¡Hay que escuchar la voz de los niños y las niñas!

Luis Alfonso Pinedo Piña
(pinedopina@hotmail.com)

Las escuelas, deben convertirse en espacios que promuevan la práctica de la democracia, el ejercicio de ciudadanía y la toma de decisiones. Alguien dijo que nuestro sistema educativo, nos prepara para ser obedientes y no para ser personas pensantes y hábiles en tomar decisiones. A consecuencia de ello, tenemos en todos lados personas sin iniciativa, sin creatividad, sin un concepto propio de su realidad personal y sin una visión clara de su futuro; sólo preparados para recibir órdenes. Veamos este caso:
El profesor Canaquiri, había sido denunciado ante el puesto policial por las autoridades de la comunidad donde trabajaba, entre ellos el pastor, sólo por hacer jugar fútbol  a sus estudiantes. Demás está decir que, en las comunidades rurales, hombres y mujeres patean la pelota en igualdad de condiciones. En este caso, la comunidad entera, era seguidora del hermano Da Cruz. Un precepto en los Dacrucistas es la prohibición a que los niños y las niñas jueguen y estén alegres. Ellos deberían permanecer siempre en penitencia y sumisos a Dios.        El sargento Flores, comisario del puesto policial, reconocido por sus méritos como policía y por sus dotes de buena gente y justiciero, había propuesto a los denunciantes una reunión con el pueblo para debatir el tema y escuchar a ambas partes. El día indicado, llegó al caserío justo cuando la población entera ya estaba concentrada en el local escolar, esperándolo.
La imponente figura del sargento Flores hizo su aparición por la puerta principal de la escuela. Era alto, blanco, colorado y una prominente panza, hacían de él un  personaje que despertaba simpatía e imponía respeto en la gente rural. Mirando fijamente con sus ojos celestes a los que se encontraban al frente, caminó con paso seguro hacia la mesa, saludó con un fuerte apretón de manos a todos y tomó posición. El maestro, de origen humilde, con el rostro desencajado y una barba descuidada, estaba también allí, angustiado por la situación. Después de una breve bienvenida hecha por una autoridad comunal, el comisario hizo uso de la palabra y dirigiéndose al profesor manifestó:
–    Profesor Canaquiri, usted está denunciado por las autoridades de esta comunidad por hacer jugar fútbol a los niños. Usted sabe que, en este pueblo, todo el mundo practica una religión donde están prohibidos los juegos… ¿por qué hace que los niños jueguen si a los padres no les gusta?
Después de una larga pausa que parecía eterna, el profesor Román Canaquiri se tocó el mentón con nerviosismo, se sobó la nariz y respondió:
– En verdad sargento Flores, lo que denunciaron las autoridades, es verdad. Yo hago jugar a mis estudiantes en el curso de educación física, el plan de estudios lo dice, el área es parte del currículo y no puedo obviarlo. Es más, a todos mis estudiantes les encanta jugar. Si no realizo actividades en el curso, ¿qué nota les voy a poner? En Educación Física hacemos juegos, dinámicas y practicamos diversas disciplinas deportivas, entre ellas, el fútbol.
– ¿Qué dicen las autoridades de esta comunidad al respecto? Voy a escucharlos atentamente, para eso he venido, prosiguió el sargento.
El pastor del pueblo muy enojado, se ratificó en sus argumentos de la prohibición que existía en su religión, a que los chicos realizaran actividades lúdicas y adujo que lo que el profesor hacía, contravenía a lo que ellos pregonaban como cristianos y seguidores del hermano Da Cruz, profeta brasilero, en quien creían ciegamente. A esta opinión, siguieron otras con un tono mucho más alto y a veces irrespetuoso en contra del maestro del pueblo. El comisario, muy sabio, hizo que el docente replicara cada una de las acusaciones en su contra. La cosa, al parecer, se volvía contraria al profesor. En el calor de la discusión, se pudo escuchar una voz que pedía que el profesor se vaya del pueblo. Mientras tanto, en el patio de la escuela, que era también la canchita de fútbol, los niños y las niñas, escuchaban atentos y tristes a la vez. Rogaban al redentor que no se vaya su maestro y que no aprobaran la prohibición de jugar al fútbol. En el local escolar, la discusión seguía candente. El sargento Flores un tanto fastidiado y angustiado, porque el control de la reunión, al parecer, se le iba de las manos, con determinante voz preguntó:
–    Profesor… ¿y dónde está la pelota?
El profesor le apuntó con el dedo la ubicación de la pelota que estaba sobre un armario. El sargento, con las disculpas del caso y pidiendo encarecidamente que respetaran y respaldaran lo que iba a hacer, tomó la pelota en sus manos y se dirigió a donde estaban los niños y las niñas, dando luego este breve discurso:
–    ¡Señores!.. nosotros los adultos siempre tomamos decisiones sobre nuestros hijos. Tomamos decisiones sobre ellos, sin tener en cuenta sus inquietudes, sus opiniones, sus deseos y fundamentalmente su derecho a ser felices. Dirigiéndose a los niños con voz firme interrogó:
–    ¡Niños!… ¿quieren seguir jugando con la pelota?

–    ¡Siiiiiiii, sargentoooo!-replicaron en coro los niños y las niñas.
– ¡Entonces, sigan jugando! ordenó con energía.
Acto seguido, dio una leve patada al balón con dirección  al centro del patio, volteó la mirada hacia los padres y con tono filosófico les aconsejó:
–    ¡Señores…de vez en cuando, HAY QUE ESCUCHAR LA VOZ DE LOS NIÑOS Y LAS NIÑAS!… La reunión ha terminado.
En el patio, la pobre pelota era pateada por una avalancha de niños y niñas que alborotados y bulliciosos corrían tras ella. Los pobladores, sólo atinaron a sonreír en señal de conformidad.
Muchos entendidos opinan que, en los hogares, en las escuelas y en nuestra sociedad, a los infantes se les restringe en casi todo con un contundente ¡NO! Es bueno darles la oportunidad a que opinen y nos ayuden a tomar decisiones; sólo así les estaremos educando para la vida.

Un comentario sobre “¡Hay que escuchar la voz de los niños y las niñas!

  1. Excelente mensaje, no se necesita saber leyes para comprender este texto tan rico en comunicación por los derechos del niño. Gracias

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