PARA QUÉ

Por: José Álvarez Alonso

Le estaba comentando a mi hijo de 12 años sobre las impresionantes hazañas que son capaces de hacer algunos faquires en la India: ayunos durante días, soportar el frío o el calor de forma inimaginable, etc. etc. En un experimento bajo controles médicos presentado en un documental, un hombre en particular parecía vivir por largas temporadas sin necesidad de alimento ni bebida, y aseguraba que podía vivir decenas de años así… Mi hijo entonces exclama: «¿Y para qué, ah?»

Efectivamente. Hay tantas y tantas cosas que no sabemos para qué las hacemos… Los budistas y otras religiones orientales supuestamente buscan la «iluminación», el hacerse uno con el cosmos y dejar de sentir pasiones. Eso es llegar al «Nirvana». Para ello tratan de disminuir sus necesidades y deseos al mínimo. Su lógica es: si no deseo nada, no necesito nada. Y no hacen nada…

¿Para eso venimos al mundo, para no hacer nada ni ser nada, cuando hay tantas cosas que hacer? No es precisamente lo que me enseñaron en mi infancia, cuando los maestros nos decían que teníamos que ser hombres de provecho para la sociedad, es decir, hombres útiles, valiosos, productivos. Ni qué hablar de lo que nos enseñaban los curitas en la catequesis: cada persona nace con una misión, Dios tiene un plan para cada uno…

Algunos afirman que el budismo fue un invento de los poderosos de la época para tener controlada a la gente potencialmente más inquieta y rebelde, cuando se dieron cuenta que con la represión por la fuerza no podrían mantener el statu quo (de explotación de los muchos por unos pocos). Marx afirmó de la religión en general que era «el opio del pueblo», en el sentido que lo adormecía con promesas de un paraíso en otra vida para que se contentase con el infierno de esta, algo que se podría sin duda aplicar a ciertas sectas y ramas del cristianismo, pero no a todas, por supuesto.

Hay momentos en la vida en que uno debe preguntarse para qué hace las cosas, cuál es el propósito de su vida. Sinceramente creo que pasarse la vida sentado recitando mantras para lograr la iluminación o discutiendo por qué ‘separado’ se escribe junto y ‘todo junto’ se escribe separado no es un ideal de vida en absoluto, cuando hay tantas tareas en este mundo, tantas cosas y causas por las que luchar o trabajar para mejorarlo, para hacerlo más limpio, ordenado, productivo, pacífico, educado y tolerante.

Claro que siempre será mejor hacer meditación trascendental que dedicarse a hacer daño a otros, a robar o a vivir del cuento, como unos cuantos que conozco. Pero no hacer daño a los otros y ganarse el propio sustento con un trabajo honrado representa, diríamos, los mínimos. Nadie debe sentirse orgulloso por ello, con derecho a que lo alaben. «Siervo inútil soy, porque hice lo que tenía que hacer», afirmó Jesús de quienes creen que cumplir con la mínima obligación es suficiente.

La conocida fábula de Tomás de Iriarte (s. XVIII) nos ilustra con el diálogo entre el caballo y la ardilla la frivolidad de algunos que gastan su tiempo y energía en las cosas más vanas:

«Tantas idas y venidas,

tantas vueltas y revueltas,

quiero amiga, que me diga:

¿Son de alguna utilidad?

Yo me afano, mas no en vano:

sé mi oficio, y en servicio

de mi dueño tengo empeño

de lucir mi habilidad.»

Este mundo anda tan mal no tanto por los hombres ‘malos’, los que siempre han sido, felizmente, una minoría en la humanidad, sino por la inacción de los ‘buenos’, los pasivos y los frívolos. El alemán Edmund Burke afirmó a raíz del holocausto que acabó con unos seis millones de judíos: «La única cosa necesaria para que avance el mal es que los justos no actúen.» A Lenin se atribuye la tan citada frase: «Quien no es parte de la solución, es parte del problema.»

Quien cree que no hay nada por lo que luchar o trabajar en este mundo, que su vida no tiene propósito, debería replantearse, como el gran provocador Emil Cioran, el filósofo de la amargura y el vacío existencial (y no por casualidad admirador del budismo y el hinduismo), la gran pregunta: ¿Para qué vivir, entonces?