuando era niño, a mis abuelos les encantaba volver una vez al año a la Isla del Tigre, al lugar donde empezaron la historia de sus vidas juntos; recuerdo qué feliz mi abuela se preparaba para volver a su pasado, tal vez para honrar a la vida que le bendició, un lugar con menos mal, como suele decir.
Volvían en lancha, a pesar de haber mejorado su economía, hacían el viaje en hamacas y con paquetes de cosas que a muchos de la ciudad no les interesaría, pero para las personas que ella consideraba era muy valioso, y lo llevaba emocionada, por volver y estar unos días con sus comadres y compadres, con amigos que la vida los llevó a compartir momentos que seguro están marcados en sus corazones.
Yo siempre he amado a mi abuelo por encima de todo y poder viajar con ellos hacia la frontera del Perú era algo que yo deseaba mucho, era como poder conectarme con la persona que más amo y con las historias que me acompañaban cada noche para poder dormir sin soltarme la mano.
En la naturaleza corría como un ser libre, podía ensuciar la ropa sin que nadie me llame la atención, andar sin zapatos sin ser juzgado, sin que nadie presuma de lo que lleva puesto, todo en la Isla del Tigre era hermoso, despertar, ver el río a menos de cincuenta metros de nosotros, era mágico sentarse bajo de los árboles que acompañaban la orilla y hacían sombra a su gente que aún vivían conectados con lo natural.
Andaba en canoa, nadaba en el río, sudaba cansándome sin quejarme y caía en el barro sin lamentarme, gozaba de la vida sin pensar en nada, vivía como un alma libre respetando la naturaleza, esta es una gran lección que me quedará para siempre de lo que me enseñaron mis abuelos padres, a tratar de buscar algo más allá de lo material.
Cuando regresé de Cusco, se desató unas ganas inmensas de terminar mi carrera, sacar mi título profesional para dejar tranquilos a mi familia y quitarme a vivir en la selva, pasaba por mi cabeza todas las conversaciones filosóficas que teníamos entre amigos de La Liga Juvenil Amazónica, los manejos de los políticos y sus estrategias para utilizar a la población para sus propios intereses, lo vemos reflejado en casos donde a pesar que lo nieguen, el pueblo siente que los mienten y que se burlan de ellos, y lo triste es que nada se puede hacer, la corrupción ha infectado todo, la justicia está a favor del que más dinero tiene y no del que tiene la razón.
Cada vez que aparecía la idea de escaparme de la ciudad y sus reglas que cuando mueres nada llevas, me emocionaba, planeaba proyectos que me dejaban días sin dormir por las estrategias que se venían a mi cabeza para poder conectarme con mis raíces y contribuir por unos años a mi selva.
Así nació un sueño, y desde entonces varias señales aparecen para advertirme que no debo olvidarme, y aparecen situaciones que cuando me doy cuanta estoy en el camino sin percatarme, llevado por circunstancias que ni siquiera tengo el control de ellas.
Quisiera tener una lancha, en donde jóvenes que amen su tierra y sean gratos con las oportunidades que la vida les brindó, se unan a navegar por los ríos de la Amazonía, pueblo por pueblo, llevando el conocimiento que hace libre a los hombres, llevándoles la oportunidad de despertar sin intenciones de que los manipulen.
Visitar cada comunidad un mes, convivir con ellos bajo el estilo que llevan, tratando no de modificar sino de aportar ideas que los permitan introducirse al sistema social económico de manera más satisfactoria, sin que pisen su autoestima, comprendiendo sus complicaciones y de cómo muchas veces nos arrastran silenciosamente.
A la lancha la nombraría 30 de Agosto, la fecha de Santa Rosa de Lima, la patrona de los Guardias de la Benemérita Guardia Civil del Perú, en honor a ellos, ya que también ese fue el nombre del bote de mi abuelo, del transporte que llevó día y noche a mí a abuela, con y sin tempestad por el río Amazonas para poder traer a la vida a sus hijos, como a mi madre que ya de niña alguna vez se cayó del bote en ruta y nadaba sin miedo esperando que den vuelta a recogerla.
Construiría mi casa a orillas de un río lejano donde la deforestación tarde años en llegar y las personas vivan como en mi infancia lo hacían, me dedicaría a escribir libros y visitar cada pueblo al que pueda llegar, compartir y vivir en la Amazonía, siendo feliz en el momento sin tener que ser algo para alguien o para un sistema que a las finales enferma, mata y olvida a los que menos tienen.
Ese es un sueño que tengo y ahora sentado a cuatro horas de la ciudad, sin electricidad, sin ninguna comodidad de la sociedad materialista, el sonido de las aves, monos, insectos y de toda la selva que me rodea, me recuerda, vuelve a poner frente a mis ojos que hay algo que quiero y que debería buscar una forma creativa de conseguirlo, sin descuidar mi profesión y la realidad de la cual no puedo aunque quiera al cien por ciento escapar.
En una comunidad cercana conversaba con las familias, con algunas en sus casas, con otras en el colegio, y con otros comiendo aguaje y mamey en el puerto, y al terminar de escucharlos, me quedó nuevamente un vacío, falta mucho por aportar, desean y no hay, lo que un grupo de jóvenes estamos haciendo en los colegios de la ciudad podría realmente cambiarles la vida a estas personas, pero nosotros tampoco podemos venir siempre, y lo que pasa acá es un indicio de lo que sucede en las demás comunidades alejadas de las oportunidades por los ríos y autoridades mediocres que tenemos dirigiendo nuestra región y país. Si los pobladores a tiempo se direccionan de una forma más orientada hacia algo específico dentro del sistema económico competitivo podrían vivir mejor dentro del juego sin salida, pero nadie los apoya, ni el Estado, ni nosotros mismos que a veces nos llenamos la boca y no somos capaces de ensuciarnos las manos o los pies para aportar sin esperar nada, nos creemos bondadosos dando dinero pero no construyendo ideas.
No hay culpa en el lugar, la realidad no es teórica, es como el arte que nos llena pero no nos satisface completamente, la culpa lo tienen las autoridades de un país que ni siquiera lo conocen y si lo saben lo usan para dar migajas y aprovecharse, para llevarse en nuestro delate nuestras riquezas y esperanza.
Las personas no entienden el cambio en el que estamos, hay algo diferente, que ha variado, la fórmula ya no es la misma, por eso ya no funciona, los padres ya no saben qué hacer con sus hijos y miran cómo son seducidos por los placeres de una sociedad que los vuelven esclavos ciegos, y se estancan repitiendo ejemplos.
A veces tomamos decisiones y cuando queremos reivindicarnos con nosotros mismos ya no nos atrevemos, seguimos en la corriente que nos desgasta y nos apaga, y olvidamos nuestros sueños que queríamos conquistar o conseguir.
Ya llegó la noche, las estrellas capturan mi atención, me siento muy conectado con la naturaleza; cuando estoy acá, selva adentro, me siento como un niño nuevamente, me resbalo, ensucio y gozo, camino descalzo y no me importa si ven mi cuerpo algo subido de peso, cuando estoy acá me siento libre, sin que suene mi celular y me estrese por alguna situación, cuando estoy acá en lo natural siento que no entiendo porque ya no cambia el sistema de vida de la sociedad que juzga, condena, manipula, direcciona y destruye al hombre.