Experimentos en humanos

A los experimentos que los laboratorios farmacéuticos hacen en seres humanos, el Ministerio de Salud les ha puesto el ojo, anunciando que el reglamento sobre el particular será “más estricto en la protección de los derechos de los participantes, en especial de niños, adolescentes y poblaciones vulnerables”.
Claro que hay una gran brecha entre los experimentos que hacía el nazi médico Josef Mengele con los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz, allá por 1,943 y los hoy llamados ensayos clínicos.
Pero lo cierto es que los grandes  laboratorios experimentan la efectividad y nocividad que sus productos podrían tener en niños y adultos, dependiendo del fármaco, en personas que por una bolsa de víveres, de esos de consumo popular, bajos de calidad, se prestan para ingerir pastillas, ponerse inyecciones y vacunas.
Que estas personas se ofrezcan voluntariamente a someterse a estos ensayos, no es obstáculo ni motivo para que el Estado no meta sus narices en la protección de sus derechos. Hasta se han dado casos de menores que han sido utilizados sin que sus padres supieran que sus hijos estaban de “conejillos de indias”.
En esto, el Colegio Médico ha dicho su palabra, que en el nuevo reglamento debe estar incluido, necesariamente, la obligación de laboratorios o instituciones académicas de  contratar un seguro de salud que cubra posibles efectos adversos, indemnizaciones y pruebas adicionales a las que son sometidos los pacientes, incluidos los ensayos clínicos.
Otro de los puntos que debe tomarse en cuenta es la corresponsabilidad del patrocinador, el investigador  y el director del centro médico donde se realicen los ensayos, prohibiéndose que estos se hagan en consultorios particulares.
Todo lo que tenga que ver con el ser humano, debe ser preocupación  prioritaria del Estado, dando una legislación que proteja su condición como persona y como poblador del país. Más todavía cuando se trata de experimentos de productos farmacéuticos.
En el presente parece que no hay la crueldad con que obraba “el ángel de la muerte” en sus experimentos médicos con los prisioneros judíos, pero uno nunca sabe hasta dónde es posible que el hombre maneje su inteligencia con honestidad, prudencia y sabiduría  en bien de los demás.