El verdadero espíritu de navidad

Por: Raúl Cornejo Coa

Era la noche de un veinticuatro de diciembre, víspera de navidad y se sentía en los jóvenes del barrio la algarabía propia de esta significativa fecha. Rosa y Nicolás luego de estar con unos amigos retornaron a casa y estuvieron viendo televisión en la sala de su casa, cuando de pronto Don Enrique, el padre de ambos, les ordenó que vayan a dormir.

–           Pero papá, recién son las diez de la noche y además ¡es Nochebuena!- Replicó Rosa.

–           Ustedes ya saben que en esta casa no hay Nochebuena, así que ¡a dormir!- Dijo Don Enrique reforzando lo expresado verbalmente, con una mirada fija y rostro adusto.

Los dos hermanos: Rosa de 13 y Nicolás de 15 años, se levantaron y con gestos de enfado se retiraron de la sala. Doña Andrea, su mamá, sin mencionar palabra acompañó a su hija Rosa hasta su dormitorio.

–           ¡Ya estoy harta mamá!- Dijo Rosa. Todos los años pasamos la Nochebuena durmiendo mientras las demás familias en el barrio festejan la navidad en sus casas.

–           Ya lo sé hijita, pero ya sabes como es tu padre, y no le podemos contrariar.

–           ¡Es que ya no soy una niñita para que me manipule de ese modo!

Doña Andrea escuchaba con preocupación las expresiones de rebeldía de su adolescente hija. Cuando era aún una niña no decía nada y obedecía las órdenes de su papá sin reprochar, pero en los últimos años evidenciaba un comportamiento totalmente diferente.

En el barrio ubicado en el distrito de Punchana de la ciudad de Iquitos, los vecinos estaban acostumbrados a ver en las noches de cada veinticuatro de diciembre, las luces apagadas en la casa de esta familia. Cuando a Don Enrique, que era empleado público, le preguntaban por qué no celebraba la navidad, respondía que no ganaba tanto dinero como para derrocharlo en «esas cosas».

Y así fue pasando el tiempo y una sucesión de navidades más. Después de varios años, Rosa, la hija menor, gracias al esfuerzo de sus padres, terminó de estudiar la carrera de Biología y se encontraba trabajando en una entidad privada. Estaba casada con un compañero de promoción de la Universidad, de la misma especialidad y habían comprado una casa mediante un programa público de vivienda, formando así un nuevo hogar que se complementaria con un bebé que estaba en gestación.

Por su parte Nicolás, el hijo mayor, había estudiado una carrera técnica y trabajaba para una empresa petrolera, por lo cual regularmente viajaba hacia la localidad de Trompeteros por un tiempo de 28 días y luego retornaba a Iquitos para hacer uso de un periodo de descanso. Vivía en una casa alquilada, junto a su esposa y sus dos hijos: Pedrito de ocho años y Lupita de cinco. Esta joven pareja ya tenía problemas conyugales, desde que Nicolás empezó a viajar por motivos de trabajo hacia los campos petroleros.

Cierto día del mes de agosto, Nicolás que se encontraba en sus días de descanso, llegó a la casa de sus ya ancianos padres. Tenía el rostro marcado por la preocupación y cierta tristeza.

–           Papá, mamá, quiero pedirles un favor. No quería molestarlos pero es que pasado mañana debo regresar al campo y no tengo adonde más recurrir.

–           ¡Seguro que de nuevo tienes problemas con tu mujer¡ Dijo don Enrique, con tono molesto y bajando el periódico que tenía frente a su rostro.

–           Si papá, pero ahora es definitivo. El juez ha determinado que Lupita se quedará con su mamá y yo con Pedrito. ¡Nos estamos separando¡

Nicolás hablaba con cierta duda, ya que Don Enrique siempre le había dicho que cuando forme su familia se tendría que ir a vivir a su propia casa, solucionar sus problemas y no molestar a sus padres. No obstante, luego de algunos reproches, el abuelo terminó por aceptar que el niño se quede en casa, pero sólo por un tiempo.

Sin embargo, con el paso de los días Don Enrique llegó a encariñarse profundamente con su nieto. Después de mucho tiempo se le escuchaba reír, por las ocurrencias del niño, incluso lo llevaba a su colegio y también lo recogía diariamente al terminar las clases y le ayudaba a desarrollar las tareas. De este modo su existencia empezó a tener un nuevo y vital sentido.

