EL NIDO DEL TRUENOPISHCO

Por: José Álvarez Alonso

En un artículo anterior describí cómo había descubierto la identidad del ave llamada por los indígenas Kichwa – Alama del río Tigre «truenopishco», ave del trueno, y el espectacular cortejo aéreo que protagonizan los machos de esta especie, quizás el más llamativo de todas las aves amazónicas, desconocido hasta hace poco para la ciencia. En esta nota describiré cómo fue que llegué a descubrir el nido del truenopishco, gracias a la ayuda de un gran amigo indígena, Julio Hualinga. Julio, «Yulai» para los amigos, es hijo del que yo considero el hombre más feliz del mundo, Elías Hualinga, alias «Cucharita», del que escribiré en otra ocasión. Hábil como todos los indígenas en temas de la selva, Julio es un montaraz y pescador insuperable, muy respetado en Intuto y el alto Tigre en general, y también muy querido, como su padre, por su carácter siempre alegre y risueño.

 

Durante el tiempo que estuve estudiando en el alto Tigre el comportamiento del truenopischo, o Manaquín de Corona Naranja, me propuse encontrar su nido, nunca descrito científicamente. Pregunté a mis muchos amigos indígenas por si alguien había visto el nido de la misteriosa ave, mostrando su dibujo un libro; nadie lo había visto. La verdad es que la mayoría ni siquiera había prestado atención al pájaro, de colores harto apagados y comportamiento muy discreto. Pero Julio Hualinga, aventón y un poco fanfarrón como todo buen mitayero, me aseguró que él podría encontrar el nido, si le prometía una recompensa; no me pidió un hacha, o una camisa, o un paquete de cartuchos, sino… una caja de cerveza. Sin comentarios. Cerramos el trato.

 

El reto era harto difícil, por cuanto el truenopischo no es un ave común, es poco conspicuo, y ni siquiera sabíamos la temporada en que criaba; Julio además no tenía binoculares, y yo no le podía prestar el ventiúnico que yo tenía. Le di algunos datos útiles, como tipo de hábitat donde yo había observado a la especie (tahuampas en bordes de cochas y quebradas de agua negra, y aguajales). También le hice escuchar los diversos cantos y llamadas que yo había grabado. Pasaron los meses. Yo ya había perdido las esperanzas de que Julio encontrase el dichoso nido, cuando un día me visitó y me dijo: «Huauqui (hermano), ya tengo tu encargo». No lo podía creer. Le pregunté dónde era; me dijo que en la quebrada Aguaruna, un afluente del río Tigre como a medio día en peque peque aguas arriba de Intuto.

 

Preparamos una expedición para visitar la zona, que yo conocía de anteriores visitas y me parecía que podría ser el hábitat adecuado, y nos fuimos para allá. Luego de acampar en la orilla de la cocha Aguaruna surcamos quebrada en canoa. Llegamos a un lugar donde un renaco se inclinaba sobre el agua negra de la quebrada, y Julio me señaló una rama sobresaliente. «Ahí está». Se trataba de una tenue red de raicillas entretejidas en una delgada horquilla: efectivamente, era la típica estructura del nido de los manaquines.

 

Por el hábitat, tamaño y posición, juzgué que podría ser el nido del truenopishco. Pero lamentablemente estaba vacío. «Cuando lo vi, hace una semana, estaba el pajarito en él», aseguró Julio, preocupado por su caja de cerveza. Le tranquilicé diciendo que la promesa se cumpliría de todos modos, pues él había cumplido su parte. La verdad es que yo estaba impresionado cómo Julio había logrado encontrar ese nido tan pequeño y camuflado entre el follaje.

 

Estuvimos por un rato mirando para un lado y otro a ver si se observaba al pajarito deambulando por allí. Entonces escuché el típico llamado del truenopischo, y miré en la dirección de donde provenía el sonido, indicándole a Julio con un gesto.  Al otro lado de la quebrada había un árbol de pashaco, que también extendía sus ramas sobre el agua. Y allí estaba el escurridizo truenopishco, posado sobre una rama saliente, como a unos cuatro metros de altura sobre el agua. Lo vimos los dos casi al mismo tiempo. Cuando lo enfoqué con mis binoculares observé que el ave no estaba posada sobre una rama, sino… ¡sobre su nido! Ya se imaginan la emoción que me embargó, y las felicitaciones que propiné al gran Julio Hualinga…

 

Pasé ese día y el siguiente haciendo observaciones y fotos del nido y su dueña, la hembra del truenopishco que lo atendía, mientas Julio se dedicaba a sus tareas habituales de pesca en la cocha Aguaruna. En esta familia de aves los machos no cooperan en la atención al nido ni en el cuidado de las crías, algo por cierto coincidente con el incalificable comportamiento de algunos así llamados humanos. Coincidió que la hembra estaba en el último día de incubación, y pude observar primero los huevos y luego las crías recién nacidas.

 

Lo que más me llamó la atención era la estrategia de la hembra cuando estaba en el nido: no se echaba sobre los huevos o las crías como otras aves, en posición casi horizontal, sino que se paraba en una posición casi vertical, como si estuviese posada simplemente en una rama. De cuando en cuando la hembra se levantaba volando del nido para atrapar algún insecto, y volvía a él como si hubiese estado posada en una rama cualquiera. Deduje que se trataba de una estrategia para confundir a los depredadores y hacerles creer que no había ni nido ni crías debajo del ave. Algo bastante fácil, por cuanto el pequeño y poco aparatoso nido quedaba perfectamente camuflado debajo de la hembra, y era muy poco perceptible cuando ésta lo dejaba desatendido.

 

De este modo, gracias a la extraordinaria habilidad de Julio Hualinga, pude documentar por primera vez para la ciencia valiosos datos sobre el comportamiento reproductivo del truenopishco, sobre las características del nido y de la puesta, y la atención a las crías, datos que complementaron los que previamente había recogido sobre la espectacular exhibición aérea de los machos, y la danza de cabriolas realizada sobre un tronco delante de las hembras.

 

La descripción del nido fuer publicada en el 2001 en la revista Cotinga con el título: «The cryptic nest of the Orange-crowned Manakin Heterocercus aurantiivertex (El nido críptico del Manaquín de Corona Naranja), artículo en el que por supuesto reconocí los créditos de mi gran amigo y colaborador, Julio Hualinga, recibió feliz su caja de cerveza, y con yapa, encima. Gracias de nuevo, gran Julio, y de nuevo mis respetos por tu habilidad y sabiduría.

Un comentario sobre “EL NIDO DEL TRUENOPISHCO

  1. solo una foto del tema bastaría en cada uno de esos sabrosos escritos tuyos. Tu contribución a la ciencia es digna de elogio. Gracias por ofrecernos un poco de conocimiento de lo mucho que guarda nuestra amazonía. Un abrazo. Pepino Verea

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