HORARIOS DE TRABAJO.

Por: José Vásquez La Torre

En un poblado cercano a la ciudad de Iquitos donde construiríamos una edificación, conocí un anciano con mucho vigor y excelente ánimo que nos alquiló parte de su casa como alojamiento nuestro y del personal especializado que viajó con nosotros.

Desde el principio nos cayó muy bien a todos, pero lo que más nos impactó fueron algunos hábitos personales suyos. Por ejemplo, era el primero en acostarse, también era el primero en levantarse, tomar un baño en el río y prepararse su café hervido y pasado, todo esto antes de las seis de la mañana. Inmediatamente se dirigía a sus chacras de piña, yucas, plátanos y otros productos diversos.

Igualmente nosotros tomábamos desayuno, nos dirigíamos a la obra e iniciábamos nuestros trabajos a las siete en punto y no parábamos hasta el mediodía para almorzar en la casa de una vecina donde nos daban pensión alimenticia.

Resulta que si por algún motivo tenía que hacer algunos trabajos en la computadora que se encontraba en la casa donde nos alojábamos, siempre encontraba a don Toribio en casa, cocinando para tomar su desayuno-almuerzo, esto después de las diez de la mañana invitándome a compartir el sabroso pango con yucas y plátanos servido en las mismas hojas de plátano con un poco arroz y salsa de coconas con culantro y ají charapita.

Terminado el banquete preparaba su cama con el necesario mosquitero y se acostaba a dormir una buena siesta hasta las dos de la tarde, a esta hora volvía a sus trabajo generalmente dentro la casa. A las cinco y treinta, volvían los preparativos para la cena, generalmente lo que le quedó del desayuno-almuerzo, es decir que comía solo dos veces al día. Siempre tomaba mucha agua o un preparado de yucas tostadas que en la selva se denomina shibé sin azúcar, solo con un poco de jugo de toronjas y alguna que otra vez con un poco de chancaca preparada en la comunidad.

Los domingos no cambiaba mucho la rutina, cuando iba a ver el fútbol se limitaba a mirar el partido desde algún lugar donde estuviera protegido del sol. Es así que yo lo llevaba a la bodega donde vendían cerveza helada y que me aceptaba solo un vaso el que lo bebía al final, es decir cuando se había calentado al ambiente y se encontraba al tiempo, no tomaba bebidas heladas en ningún momento. Comentaba, a manera de gracia, que algunas veces fue duramente criticado por algunas personas foráneas y por sus mismos familiares que manifestaban que él era el típico ejemplo del loretano ocioso, pues cuando lo visitan a medio día él se encuentra durmiendo plácidamente como si no tendría nada qué hacer.

En estas circunstancias le preguntaba sobre esos hábitos justamente y como los había adquirido, entonces me explicó que en otras épocas sus abuelos y su padre manejaban comunidades indígenas en la extracción de la balata o caucho. Los indios viejos recomendaban en sus dialectos (que él entendía) a los jóvenes y niños que tengan mucho cuidado de recibir los rayos de sol entre las diez de la mañana y las dos de la tarde pues eran dañinos para la piel y todo el organismo. Asimismo, recomendaban cubrirse muy bien los pies por las noches ya que las enfermedades ingresaban justamente por los pies en las madrugadas cuando viajan en la neblina que se forma en las mañanitas, cuando la humedad de la selva se condensa y evapora hasta formar las nubes que nos traerán las lluvias más tarde.

No usaba el agua de lluvia para bañarse, pues la consideraba muy fría y que por esto producía reumatismo y beberla permanentemente hacia brotar el coto (bocio). Conocía propiedades de muchas plantas y algunas veces tomó ayahuasca para limpiar su estómago y a su vez todo su organismo, pues creía que contenía elementos que realmente filtraban cada célula de nuestro cuerpo, igualmente tenía mucha confianza en la leche de ojé que recomendaba asiduamente.

En otro viaje, esta vez por el río Ucayali, en la zona de Requena, encontré a un extranjero que trabajaba una tesis en el Pacaya – Samiria, en la conversación le comenté de los hábitos de este personaje y vaya sorpresa, cuando me comentó que el trabajo que efectuaba entre otras cosas tenía que ver con estas costumbres y para más entenderlas él mismo las practicaba en su cabaña de la selva y, al parecer, le iba muy bien, a tal grado se había adaptado al medio que tan pronto bajamos de la lancha a Requena fue inmediatamente donde una vendedora de masato y pidió el pate más grande y se lo bebió con tanto gusto que no lo hace ningún loretano, nos despedimos allí, en la playa del mismo puerto.

Este señor se preguntaba por qué tenemos que trabajar a campo abierto a estas horas que todos sabemos hace daño al cuerpo humano. Podríamos optar por trabajar en un horario que nos proteja del sol entre las diez de la mañana y dos de la tarde. Si tendríamos un poco de estima por nuestra salud deberíamos optar por estos conocimientos ancestrales y reformular nuestros horarios de trabajo, por lo menos con los más pequeñitos, pues cuantas veces los hacemos desfilar justamente en las horas de mayor insolación.

A la fecha, don Toribio deberá tener unos ochenta años, hace como diez años que no lo veo, saludos don Toribio, gracias por sus enseñanzas.

www,vasquezlt@hotmail.com.

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