EL MOTELO EQUILIBRISTA Y LAS ÚLTIMAS RESTINGAS

Por: José Álvarez Alonso

Era a mediados de 1986. Ese año hubo una creciente excepcional en Loreto, similar a la del presente año. Las aguas cubrieron por meses incluso las restingas más altas, incluso las que nunca la gente recordaba haber visto ‘alagadas’. Los animales silvestres se apiñaban en las pocas bolas de tierra que quedaron sin cubrir por las aguas en las tahuampas más extensas de las orillas del Amazonas, del Marañón y del Ucayali. Añujes, carachupas, sachavacas, motelos, panguanas, yanayutos, perdices y venados tenían que compartir a veces un pequeño espacio de tierra o un tronco flotante con serpientes de todo tipo y algunos depredadores. Los pobres animales se comían hasta las últimas hojas de los arbustos y las cortezas de los árboles, luchando por sobrevivir. Los añujes, más comedores de semillas y frutos que de hojas, nadaban desesperados de un tronco flotante a otro, o de una bola de tierra a otra, buscando algunos huayos para alimentarse. Las bolas de tierra de los nidos de los curuhinsis, sobresalientes del nivel del suelo, sirvieron de refugio a no pocos animales. Los jaguares y tigrillos nadaban entre restingas buscando animales varados y debilitados por el hambre.

 

En la Reserva Nacional Pacaya – Samiria, donde los animales eran abundantes y las restingas escasas, miles de animales se ahogaron y bajaban hinchados por el río luego de dos meses de creciente. Cuentan los guardaparques que en ocasiones encontraron sachavacas que llevaban metidas en el agua por semanas, con las patas ya casi podridas por el agua.

 

Los mitayeros también aprovecharon la creciente, como lo hacen desde tiempos inmemoriales, para «restinguear», internándose en las tahuampas para cazar a los animales amontonados en restingas. En algunos caseríos como Santa Rita de Castilla, en el medio Marañón, donde todo su territorio es tierra inundable, los cazadores aprovecharon para acabar hasta con los últimos añujes. Por un mes o dos, el pueblo estuvo inundado de carne de estos animales, de modo que ya casi nadie quería comer añuje. Otros animales más escasos, como la carachupa del bajo, el venado colorado y la sachavaca, también fueron cazados hasta el exterminio. En muchas otras comunidades de la zona ocurrieron escenas similares.

 

Apenas pasada la creciente, un grupo de cazadores del caserío de Bretaña se internó por el bosque en el bajo Pacaya, en la R.N. Pacaya – Samiria, cruzando por un varadero hacia una cocha interna. En una soga de esas que llaman «escalera de motelo», encontraron precisamente a un pobre motelito que, nadando cuando las aguas estaban altas, se había subido a una parte plana de la soga y estaba esperando qué quizás, temeroso de botarse a la tierra que no podía ver, dada su corta vista. Los cazadores no lo dudaron mucho y lo llevaron con ellos al campamento, seguros de preparar un rico guiso de motelo en su propio casco (sarapatera de motelo, le dicen algunos).

 

Para su disgusto, el animal estaba tan flaco luego de tantos meses de ayuno, que apenas pudieron aprovechar unas piltrafas de carne dura y desabrida. El cazador que me comentó esta historia me confesó que luego lamentaron profundamente haber sacrificado al pobre motelo, probablemente uno de los pocos que se salvó de la creciente en el bajo Pacaya, donde casi no hay restingas, y donde las pocas que no fueron inundadas fueron saqueadas por los cazadores.

 

Cuando pasó la creciente, no hubo animales para repoblar las tahuampas, y por varios años los pobladores de los caseríos ribereños de los grandes ríos no encontraron animales terrestres para cazar. Muchos niños dejaron de comer carne por años por culpa de la excesiva cacería.

 

Este año el escenario es muy similar en el río Marañón. Grocio Gil, jefe de la Reserva Nacional Pacaya-Samiria, me comenta que mientras el año pasado la matanza se produjo en el río Pacaya (el Ucayali fue el que sufrió una creciente excepcional), este año es el Marañón (y su tributario el Samiria) donde los animales están sufriendo la catástrofe. Se dice que son miles los animales ahogados, mientras que los «tahuamperos» están haciendo de las suyas en las restingas del interior de la Reserva. La carne de monte está a dos soles el kilo en Nauta, indicador de la abundancia de animales provenientes de la vecina Reserva. En estos últimos años la fauna silvestre se había recuperado bastante en la zona del Samiria y el Yanayacu-Pucate, porque las comunidades organizadas estaban cuidando y manejando el recurso. Ahora los infractores pueden ingresar por cualquier sitio y son incontrolables.

 

Las restingas son lugares que funcionan como lugares de refugio y posterior dispersión de la fauna silvestre en épocas de extrema creciente. La cacería indiscriminada de animales provocará sin duda una escasez aguda de animales en los próximos años en las extensas zonas inundables de Loreto, lo que no sólo afectará a las familias que dependen de ese recurso para complementar su ingesta de proteínas, sino a la salud del bosque mismo, porque los animales silvestres cumplen un importante rol como dispersores y predadores de semillas, y como controladores de vegetación.

 

Las restingas, bien manejadas por comunidades organizadas, podrían servir como atractivo turístico en tiempos de creciente, pues es relativamente fácil observar en ellas a los animales silvestres, habitualmente muy esquivos en la Amazonía. Hace unos años ganó un concurso nacional un proyecto en esta línea, elaborado según recuerdo por Gonzalo Tello, pero no sabemos que haya sido implementado. Una pena, porque si bien el manejo de las restingas podría traer beneficios tangibles a las comunidades, el desmanejo trae consigo una abundancia efímera y luego largos años de escasez. Una historia triste y demasiado repetida en nuestra saqueada Amazonía.