LA MEMORIA DEL BRONCE

(O LAS CAMPANAS JESUITAS EN LORETO)

Por: Aristóteles Álvarez López

El hallazgo de reliquias coloniales en San Joaquín de Omaguas, me llevó a recorrer algunos de los pueblos donde se establecieron “Reducciones” o Centros Poblados formados por los sacerdotes jesuitas durante los siglos XVII y XVIII, en lo que hoy es la Región Loreto.

Como se dijo en anterior artículo, estas “Reducciones” decayeron luego de la expulsión de esta Orden religiosa de los dominios de la Corona española en 1758, al dictarse la llamada “Pragmática” del rey Carlos III de España. Los bienes de la mayoría de las Parroquias existentes entonces en lo que hoy es Loreto, fueron saqueadas o destruidas en los años que siguieron a la expulsión. Fue una gran pérdida material y espiritual para la Amazonía. Sin embargo no todo sucumbió.

Un buen número de las “Reducciones” sobrevivieron, preservándose la fe religiosa y las tradiciones que se gestaron en este período. Varias de ellas –de las “Reducciones” se entiende- se convirtieron en las florecientes ciudades que hoy conocemos: Iquitos, Yurimaguas, Nauta, Lagunas, jeberos, etc. Algunas se mantuvieron lánguidas con el paso de los siglos: San Joaquín de Omaguas, San Regis, Santa Cruz (Islandia), Muniches, Pevas, etc. Finalmente otras desaparecieron: San Xavier, San Estanislao, San Ignacio, entre otras.

El desarrollo o desaparición de los agrupamientos humanos en el tiempo contiene algo del misterio del destino humano, que a escala de las grandes ciudades que existieron –y existen- en el decurso de la Historia, fueron estudiadas hace más de medio siglo por el historiador británico Arnold J. Toymbee en su obra Las Ciudades de Destino.

 

LA HISTORIA OFICIAL DE LORETO

En nuestro caso, la historia oficial del Perú soslayó, o en el mejor de los casos, subestimó lo acontecido en Loreto antes y durante el período de la Colonia. Esto se explica –según me parece- por razones de geopolítica, y porque esta región no formó parte de lo que podríamos llamar el “Perú Histórico”, que estaba constituido predominantemente por la Sierra y la Costa. El Tahuantinsuyo no comprendió la Amazonía loretana, y el Virreynato del Perú tampoco la comprendió de manera efectiva. Recordemos que fue en 1802 en que el rey de España Carlos IV dictó la Real Cédula que reincorporaba este territorio al Virreynato del Perú, gracias a la gestión de Francisco Requena. También recordemos que en 1808 se instaló en Jeberos el Primer Obispado de Maynas a cargo de Fr. Hipólito Sánchez Rangel, trasladándose luego a Moyobamba. Este Obispo tuvo un papel protagónico como ideólogo y agitador contra la gesta de la Independencia, haciendo de Moyobamba un bastión de la resistencia “realista” hasta 1822, en que derrotado abandona estas tierras y regresa a su natal España.

Es con el presidente Ramón Castilla que de manera efectiva se inicia el proceso de “peruanización” (culturalmente hablando) de Loreto. Y es que Castilla llegó a conocer la Amazonía, pues -como se sabe- a temprana edad se incorporó al ejército “realista”, siendo hecho prisionero en la batalla de Chacabuco (1817), y enviado a una prisión de Buenos Aires, de donde escapa hacia Río de Janeiro (Brasil), ingresando al Perú por Puno en 1818, luego de recorrer durante varios meses el Amazonas brasileño hasta el río Madeira (cerca de Manaos), y surcando este río y sus afluentes, llega finalmente a Puno. En 1821 Ramón Castilla ya pertenecía a las filas independentistas.

Su experiencia personal en el conocimiento de la selva amazónica y del río más caudaloso del  mundo, fue decisiva para que siendo Presidente de la República dispusiera la construcción -en astilleros británicos- de los buques fluviales “Pastaza”, “Próspero” y “Morona”, así como la construcción de la Factoría Naval (ubicado en el actual Malecón Tarapacá). En razón de la conocida amistad personal entre el presidente Ramón Castilla y el sabio Antonio Raimondi, no es improbable que éste haya influido de modo importante para la toma de decisión sobre los buques fluviales.

Este proceso de “peruanización” se intensifica y se vuelve irreversible con la ola migratoria que genera el “boom del caucho” entre los años 1880 a 1914, aproximadamente, en que arriban a Loreto un gran número de personas procedentes principalmente de San Martín, Amazonas Cajamarca y Trujillo, y en menor número de otras nacionalidades; todas ellas ávidas de hacer fortuna a corto plazo.

El Perú republicano extendió las partidas de nacimiento de las ciudades de Loreto, bajo la fórmula de “Creación política”, o asumiéndose como tal eventos significativos como la llegada de los primeros buques fluviales a Iquitos (5 de enero de 1864). Podríamos decir que se siguió el mismo patrón español durante el período de la Conquista en que se volvieron a “Fundar” ciudades pre- existentes desde antes de la presencia hispana, como Lima, Cuzco, Trujillo, Arequipa, etc. En nuestro caso, se ignoró la heroica gesta de civilización y evangelización que representaron las “Reducciones” jesuitas, que fueron el magma donde se originan las actuales ciudades de Loreto. La naturaleza, los hábitos de construcción, y el modo de vida de aquellos tiempos contribuyeron a desaparecer las evidencias materiales de este período.