Más adelante, siendo ya la segunda quincena del mes de noviembre, Pedrito se encontraba entusiasmado por la cercanía de la navidad. Por tal motivo el niño durante las conversaciones que sostenía con su abuelo, le refería lo que había aprendido en el colegio, sobre el nacimiento de Jesús y le planteaba varias preguntas que el abuelo se esmeraba en responder, e inclusive dio lugar a que se interese más sobre el tema y busque mayor información en algunos textos, con lo cual fue cambiando su percepción sobre el significado de la navidad.

Una tarde a inicios del mes de diciembre, los hermanos Rosa y Nicolás coincidieron de visita en casa de sus padres. En ese momento sólo estaba Doña Andrea ya que Don Enrique había salido a pasear con Pedrito.

–           Vaya mami. ¡Como ha cambiado papá desde que su nieto está en casa!, a nosotros nunca nos sacó de paseo.- Expresó Rosa.

–           Si pues, hijita, parece que con la edad se esta volviendo cariñoso.

–           Y a propósito, dinos ¿Por qué nunca le gustó la navidad a papá?

Doña Andrea siempre había evadido comentar ese tema con sus hijos, pero, esta vez al verlos ya adultos decidió contarles el motivo. Suspiró profundamente y luego con sentida tristeza y muchos detalles, les contó que, hace muchos años atrás, en una navidad el padre de Don Enrique había tomado bastante cerveza y en momentos que estaba cenando a media noche, junto a sus pequeños hijos, se atragantó con un trozo de carne que no le permitió respirar y por lo cual falleció cuando lo trasladaban al hospital.

Desde entonces cada vez que llegaba la navidad, Don Enrique, sus hermanitos y su mamá, sólo recordaban con mucha pena la ausencia de su padre fallecido en tan trágicas circunstancias. Y esas escenas de dolor de su niñez, aún afloraban en su mente inclusive hasta después de casarse con Doña Andrea. Por ese motivo en cada Nochebuena, le venía una profunda depresión, por lo cual mandaba a dormir temprano a sus hijos para que no lo vieran triste y derramando silenciosas lágrimas de amargura y dolor, hasta quedarse dormido sumido en los pesarosos recuerdos del pasado.

Luego que Doña Andrea terminó de relatar la historia a sus hijos, llegó de retorno a casa Don Enrique junto a Pedrito y encontró a su esposa e hijos con lágrimas en los ojos. Rosa se puso de pie y abrazó a su padre, luego lo hizo también Nicolás.

–           ¿Qué pasa?.- Dijo Don Enrique, aún sorprendido.

–           Tus hijos ya saben ahora como falleció tu padre y porque te pones triste en navidad.- Respondió Doña Andrea.

–           ¡Perdónanos papito!.- Dijo Rosa sollozando.- nosotros pensábamos que eras malo y que no nos querías, pero no sabíamos lo que sufriste de niño.

Don Enrique que siempre aparentaba dureza en su rostro y su proceder, vertió también algunas lágrimas de emoción, esas que sólo había visto y compartido anteriormente Doña Andrea. Luego de unos momentos y tras muchos abrazos y lloros afloraron los sentimientos reprimidos y se calmaron las emociones. Don Enrique, entonces anunció reflexivamente:

–           Hijos míos, perdónenme por haberlos privado en su niñez de sentir la navidad, aunque yo creo que los mejores regalos que les he podido dar son la educación y los valores morales, a pesar de las necesidades que siempre hemos tenido, por eso he decidido que este año sí habrá Nochebuena en casa.- Luego abrazando a Pedrito dijo.- Agradezcamos a Dios por habernos enviado a este niño que, al igual que Jesús, me ha devuelto la esperanza, el amor y la alegría.

Y es así que al llegar la noche del veinticuatro de diciembre, los vecinos del barrio vieron esta vez sorprendidos, que por primera vez la casa de Don Enrique y Doña Andrea estaba con las luces encendidas; había adornos relucientes en las paredes y ventanas, un nacimiento en la sala, un arbolito vistosamente decorado con regalos a su alrededor y unos villancicos navideños animaban el ambiente.

En el interior estaban presentes los abuelos, los hijos y los nietos en medio de un grato y armonioso ambiente familiar, esperando todos las doce de la noche, alegres y emocionados, unidos por el amor, unidos por el verdadero espíritu de navidad, para celebrar por primera vez en casa, el nacimiento del niño Jesús.