 

LA ARQUITECTURA EN LORETO

Entre las investigaciones que se necesitan realizar en este largo camino de la recuperación de la identidad cultural del hombre amazónico está el de la arquitectura. A grandes rasgos se sabe que el ladrillo, el cemento y las mayólicas llegaron a Loreto durante el “boom del caucho”. Fueron los barcos que trasladaban el caucho, principalmente a Europa, los que a su retorno cargaban con estos materiales de construcción. Por ello no se encuentran -hasta hoy, que se sepa- restos de construcciones de estos materiales o de piedra. La tecnología en el uso de la quincha y el adobe para la construcción de viviendas, fueron traídos –según todos los indicios- por los migrantes de la segunda mitad del siglo XIX (durante el “boom del caucho”). Los testimonios de los viajeros que pasaron por estas tierras hasta la primera mitad del siglo XIX, dan cuenta en sus escritos y dibujos de la existencia de Centros Poblados con construcciones rústicas, hechas con material no duradero.

Las casonas existentes en Iquitos y en alguna otra localidad de Loreto, son del período cauchero, que al ser identificadas por la autoridad respectiva fueron declarados “Patrimonio Monumental”.

 

LAS CAMPANAS JESUITAS

Los objetos que sobrevivieron el paso de los siglos y al saqueo cultural en esta parte de la amazonía, fueron algunas reliquias religiosas, como las encontradas en San Joaquín de Omaguas, y especialmente las Campanas de bronce traídas por los jesuitas entre los años de 1639 a 1758.

Se sabe que la campana es un instrumento musical de percusión, que tiene la forma de copa invertida y que resuena a gran distancia al ser golpeada. No se conoce exactamente quien lo inventó, pero ya se le encuentra en los oficios religiosos del antiguo Egipto, en Grecia y Roma. A partir del siglo V de nuestra era, se especializa su uso en las Iglesias cristianas. Llegaron a América con la Conquista, principalmente procedentes de España y Portugal. La calidad de su sonido responde a los materiales empleados en su fabricación: se dice que el bronce, con que están construidas, contiene una aleación de aproximadamente 78% de cobre y 22% de estaño, empero también se agregan otros metales como la plata y otros, para obtener sonidos agudos o graves. Los fabricantes mantenían algunos detalles de su fabricación en secreto, para que su sonido sea único y se distinga de otras (una especie de ADN de su arte).

Las Campanas traídas por los jesuitas para su gesta evangelizadora subsisten en muchas de las ciudades de Loreto. Pertenecieron a las antiguas “Reducciones” donde se originaron dichas ciudades. Las encontramos en la Iglesia matriz de Yurimaguas, de Lagunas, Jeberos, San Joaquín de Omaguas, Islandia (Santa Cruz) y Muniches. El tañido de todas ellas es común e inconfundible. Todo indica que su fabricación ha sido hecha empleándose la misma técnica y aleación metálica. Su fabricación fue realizada en diferentes momentos, entre los siglos XVII y XVIII, o quizá antes, pero traídas poco después. Recorrieron cambiantes rutas llevadas en frágiles embarcaciones o por caminos llenos de acechanzas y peligros, para ser instalados en los nacientes núcleos humanos, propagando la fe cristiana.

En Muniches (cerca de Yurimaguas), me conmovió el comentario de un anciano vecino del pueblo al conocer la antigüedad de la Campana de su Parroquia: su tañido había acompañado a sus ancestros –y a él mismo- “desde la cuna hasta la tumba”; porque cuando nace una persona repican las campanas, al igual que cuando se casa, y lo mismo sucede cuando alguien muere. Como puede verse, este instrumento musical forma parte de la identidad de este pueblo, y participa de los actos trascendentes de sus vidas.

 

LA MEMORIA DEL BRONCE

La mayoría de las Campanas contemplan impasibles desde lo alto de las iglesias el paso de los siglos y el destino de los hombres que viven en las ciudades que vigilan. Tienen figuras y símbolos a bajo relieve apenas perceptibles, otras en alto relieve con inscripciones en latín, que se encuentran recubiertas –algunas de ellas- con sucesivas capas de pinturas, realizadas durante varias generaciones, sin duda por manos inexpertas y anónimas, pero llenas de fe, que las preservaron hasta nuestro tiempo, como testimonio de la continuidad de la identidad del hombre amazónico.

Es probable que cada campana tenga una historia distinta que contar. Son los expertos quienes tendrán que descifrar sus mensajes y símbolos, así como restaurarlas. Estas Campanas guardan también la memoria de una época olvidada o soslayada.

Las campanas de la catedral de Yurimaguas tienen una singularidad: son seis (6), de diferentes tamaños y épocas de fabricación (siglos XVII, XVIII y principios del siglo XIX). Una de ellas se encuentra rajada. Según me parece, al menos dos fueron traídas por los jesuitas cuando estuvieron en la Amazonía. Las otras corresponden a los años posteriores a su expulsión. Una de ellas procede claramente de Méjico (1764), y otra de Portugal o del Brasil (1805). Los especialistas deben decirnos la historia que contiene cada una.

Las campanas de la catedral de Iquitos son menos antiguas (1904). Fueron fabricadas en Paris, y traídas seguramente por la Orden de los Agustinos para ser instalada al inaugurarse la iglesia matriz de la ciudad (1919). Las antiguas campanas que pertenecieron a la “Reducción” de Santa Bárbara de Iquitos, se desconoce donde se encuentran.

Es bastante probable que en otras ciudades y centros poblados de Loreto existan otras Campanas del período jesuita. Estos objetos constituyen a mi parecer evidencias irrefutables, del verdadero origen de las ciudades de Loreto, así como el testimonio material de una época, que por las razones que fuere, ha permanecido oculta para la memoria colectiva y que debe ser conocida y recuperada como parte de nuestra identidad cultural.

Como puede verse, una porción de la Historia amazónica está grabada en la memoria indeleble del bronce.